El relato común

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18 de junio de 2021
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12:03 am
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El relato común

Por: Juan Ramón Martínez

Ahora que intentamos crear una biblioteca colectiva, alrededor de la cual nos sintamos unidos como hermanos en el pasado; y como triunfadores en el futuro, constatamos que carecemos de un relato compartido. De una historia que narre nuestras vivencias, celebre nuestros éxitos, muestre descarnadamente los errores cometidos, señale los responsables del atraso, las debilidades del pueblo, las virtudes y los defectos de sus autoridades, y la forma cómo aprovechamos o desaprovechamos las oportunidades. De un imaginario que nos permita en el futuro, dominadas las inclemencias, derrotando las dificultades y encumbrándonos por encima de todos los horizontes. Nada de eso tenemos. Nos hace falta una historia que nos una; que nos vuelva hermanos, y nos convenza que la patria somos todos, sin excepción. Tanto los que nacimos aquí, como los que han encontrado en Honduras los afectos y los cariños para volverse hermanos, en el sueño común de una nación mejor.

Por supuesto, hay fragmentos de esa historia. Muy buenos historiadores, han trabajado diligentemente, resguardando documentos, redactando informes y memorias gubernamentales, estudiando diferentes administraciones, escribiendo sobre hechos relevantes. Pero como es natural, todo es parcial. Los niños de las escuelas no tienen una historia sencilla, de pocas palabras, sin elucubraciones desmesuradas que, les haga sentir que forman parte de un pueblo orgulloso, de un pasado común, un presente retador y un futuro emocionante en el que ellos puedan ser los héroes. No tenemos una historia para los jóvenes o para los adultos en que, se junten las anécdotas populares, las leyendas que se hicieron grandes alrededor de los fogones, que nos ayuden a preservar la memoria común, aprender de lo que hicimos bien y avergonzarnos de los errores que nos han producido desgracias y dolores.

Los miembros de la Comisión del Bicentenario, han convocado a concurso para que los historiadores, hondureños, centroamericanos y del resto del mundo, nos ofrezcan una clara y confiable historia de Honduras, que nos eleve la fe en el futuro, nos dé capacidades para entender la realidad y habilidad para saber aprovechar las oportunidades. Una sociedad sin un relato común, sin una historia donde vea reflejado su pasado, con sus buenas y sus malas acciones, que le permitan comprender por qué el presente es como es, no podrá jamás, imaginar que en el futuro tiene oportunidades para rectificar lo malo y aprovechar las dormidas oportunidades que no se han tomado en cuenta.

Se ha escrito a todos los embajadores de Honduras en los países de habla hispana. Se les han enviado avisos a historiadores expertos en el tema de América Latina, para que participen en el concurso y nos hagan un retrato de nuestro pasado, una fotografía de nuestro presente y un film de nuestras posibilidades. Abrigo la esperanza que pronto, cada niño de Honduras, cada joven de nuestra patria y cada adulto de todos los pueblos nuestros, tenga en su casa, como una biblia familiar, como un árbol genealógico de nuestros antepasados, una historia de Honduras a la cual recurrir para explicarse por qué no nos hemos desarrollado, cuál es la causa de nuestras tristezas, odios y enconos. Pero, además, un libro en que todos podamos encontrar una luz que ilumine el futuro y nos haga comprometernos con una nueva forma de comportarnos, distintas maneras de organizarnos y más inteligentes maneras de aprovechar las circunstancias. De forma que al cambiarlas, como enseñara Ortega, también nosotros podamos cambiar.

Me siento muy ilusionado con este concurso. No porque crea, inocente, que los autores nos entregarán un cofre con todos nuestros escondidos tesoros, sino porque nos señalarán, en el silencio de las respuestas no señaladas, el espacio en blanco para que las nuevas generaciones puedan completar una historia, cuyo fin es el logro de la libertad. Creo que el futuro será mejor. No por mecanicismos pasados de moda, sino porque confío que algún día, estudiando la historia, el hondureño desenterrará los sucios espejos; y, una vez que el agua limpia haya permitido los brillos perdidos, el hondureño pueda verse a sí mismo. Y al hacerlo, decida si le gusta seguir con la cara embarrada, con lágrimas resbalando sobre su cara mestiza; o, por el contrario, limpiándose el rostro se arremanga la camisa, rectifica y hace camino al andar como enseñaba Machado. Descubierto el futuro, la tentación de alcanzarlo será inevitable para los nuevos lectores de la historia de Honduras.

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