Fecha de caducidad

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22 de junio de 2021
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Fecha de caducidad

Juan Ramón Martínez

La conciencia de la muerte, permite valorar y apreciar el tiempo, para usarlo en el logro de objetivos personales y, algunas veces colectivos. Pero, además, la muerte, inevitable, le da sentido a la vida. Para los existencialistas, la vida es una angustia. Para los materialistas y ateos –que no son tales, porque no se puede hacer oposición a lo que no existe– es el fin de todo. Para algunas culturas orientales, la muerte es el paso a otras formas de existencia superior. Por reencarnaciones sucesivas. Para las religiones unitarias, –cristianas, mahometanas y judías–, la muerte es el paso a un estrato en donde, nos alejamos de las ingratitudes de la existencia y gozamos de la plenitud de Dios. Además, y creemos que ante su inevitabilidad, la afirmación que sostienen algunos que, la virtud de los filósofos en su preparación para la muerte, es exacta. Por lo que usan el tiempo, en la mejor forma posible, para ordenar sus ideas, completar sus visiones existenciales y crear sistemas que expliquen la realidad del mundo material y de la conciencia humana. De repente, la ventaja inicial del homo sapiens, es que descubrió la muerte, cosa que no hacen las otras especies animales que pueblan el planeta. En un matadero en España, vi a unos cerdos nerviosos, empujados con pinchazos eléctricos, rumbo a la muerte. No creo que hayan tenido conciencia de lo que vendría: el fin de su existencia, la muerte. El individualismo, que corroe a occidente, ha hecho creer que la ciencia, puede evitar la muerte. Y que, podremos ser inmortales. Borges, siguiendo a Spinoza, entendió esto muy bien y mostró, por el contrario, lo insoportable que es la eternidad. La del infierno y la del cielo, también.

Las cosas materiales tienen tiempo de caducidad. Algunas aceleradas por motivos económicos. También lo tienen las sociedades y, especialmente los imperios. Los romanos terminaron su presencia en el mundo que dominaban. Hitler anunció que su régimen tendría una vigencia de mil años y no llegó a 13 siquiera, entre su ascenso a la cancillería; y su suicidio en 1945. La Yugoeslavia de Tito, concluyó entre el rencor y las sospechas de nacionalismos ingobernables, que mantuvo unidos mientras vivió, por la fuerza de las armas y su personalidad. Y la Unión Soviética, 70 años después de su creación por Lenin y Trotsky, desapareció, víctima de ataque cardíaco que los médicos sociales y políticos, de oriente y occidente, no predijeron en ningún momento. Y nuestros antepasados, en 1839, vieron desaparecer la República Federal de Centroamérica y emerger de entre sus vestigios, cinco estados con pretensiones de repúblicas que, en el tiempo transcurrido desde entonces, no han podido levantar cabeza. Y los estudiosos, califican, por sus flaquezas y debilidades, estados fallidos, incapaces de enfrentar sus dificultades, sobrevivir a los vientos y a las tempestades. Y por su falta de interés por encarcelar a sus caudillos, educar a sus pueblos y crear utopías que orienten a la acción colectiva.

Honduras es, con todo, una colectividad relativamente fuerte. Durante casi 200 años, sus caudillos han querido destruirla. Ha resistido revueltas –Gautama Fonseca calculaba 2.5 al año, entre 1821 y 1948–, tormentas, huracanes, intervenciones de los países vecinos y dominio de Inglaterra y Estados Unidos. Pero su resistencia, en la medida en que pasa el tiempo, disminuye. Y se acerca, peligrosamente, la fecha de su caducidad. Los políticos hondureños, en su mayoría –igual que los cerdos que vi en España, chillando en un matadero muy automatizado– no tienen conciencia que Honduras puede morir. Carecen de pupitre para entender los peligros. Yuval Harari, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, en una entrevista a El País, de Madrid, afirmó que Honduras, junto a tres países africanos y uno asiático desaparecería el 2050. Por la incapacidad de sus élites para modernizar sus sistemas educativos; y, enfrentar los retos de la revolución tecnológica.

Tengo la impresión que las élites actuales, no tienen conciencia de la caducidad de Honduras que, en momentos, no consideran como suya, sino como estación de paso. O simplemente, un escenario parroquial para lograr sus caprichos y exhibir sus incompetencias. La prueba, es la pobreza de su discurso, la ignorancia de la realidad, carencia de orgullo nacional y falta de instrumental para evitar que Honduras muera el 2050. ¡Dentro de 29 años!

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