Hay tristeza en Soledad

ZV
/
6 de junio de 2021
/
12:15 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
Hay tristeza en Soledad

Algo más sobre la numismática

Por: Mario Hernán Ramírez
Presidente vitalicio “Consejo Hondureño de la Cultura Juan Ramón Molina”.

Entre los departamentos de Francisco Morazán, El Paraíso y Choluteca hay un enjambre de municipios, todos ellos con historias a cuál mejores, por la calidad de la gente que los ha venido poblando desde tiempos inmemorables.

Hablamos por ejemplo de San Buenaventura y Nueva Armenia; Texiguat, Soledad y Liure, para llegar a El Corpus, Orocuina, Morolica y saltar a Pespire para seguir rumbo al sur de la República y llegar a Choluteca y San Marcos de Colón.

Esa era más o menos la ruta de la cual constantemente nos hablaba el ilustre desaparecido doctor Dagoberto Espinoza Murra, quien a pesar de haber vivido en las urbes metropolitanas más encumbradas del globo, jamás de los jamases perdió su origen provinciano y permanentemente nos deleitaba a través de este mismo periódico con sus vivencias infantiles y adolescentes, el que a la edad de doce años, una vez que terminó su escuela primaria se trasladó a Tegucigalpa para internarse con su hermano Randolfo, ya mayorcito, en la emblemática Escuela Normal de Varones Pedro Nufio en donde adquirieron el valioso título de maestros de Educación Primaria, profesión que utilizaron en el comienzo de sus estudios universitarios, Randolfo para estudiar Derecho y Dagoberto para las ciencias médicas.

Hablaba nuestro querido e inolvidable amigo, de las enseñanzas que su recordado padre don José María Espinoza les había inculcado a ambos en Soledad y Liure y de vez en cuando se refería a su abuelo paterno don Agatón, sin dejar de mencionar a un Aquileo Vásquez, Onofre Oyuela o Salvador Murra, su tío materno, este último.

Randolfo falleció a muy temprana edad en un trágico accidente automovilístico, habiéndose perdido con su muerte a un valioso elemento del foro nacional, ya que dada su inteligencia logró alcanzar grandes méritos dentro de su profesión de abogado y notario público. Dagoberto, en cambio, después de haberse graduado de médico y cirujano en la UNAH dada su excelencia académica logró alcanzar una formidable beca para estudiar en una de las más prestigiadas universidades de Alemania, hasta especializarse en médico psiquiatra, profesión que fue cultivando con el mejor de los éxitos, ya que constantemente participaba por largos meses en cursos de perfeccionamiento en otras universidades de Estados Unidos, México, Chile, Argentina y en su propia casa matriz de la que llegó a ser vicerrector, catedrático y en diferentes oportunidades decano de la Facultad.

El doctor Dagoberto Espinoza Murra llegó a convertirse en un personaje de altos vuelos, no solo por su inteligencia que lo llevó a escribir libros de gran envergadura en materia científica, política y hasta novelística, por lo que, cuando alguien lo postuló para integrarse a la Academia Hondureña de la Lengua, por unanimidad su presencia en ese alto foro de la intelectualidad hispano hablante fue aceptada de inmediato.

Con Salvador Navarrete Melghen el supremo abogado de los marcalinos en nuestros años mozos mantuvimos una excelente amistad, misma que también se cultivó primorosamente con Dagoberto, por lo que cuando el pueblo de Soledad inauguró su colegio de educación media con el nombre de José María Espinoza Cerrato, padre de los Espinoza Murra, y con la colocación de un busto en mármol esculpido magistralmente por el maestro Rafael Cáceres, asistimos a la inauguración de este centro educativo, acontecimiento que se convirtió en una apoteótica ceremonia en la que abundaron los discursos, música, baile, comida y cohetes a granel.

Pero, estamos llegando al final de nuestra entrega dominical y pretendemos hacer justicia a otro gran valor de Soledad, cuyo deceso en este mismo año causó impactante dolor entre los habitantes de “la capital del paste de castilla”, ya que también había nacido en ese próspero municipio y por ende en el país entero, pues “Chelato” Uclés, cuyo verdadero nombre era José de la Paz Herrera, logró con su talento y perseverancia encumbrar por lo más alto del deporte el nombre de Honduras a nivel mundial, cuando en 1982 nos llevó a un campeonato en España donde nuestro país mediante las técnicas y enseñanzas del maestro “Chelato” alcanzó un primerísimo lugar en dicho cónclave mundial de carácter deportivo, que es la pasión no solo de los hondureños sino de una gran cantidad de pobladores del planeta. Es por esa razón que rotulamos nuestro artículo con el nombre de “Hay tristeza en soledad”, ya que, en menos de dos meses, dos de los más fuertes estandartes de la identidad soledeña se fueron al más allá, dejando con su ausencia un vacío difícil de llenar.

Con el desaparecimiento físico del ilustre científico Dagoberto Espinoza Murra y el clásico maestro del futbol hondureño José de la Paz Herrera, de verdad que Honduras pesa menos, pues ambos revistieron de enorme prestigio a nuestro país, cada uno dentro de su área, pero con un perfil altamente reconocido a nivel mundial, por lo que sin duda con la ausencia de ambos personajes la prensa continental y posiblemente del mundo entero estremeció a la humanidad.

Aprovechamos esta oportunidad para saludar a nuestros buenos amigos abogado Manuel Aguilar Palma, doctores Freddy Mateo Aguilar y Rubén Palma Carrasco, lo mismo que a nuestro vecino don Aníbal Herrera, todos ellos oriundos de Soledad.

Más de Columnistas
Lo Más Visto