“PEGADOS CON SALIVA”

MA
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21 de junio de 2021
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12:25 am
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“PEGADOS CON SALIVA”

ES lo malo de acostumbrarse a esos puestos de autoridad. Cómo cuesta salirse. Asumiendo que el poder va a rendirles a perpetuidad. No hay respeto a los sistemas electorales de reemplazo. Basta argüir que les ganaron con fraude para resistirse a entregar los sellos de la institución o la silla del solio presidencial –que una vez acomodados en ella la sienten propia–renuentes a aceptar que sea ajena. Le pertenece a la gente que elige. Y el cargo, a no ser que emane de voluntad divina –durante mucho tiempo fue lo presumible del poder monárquico y religioso– es de naturaleza temporal. Dura lo que tardan los electores en hastiarse de quien lo ejerce. Las dictaduras no sueltan el mazo hasta que lo pierden a la brava. Movimientos revolucionarios o golpes que una vez se hacen del poder, tampoco quieren aflojar.

Suele ocurrir que los revolucionarios o los golpistas terminan emulando y superando lo que botaron. Sucede en las autocracias –un eufemismo de lo otro– donde los mandamases arreglan constituciones al gusto, para que las reelecciones sean eternas. Logran subir por prácticas democráticas, quizás, pero una vez arriba primero se cae el país o se desmorona junto a ellos, antes que botarlos. El que se hayan ganado el premio gordo apostando a la democracia no quiere decir que la respeten. Una vez llegan destruyen la democracia para continuar mangoneando. En América Latina hay tantos ejemplos. El más reciente y emblemático es el venezolano. Aunque los satélites del ALBA no se quedan atrás. El finado –que sí fue un líder carismático y popular– pudo dejar sustituto. Al heredero no lo han podido apear ni la voluntad popular, ni los halcones y mucho menos la preocupada y panfletaria comunidad internacional. Los mismos azoros fantasmagóricos amedrentan en la región. Y no nos referimos al Sisimite que en los pueblos aseguran lo han visto volverse a aparecer. El Itacayo ahora más bien se ofrece como gestor de buenos oficios en las crisis. No hay que ir tan lejos, aquí cerca en la vecindad hay otro caso. La caída de la dinastía somocista durante mucho tiempo acaparó miradas de admiración especialmente en Europa, por su inspiración preceptiva y la bravura de las hazañas. Con el pasar de los años resultó ser alegoría. El régimen –del que sus compañeros guerrilleros de antes y perseguidos ahora, aseguran que ha logrado tejer una línea hereditaria de sucesión– lleva más de cuarto de siglo mandando. A grandes rasgos relatamos –en editorial anterior– episodios de la más reciente historia de la cruzada contra la corrupción en Nicaragua. Taparon un hoyo con la tierra del otro que destaparon. Solo que de tanto sacar tierra abrieron un hoyo más grande.

Pero igual, ese resabio de mentes obstinadas, comienza a manifestarse hasta en los lugares menos pensados. Al último inquilino de la Casa Blanca lo tuvieron que sacar casi empujado. No sin antes –arguyendo que con fraude le robaron la elección– volcó la furia de una turba enardecida a la toma del Capitolio. Está también ese exceso que, en aras de abrir espacios democráticos para todos –a lo que vamos a referirnos en otra ocasión– ha generado una proliferación de partidos. El experimento peruano donde participaron 23 partidos políticos, acabó arrinconando a los electores en un callejón sin salida de dos extremos. Ya van a probar los peruanos el sabor dizque menos amargo de lo que escogieron. Quién sabe si la abundancia de partidos participando produzca los gobiernos fuertes y ágiles que los delicados tiempos demanden. O que faciliten la gobernabilidad que permita consensos en una sociedad polarizada. En Israel una coalición de partidos disonantes entre sí, defenestraron al primer ministro que llevaba 12 años gobernando. La única característica que los ata es su rechazo a Netanyahu, a quien lograron apartar pese a que su partido ganó con mayoría simple las últimas elecciones. El ex primer ministro advierte que volverá ya que el gobierno de coalición –pegado con saliva, no atornillado a lo que no les pertenece, como los autócratas– no durará. Su sustituto le ha dado un plazo de dos semanas para que abandone la residencia oficial del jefe de gobierno en la calle Balfour de Jerusalén, que, reacio a irse, sigue ocupando.

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