Amigos y conocidos de “La Tribuna”

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30 de mayo de 2021
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12:01 am
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Amigos y conocidos de “La Tribuna”

Por: Segisfredo Infante

Hemos registrado pérdidas humanas en diversos segmentos de la sociedad hondureña, comenzando por los médicos y enfermeras. Pero además de ello se aluden personas anónimas que han fallecido por causa de la pandemia, tanto jóvenes, maduras como ancianas, y por causas derivadas de las vulnerabilidades de nuestro sistema sanitario, aun cuando tales vulnerabilidades han sido exhibidas, también, en países poderosos. Otros han sido contagiados, han estado al borde la muerte, y se han salvado de milagro, con rezos y oraciones. Sin meter en la lista a la mayoría de “asintomáticos”, que han sido los principales responsables en diseminar el virus por doquier.

El cuerpo de empleados, operarios y colaboradores del diario LA TRIBUNA se ha visto afectado directa e indirectamente. Los fallecidos en el curso de un año, hasta fecha recientísima, por causa de la pandemia y por otros motivos, son los siguientes: Boris Zelaya Rubí (columnista), Luis Sánchez (historiador), Santos Reinaldo Irías, Juan Ramón Sosa, Ronny Alexander López, Alfredo René Guzmán, Juan Carlos Salgado Rubio, Pedro José Boquín y Nelly Yadira Coello. Al doctor Dagoberto Espinoza Murra, un amigo personal mío, quien falleció la semana pasada, le dedicaré, Dios mediante, un artículo especialísimo. Todos ellos han estado vinculados, de una u otra forma, a los quehaceres de este prestigioso rotativo nacional.

LA TRIBUNA nunca cesó en sus labores. Hubo un momento crítico, durante la primera cuarentana, en que solamente circuló en la versión digital. Pero a pesar de todas las adversidades, a los pocos días de la alarma roja, este periódico apareció en el formato impreso en los quioscos y en las manos de ciertos vendedores ambulantes. Aunque son poquísimas las veces que por verdadera necesidad he salido a la calle, era un motivo de alegría y de esperanza observar a algunos canillitas (con sus respectivas mascarillas) anunciando LA TRIBUNA y otros rotativos. Era un signo clave que la vida continuaba y que la gente que piensa, opina y redacta noticias, seguíamos escribiendo, señalando las falencias e inyectando ánimos al resto de la sociedad catracha.

Hemos perdido amigos, parientes cercanos y conocidos. El año pasado falleció un sobrino joven por causa de la peste. Mi hermano menor y su mujer estuvieron muy enfermos, en San Pedro Sula, en los comienzos del presente año. Mi amiga periodista Ney Edelmira Reyes (que hace muchos años trabajó con este periódico) perdió a su hermano que era médico. Más tarde, tanto ella como su hijo, terminaron contagiados e internos en las clínicas del Instituto Hondureño de Seguridad Social. Milagrosamente se han recuperado. Han fallecido amigos católicos y evangélicos del “Ministerio de la Higuera”. La angustia, el dolor y los vacíos que dejan aquellos que se marchan al más allá, producen una sensación de “ausencia” reiterada, de la cual hablaba el poeta español Miguel Hernández.

Ausencia vemos por todos lados. Pero también “Esperanza”. Los primeros en vacunarse fueron los médicos y enfermeras con los auxilios de un pequeño país amigo del Cercano Oriente. Otros han viajado a Estados Unidos a inyectarse. Parejamente el “Seguro Social” está vacunando a las personas más vulnerables en el curso de estas semanas. Ojalá que todo esté bien organizado, con buenas vacunas, a fin de evitar el caos y las aglomeraciones que hemos observado y padecido en otros eventos.

No queremos que los nombres de los fallecidos queden en el anonimato. Mucho menos los de los excolegas de LA TRIBUNA. He evitado mencionar, por prudencia, otros nombres de personas que se han contagiado, y porque además necesitaría los permisos previos para este asunto puntual. En todo caso siento la obligación moral de mencionarlos y aludirlos porque todos ellos, de una u otra manera, antes y después, han hecho posible que el diario LA TRIBUNA exista y siga circulando.

La memoria de los fallecidos debe continuar flameando como una bandera inmarcesible con su correspondiente llama votiva. Ellos continuarán viviendo en el recuerdo mientras nosotros, Dios mediante, respiremos. Han caído en las trincheras de una peste que algún día deberá ser estudiada tanto desde el punto de vista histórico como filosófico. Quizás varios poetas se encarguen, en el futuro, de cincelar versos a los conocidos y a los desconocidos. Nosotros nunca olvidaremos a nuestros amigos, entre ellos el doctor Américo Reyes, quien falleció en Miami, Florida, en los comienzos de la pandemia. Tampoco debemos olvidar a los “caídos” que estuvieron vinculados, directa o indirectamente, con LA TRIBUNA.

Todos morimos un día. Pero cuando alguien fallece por causas que pudieron ser prevenidas y neutralizadas con anticipación, merece que su nombre sea realzado frente a las cruces del olvido. Y es que en este preciso momento recuerdo que Amadeus Mozart fue enterrado en una fosa común, por causa de una enfermedad extraña.

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