EL CORTEJO FÚNEBRE

ZV
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24 de junio de 2021
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12:08 am
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EL CORTEJO FÚNEBRE

CAPITALINOS Y EL AEROPUERTOLO DOMÉSTICO Y LA SOLIDARIDAD

FÁCIL para algunos rehuir la obligación diciendo que mucho neceamos, –ya con este serían tres editoriales al hilo que le dedicamos al tema– pero no hay de otras que seguir martillando el clavo. A ver si penetra el macizo trozo de madera o, a fuerza de dar golpes secos, terminamos barriéndole la cabeza. Intuimos que, así como ayer, lo planteado solo será alboroto pasajero. Cuando antes intentamos, lo escrito pasó como quien oye llover. Una sinfonía de palabras, como quien escucha el murmullo de gotas de lluvia caer sobre el tejado. Posiblemente igual sea ahora. La despreocupada burocracia –que decide sobre los desfasados planes de estudio de escuelas, colegios, institutos y universidades– continuará sumida en su silencio pasivo, indolente e indiferente. Si ya la calidad de la educación que se ofrecía en los centros de estudio, en todos los niveles, anterior a la pandemia, no daba para sacar al país de la cola de la cola en que ha estado, menos ahora que la nueva realidad demanda una dramática revisión de lo obsoleto.

Si la dirigencia nacional no se percata de la urgencia de realizar ese cambio radical a la metodología y al contenido de la enseñanza, el país no va a salir de su condena tercermundista. El cortejo fúnebre, sea a paso lento o apresurado, irremisiblemente va rumbo al panteón. No es cosa de si el fatal percance vaya a suceder, sino de cuándo le toca fecha de expiración. Infelizmente ni debate interno hay sobre el particular. Y en cuanto a posibilidades de futuro, los políticos no muestran interés en un tema de vida o muerte como este. Se les escucha hablar de otras cosas, alusivas a su estrecho interés sectario, menos de una profunda reforma educativa. Sin ella, alcanzar todo lo demás que se dice aspirar, es novela de ciencia ficción. Desgraciadamente aquí, pese a las abismales distancias que mantenemos con el primer y el segundo mundo, lejos de avanzar se retrocede. ¿Cuántos, en la remota ruralidad, se privaron de recibir las clases virtuales porque nunca llegó el internet gratis que ofrecieron o no pudieron subir al pico más alto a conseguir señal? El consuelo quizás sería que no se privaron de mucho considerando los desfasados planes de estudio que se imparten. Aparte de ello, ¿creen que la virtualidad sea sustitutivo de lo presencial? Por más arcaico que sea el método de enseñanza, las misas de cuerpo presente brindan un aliciente psicológico, un espíritu de convivencia provechosa irremplazables. Solo que quienes imparten las materias pareciera haberse habituado a lo más cómodo. Dar clases a control remoto.

Las campanadas de alarma que sonamos no son invento nuestro. Es lo que advierten quienes más saben. Entre ellos el pensador israelita más leído de los últimos tiempos. El mismo que ofreció a Honduras de ejemplo dentro de países con probabilidades de no sobrevivir los retos del futuro. Partiendo de la siguiente premisa: Que la inteligencia artificial –y la magia de los algoritmos que van a tomar el control de nuestras vidas– sustituirá las capacidades de la mente humana. Llegará el momento cuando el entrenamiento recibido por la persona durante lo que lleva de existencia sea obsoleto. De allí las propiedades cognoscitivas del individuo de adaptación, de reinventarse, si es que posee inteligencia emocional y flexibilidad mental para hacerlo. De sustituir conocimientos inútiles aprendiendo cosas nuevas, en la medida que muchos trabajos desaparezcan y otras habilidades sean demandadas por el mercado laboral. Esa maldición –el proceso regresivo de ir pereciendo como sociedad–, no es que vaya a suceder, ya está ocurriendo. Y solo puede ser revertido con un giro violento de timón del sistema educativo. Hazaña titánica improbable de realizar. Más cuesta arriba, cuando las redes sociales cobran cientos de miles de víctimas adictas a sus pantallas digitales. Que ya no leen y poco aprenden. Tanto el tiempo útil u ocioso de que disponen lo consumen en entretenimiento. Transmitiendo, reenviando y compartiendo, como zombis, desde sus burbujas de soledad, superficialidades fútiles con sus otros socios del club de fans. Y aunque algún empeño hubiese en enmendar lo otro –dudoso que lo haya– ese vicio que contagió esta generación, de la que no se salvan ni jóvenes ni adultos, sí luce ser irreversible.

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