Hans Kung y sus ideas

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25 de junio de 2021
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12:03 am
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Hans Kung y sus ideas

Por: Juan Ramón Martínez

Me debía estas notas a mí mismo, desde el momento que supe de su muerte –el más grande teólogo producido por el cristianismo durante los siglos XX y XXI– por varias razones. La primera, su enorme contribución teórica; la fuerza de sus críticas sobre el burocratismo de la curia romana en la dirección del cristianismo y el tema, ahora poco comentado después del relativismo de Ratzinger: la infalibilidad del Papa. La segunda, por la belleza y claridad de su escritura; y su capacidad para hacernos pensar, a los lectores comunes como yo que, debemos incursionar, orientados por la fe, en los intrincados caminos de la teología. La segunda razón es que Hans Kung fue un teólogo que influyó en la marcha de la Iglesia Católica, mucho más allá de lo que sus adversarios imaginaron. Y, por supuesto, de lo que él mismo, aceptara públicamente. Y la tercera razón, por el practicismo motivante de su teología, expresada en una declaración sencilla: no habrá paz mundial, sino hasta que haya paz entre las grandes religiones: Católica, Judía y Mahometana. La eterna crisis del Oriente Medio; la destrucción de las comunidades cristianas de Siria, especialmente; y, la prohibición de la práctica del cristianismo en los países árabes y musulmanes, le dan la razón a Kung, fallecido en Suiza, cuando estaba por cumplir 99 años de edad.

De modo que este artículo me lo dedico a mí mismo. Lo escribo para los lectores más fieles –que debo tenerlos–, algunos discípulos desconocidos; y con la pretensión, de mostrar el orgullo de ser cristiano, en que, sin renunciar a la fe y a sus bellas liturgias, reconozco sus valores históricos y su influencia en la forja de una moral que, nos obliga a una práctica humana y de respeto a los demás. Misma, a la que he dedicado mi vida.

Aunque de refilón, y ello es inevitable, al tiempo que le rindo homenaje a Kung, tomo conciencia de la utilidad de su pensamiento para iluminar el papel del cristianismo –en sus diferentes expresiones– en la responsabilidad de la paz mundial y la integración nacional de Honduras que, últimamente, en tono bajo, empieza a mostrar que la incursión de los cristianos evangélicos, en la vida política y en las funciones gubernativas, pueden tener efectos que empujen a la pérdida de la paz entre nosotros. Como vuelta de página y como signo esperanzador, por supuesto. Confieso que los mejores libros que tengo de Kung, me los ha prestado un evangélico, Luis Alonso Gómez que, muestra siempre mucho respeto en LA TRIBUNA, cuando escribe sobre las actividades de los católicos en la zona oriental del país.

Hans Kung, fue un brillante estudiante, nacido en Suiza, que hizo estudios sacerdotales en Roma. Aquí destacó por su capacidad para el estudio, su ánimo crítico y la fuerza de su fe. Aunque muy joven hizo pareja con Ratzinger como consejeros en el Vaticano II, desde el principio incómodo con sus críticas, especialmente al cuestionar el autoritarismo de la curia romana, su distanciamiento de algunos valores evangélicos totales, al tiempo que impulsó, como ningún otro teólogo moderno, la obligación del ecumenismo consciente, deliberado y fraterno. Sin exagerar, se puede decir que las raíces de los acercamientos entre los cristianos que no le deben obediencia a Roma y a su obispo, el Papa, tienen mucho que ver con la apertura de Juan XXIII, originalmente, y al empuje teórico de Hans Kung y otros colegas suyos que, con sus estudios, pusieron en evidencia, las raíces comunes, las coincidencias entre los judíos, los mahometanos y los cristianos. Así como las obligaciones teológicas de trabajar por la paz. Cuando muere, sigue fiel, publicando, pero impedido a enseñar, severamente castigado por Roma, incapacitado para divulgar en el aula, su teología. Obediente, cumplió la dura condena; pero se consagró a estudiar, investigar y escribir. Su obra es monumental y editada en casi todos los idiomas occidentales, incluyendo, por supuesto el español. En alguna parte leí que murió con la esperanza que sería recibido en Roma y abrazado como hermano por Francisco, cosa que no ocurrió. Sin embargo, se sabe que intercambió cartas con Ratzinger y especialmente con Francisco, en donde volvió a brillar el término hermano, en el espíritu común de los seguidores de Cristo.

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