El golpe de Estado de 1956

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26 de junio de 2021
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11:01 am
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El golpe de Estado de 1956

POR JORGE BUESO ARIAS

PRÓLOGO
Durante el gobierno de facto de don Julio Lozano, el ingeniero y mayor Roberto Gálvez Barnes y yo, iniciamos la caída de aquel gobernante. Nuestra participación la mantuvimos en la más estricta reserva, nunca la hicimos pública porque actuamos conforme a nuestras conciencias, que nos indicaban que teníamos la obligación de cumplir con nuestro deber. Por eso título este breve escrito como “El golpe de Estado de 1956”.

Ahora, transcurridos más de medio siglo desde aquellos acontecimientos, considero que es conveniente que se conozca cómo se originó la idea del cambio de gobierno y los motivos que tuvimos el ingeniero Gálvez Barnes y yo, para hacer lo que hicimos: poner en marcha unas gestiones que culminaron con la caída del gobierno de don Julio Lozano. El silencio innecesario puede distorsionar la autenticidad de los acontecimientos históricos.

En este ensayo se revela la participación que tuvimos el mayor e ingeniero Roberto Gálvez Barnes y yo en el golpe de Estado contra el gobierno de don Julio Lozano Díaz.

Y gracias al doctor Carlos López Contreras, por haber revisado y mejorado este escrito.

1
Reforma del presidente Gálvez
En 1948, recién integrado el gobierno del presidente Juan Manuel Gálvez, pidiendo asistencia técnica al Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial para que le ayudarán al gobierno de Honduras a fundar El Banco Central de Honduras y el Banco Nacional de Fomento.

Atendiendo esa solicitud, los organismos internacionales antes mencionados enviaron un equipo de 3 ó 4 técnicos muy capacitados, algunos bastante jóvenes, como el doctor Paul Vinelli, que terminó volviéndose residente y muy beneficioso, por cierto, para Honduras, como muy beneficiosos han sido sus hijos e hijas que viven en el país.

En aquel entonces yo desempeñaba la Subgerencia de El Ahorro Hondureño, Compañía de Seguros y Caja de Ahorros; por tal motivo en unas 2 ó 3 veces dichos técnicos pidieron mi opinión sobre algunos asuntos de la banca nacional, que estaba compuesta únicamente por Banco Atlántida, Banco de Honduras, El Ahorro Hondureño y la recién fundada BANCAHSA.

La Ley del Banco Central de Honduras, como organismo que inició sus funciones el 1 de julio de 1950, contemplaba que su directorio estuviera compuesto por el presidente del mismo, nombrado por el Presidente de la República, por el ministro de Finanzas, el presidente del Banco Nacional de Fomento, un representante propietario y un suplente del sector privado y otro propietario y suplente por la banca nacional, estos últimos por un período de 2 años.

Los representantes de la banca y del sector privado tenían prohibido por ley ser reelectos y, además, tenían que ser de distintas instituciones bancarias con relación a los representantes del período anterior. En el período 1950-1952 los directores por la banca fueron representantes del Banco de Honduras y de El Ahorro Hondureño. Por eso los cargos de directores del Banco Central de Honduras para el período 1952-1954 recayeron en el Banco de Occidente –que habíamos fundado y empezado a operar el 1 de septiembre 1951– y en BANCAHSA con el licenciado Daniel Casco López, convenimos que como yo residía en Santa Rosa de Copán y no podía estar presente en todas las sesiones semanales del directorio del Banco Central, yo sería el propietario y él sería el suplente.

Siendo yo miembro del directorio del Banco Central de Honduras durante sus dos años, me tocó participar en decisiones muy importantes y, a veces, yo tenía opiniones diferentes a las del doctor Vinelli, que era asesor de dicho organismo. Para sostener mis puntos de vista y para dar un mejor servicio en el directorio y para argumentar con el doctor Vinelli, tenía que dedicar mucho tiempo a estudiar los temas de la agenda.

Como tenía que estar en Santa Rosa de Copán, ya que nuestro banco era pequeño y las comunicaciones terrestres muy malas, viajaba por avión cada 15 días. Para mejor desempeñar el cargo de director, todos los días, especialmente en la noche, yo estudiaba y aumentaba mis conocimientos sobre asuntos de economía, banca y finanzas, hasta llegué a tomar un curso por correspondencia con la universidad donde yo me había graduado, Lousianna State University (LSU). Así aumentaba mis conocimientos sobre la materia y fortalecía mis puntos de vista de cómo debía ser el sistema financiero nacional.

Mientras fungía como director del Banco Central de Honduras y considerándome miembro del Partido Liberal, estimaba que no era apropiado que yo participara en actividades políticas, por lo cual estuve fuera de toda actividad política hasta julio de 1954, cuando participé unos 2 meses en la campaña presidencial del doctor José Ramón Villeda Morales.

2
Copán y el Banco de Occidente
En los primeros meses de 1951, mis padres viajaron a Francia y me habían pedido que mientras estaban ausentes, yo fuera a manejar los negocios de la familia, en lo cual estuvo de acuerdo mi jefe, una gran persona, muy honesto y muy íntegro, el ingeniero Manuel A. Zelaya. En pocos meses me di cuenta de la necesidad de financiamiento que tenían los productos y pequeñas empresas que en ese entonces existían en Santa Rosa y en el occidente del país. Cafetaleros que producían mil quintales de café -valorados en aquel entonces en L. 60,000.00- como don Armando Castejón Fiallos, no podían obtener crédito ni por L. 3,000.00; así diferentes comerciantes y productores del occidente. Entonces decidí después de consultar con mi esposa, doña Mercedes Callejas de Bueso, con quién me había casado el 4 de febrero de 1950, porque sabía que iba a ser un sacrificio para ella pasar de residir en la capital de Santa Rosa de Copán y consultando con mi buen amigo, el abogado Roberto Ramírez, presidente del Banco Central de Honduras, con mis padres y hermanos y con un grupo de representantes de familias de Santa Rosa de Copán, decidimos fundar el Banco de Occidente.

Quiero llamar la atención al hecho de que el motivo principal para fundar el Banco, era dar servicios bancarios a la zona de occidente, esperando, como era natural, que al dar un buen servicio habría un buen resultado para los accionistas que habríamos invertido en el capital inicial del Banco. El ingeniero Zelaya había comprendido la situación y me dijo lo siguiente: “Jorge cualquier montón de capital –que era de L. 100, 000.00– que no puedan suscribir sus familiares y otros accionistas, nosotros, El Ahorro Hondureño, lo haremos” por lo cual en el capital inicial del Banco, El Ahorro Hondureño tendría el 23% del mismo.

Como el Banco había crecido y nosotros mirábamos que los otros bancos en aquel entonces no concedían créditos si no era con garantía hipotecaria de propiedades en Tegucigalpa, San Pedro Sula, Puerto Cortés, Tela y La Ceiba, y que nosotros habíamos concedido algunos préstamos a productores agrícolas y ganaderos de la zona norte, sin mucho análisis, solo conociéndoles y sabiendo el valor de sus propiedades, habíamos decidido estudiar la posibilidad de tener una oficina en San Pedro Sula a fines de 1954, o a principios de 1955, pero por motivos de las elecciones de octubre de 1954 y que al reunirse el Congreso Nacional, don Julio Lozano asumió la Presidencia de la República o Jefatura de Estado, aunque el doctor Villeda Morales había obtenido una gran mayoría en los votos, pospusimos la decisión.

3.
El Consejo de Economía
En los primeros meses de 1955 yo recibí en Santa Rosa de Copán, un telegrama de mi amigo, a quien yo apreciaba y respetaba mucho, el abogado Pedro Pineda Madrid, que era ministro de Finanzas en el gobierno de don Julio Lozano, diciéndome más o menos lo siguiente: “En el término de la distancia te ruego presentarte en este despacho”. Como yo no estaba acostumbrado a recibir mensajes en estos términos, que muchas veces se usan en cuestiones gubernamentales, inmediatamente me preocupé y me dije: “Qué cosa habré hecho para que Pedro me llame urgentemente y en estos términos”. Viajamos con mi señora y cuando fui a presentarme ante Pedro y le pregunté que qué pasaba, me dijo: “No hombre, nada malo, es que estamos organizando el Consejo Nacional de Economía y han propuesto tu nombre para secretario del mismo”. Después supe que quien me había propuesto era el doctor Vinelli, quizás por la relación y discusiones que habíamos tenido, siempre amigablemente, cuando yo era director del Banco Central de Honduras.

El economista del Banco Mundial, Jonas Haralz, de nacionalidad islandesa, era el que estaba entrevistando a los candidatos, Pedro me dijo: Yo te rogaría que te entrevistaras con él”. Le dije: “Pedro, con mucho gusto, aunque no tengo interés en venir a desempeñar cargo público alguno”. Me entrevisté con el señor Haralz, que era muy joven, y pude ver que realmente era un buen economista. Me hizo varias preguntas sobre la economía de Honduras, de Centroamérica, clima de negocios en el país, etc. En esta entrevista que duró más de una hora, cuando terminamos recuerdo que le dije: “Mire, señor Haralz, yo no tengo interés en ocupar este cargo. No me molestaría que no me consideraran”. Como a los 2 meses, y me acuerdo que estando yo en cama con una fuerte gripe en Santa Rosa, me llegó la noticia que me habían nombrado para dicho cargo.

Hablé con mi padre, que era presidente de la junta directiva de Banco de Occidente y según nuestros estatutos en ausencia del gerente, él era quien desempeñaría ese cargo y le dije que no quería aceptar. Él era miembro de la junta directiva del Banco Nacional de Fomento, y le dije que con él le enviaría una carta a don Julio Lozano, gobernante en funciones, diciéndole que agradecía mucho el nombramiento, pero que no lo aceptaba. Le pedí a mi padre que la llevara. Sin embargo, mi padre, antes de entregar esa carta, fue a ver al doctor Ramón Villeda Morales (Moncho, como él le decía) quien le dijo: “Dígale a Jorge que acepte, que lo necesitamos aquí en Tegucigalpa”. Por eso mi padre no entregó la carta y me dijo: “Cuando a uno lo llaman a servir al pueblo hondureño, debe aceptar, aunque sea solo por 3 ó 4 años”. Ante esa situación, no me quedó más opción que aceptar el cargo y debe haber sido allá por abril o mayo de 1955, que con mi esposa, hijo e hija nos trasladamos a Tegucigalpa para que yo pudiera desempeñar dicho cargo.

Así, pues, empecé a trabajar como secretario del Consejo Nacional de Economía, que por cierto en eso de planificar a nivel nacional yo no estaba muy empapado, pero afortunadamente teníamos 2 asesores asignados por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, el señor Haralz y un ingeniero peruano de cuyo nombre, desafortunadamente no me acuerdo, pero que era muy bueno, y que fueron de gran ayuda.

Entre las tareas que el gobierno me encomendó fue participar en la Comisión que negociaría un Tratado de Libre Comercio con Guatemala, ya que había caducado el que anteriormente se tenía y como yo siempre he sido -y soy- partidario del libre comercio entre los países de Centroamérica, con gusto había aceptado esa responsabilidad.

4.
¿Ante la dictadura, qué hacemos?
En enero de 1956, ya cuando habíamos aprobado el último borrador del Tratado, yo lo llevé al Banco Central y le dije al abogado Roberto Ramírez (“Roberto”, hasta aquí llego yo. Mañana renuncio y me voy para Santa Rosa”. Él me preguntó: ¿Por qué? Le contesté: “No has visto ese telegrama que ha mandado don Julio -que por cierto creo que era número 1046-A- diciendo algo así: “Ya les vamos a enseñar a los liberales cómo mandar”. Con ese partido que se está formando y con ese mensaje vamos camino a una dictadura y yo no quiero ser parte de eso”. Entonces él me dijo: “Hay que estar adentro, si te vas para Santa Rosa, allá te van a meter preso y por unos días serás héroe de periódico y después todo el mundo se va a olvidar de ti”. Le dije: “Si tenés alguna idea, yo vengo mañana para que nos veamos y hablemos al respecto”. Efectivamente, al día siguiente como a eso de las diez de la mañana, fui al Banco Central y estaba Roberto con don Tomás Cálix, vicepresidente del Banco Central, el abogado Rogelio Martínez Agustinos y creo que el gerente general, don Arturo Medrano. Les dije:

“Acá estoy “Robertón”. ¿Qué es lo que me querés decir? Él me dijo: “Vos sos amigo de Juan Gálvez”, refiriéndose al expresidente, doctor Juan Manuel Gálvez. Le contesté, yo lo respeto y reconozco que hizo una buena labor en la Presidencia de la República, pero no soy su amigo para hablarle de estas cosas. Él me dijo: “¿Y de su hijo Roberto?”, -quien en aquel momento estaba en la Secretaría de Obras Públicas-. Le dije de él sí y a él le podría hablar de esto. Entonces llamó por teléfono al ingeniero y mayor Roberto Gálvez Barnes y le dijo que yo quería verlo. Le contestó que con gusto me recibía y que fuera a verle a su oficina.

Para explicar por qué habíamos llegado a ser amigos con el ingeniero y mayor Roberto Gálvez Barnes, era porque él había sido director de Aeronáutica Civil y el subdirector era el capitán Armando San Martín, compañero nuestro en la infancia y en la adolescencia, en la primaria y secundaria y por él habíamos tenido esa relación. Además cuando el doctor Gálvez viajó unas dos veces a Santa Rosa y le acompañaba su hijo Roberto, quería eliminar las diferencias que existían entre liberales y nacionalistas, él dormía en casa del general Barnica y pidió a mis padres, que habían sido amigos de él cuando era abogado de la United Fruit Company en San Pedro Sula, que le hospedaran a su hijo, o sea que él dormía en casa de un nacionalista, pero su hijo dormía en casa de liberales.

Del Banco Central me fui para donde Roberto y cuando le expliqué mis preocupaciones y mis sentimientos él me dijo más o menos lo siguiente: “No fregués, Jorge, yo estoy igual que tú, pero no hallaba con quién hablar. Yo creo, como tú, que no le conviene al país el camino que va siguiendo y que se establezca una especie de dictadura”. Entonces nos pusimos de acuerdo en que él hablaría con sus compañeros y amigos militares, ya que llegamos a la conclusión que tendrían que intervenir las Fuerzas Armadas y yo me encargaría de hablar con los elementos civiles que confiáramos que no lo harían público. Allí mismo acordamos que si uno de los dos iba a renunciar al cargo que desempeñábamos en el gobierno, el otro también tendría que hacerlo.

Recuerdo que el 1 de agosto de 1956 un grupo de estudiantes y jóvenes asaltaron el Cuartel San Francisco y yo fui donde don Julio y le dije: “Ponga atención a lo que sucedió. Al paso que usted va se volverá un dictador y quería decirle a usted que si yo me quedo en su gobierno, voy a luchar contra esa gente que lo quiere llevar a usted a una imposición. Para mi sorpresa, don Julio me contestó más o menos lo siguiente: “George, (así me llamaba) esos hijos de p… no me dejan ni siquiera desayunar tranquilo cuando ya me están trayendo chismes y cuentos”. Don Julio, le dije, le agradezco que haya comprendido mi decisión. Solo así me quedo en su gobierno”.

Después me fui al despacho de mi amigo y compañero de secundaria y ministro de Finanzas, el abogado Pedro Pineda Madrid y le dije lo mismo que le había dicho a Julio. Él me contestó: “Jorge, tú eres libre de pensar y actuar como quieras y has hecho bien de habérselo dicho así a don Julio y a mí”. Pedro, le dije: “Te agradezco que me hayas también comprendido”. Por supuesto, también se lo comuniqué al ingeniero Roberto Gálvez Barnes.

5
Elecciones fraudulentas
Cuando vinieron las elecciones que fueron el 7 octubre de 1956, los miembros del Partido Unificación Nacional (PUN) ganaron todo y me acuerdo que el doctor Juan Manuel Gálvez dijo públicamente, Julio, “les metiste capote”, refiriéndose a que no había sido electo ningún diputado liberal.

Cuando yo vi eso me fui temprano en la mañana del día siguiente de las elecciones donde Roberto Gálvez y le dije: “Bueno Bobby, como le decíamos familiarmente, yo ya no puedo seguir, voy a renunciar y me voy para Santa Rosa”. Él vivía en los altos de la casa urbana ubicada en el centro de Tegucigalpa y el doctor Gálvez en el primer piso. Bobby me dijo: “Vamos a hablar con mi papá”, el doctor Gálvez estaba desayunando y solo Roberto entró al comedor, como a los 10 minutos salió el expresidente Gálvez, cogió su sombrero y contrario a su costumbre, que siempre me saludaba muy cordialmente, solo me dijo: “Buenos días Jorge”, y salió a la calle. Al rato Roberto salió y me dijo: “Mi papá dice que si vos querés renunciar que lo hicieras, pero yo no debería hacerlo porque él es hasta compadre de don Julio”. Le dije: “Mira Bobby, yo te voy a esperar hasta el miércoles y si no querés que renunciemos juntos, yo sí voy a renunciar”.

Me fui a la oficina, y como a la hora, más tarde Bobby me habló por teléfono y me dijo: “Vení Jorge que te tengo una sorpresa”, me fui inmediatamente. Al entrar en su oficina del Ministerio, estaba Bobby sentado ante su escritorio y ahí enfrente estaba el coronel Héctor Caraccioli, que era el jefe de la Fuerza Aérea, sentado en un sofá con uniforme de gala, y como era ojos verdes, tenía una bufanda verde y era bien parecido, era una imagen agradable la que daba Bobby. Me dijo: “Que te cuente “Cacha” -como le decíamos sus amigos- y “Cacha” me dijo: “Mirá Jorge, hay como cuatro grupos invitándonos a que demos un golpe de Estado y solo ustedes nos han hablado en bien del futuro del país, de tener un gobierno democrático y honesto de educación, de la unión de los hondureños (recuérdese que Bobby era nacionalista y yo era y soy liberal) y lo que debemos hacer todos para que este país progrese. Los otros solo hablan de venganza y castigar a los partidarios de don Julio y a los militares. Por eso hemos aceptado irnos con ustedes y porque creemos que es necesario cambiar de gobierno. “Yo me quedé sorprendido y ya de una vez comprometido y naturalmente alegre de que eso pensarán de nosotros. Esa clase de militares eran los coroneles Héctor Caraccioli y Armando Escalón, jefe y subjefe de la Fuerza Aérea Hondureña, respectivamente. Pensaba en un buen futuro para Honduras y en la unión de los hondureños. Allí mismo, los tres empezamos a planificar cómo llevar a cabo la operación. En esa misma reunión nos pusimos de acuerdo Caraccioli, Bobby y yo, que ya no podíamos perder mucho tiempo por las actividades de los partidarios de don Julio, que la fecha probablemente del golpe de Estado sería el 21 de octubre.

Bobby y yo nos mantendríamos en contacto con los militares, y me acuerdo que los jefes de la Fuerza Aérea facilitaron un transmisor portátil de radio para poderse estar comunicando con él directamente. No me acuerdo si la palabra “contacto” para esa transmisión de radio era “tigre u oso”. La mayor parte de las veces quién recibía los mensajes de la Fuerza Aérea era la esposa de Bobby, doña Lucía Cristina Monte de Gálvez, ya que ella como mi señora esposa, Mercedes Callejas Bonilla de Bueso sabían lo que queríamos hacer Bobby y yo y nos apoyaban en todo momento, y sobre todo guardaron el secreto necesario.

No me acuerdo por qué razón ese mismo día o al día siguiente hablamos con Nick Agurcia ya y le planteamos la idea del alzamiento. Estuvo de acuerdo en acompañarnos. Quedamos que nos reuniríamos si era posible todos los días en las noches, cambiando de lugar, para planificar y seguir la marcha de los eventos.

Quedamos en que nos reuniríamos en las noches en la casa de Nick Agurcia, que quedaba cerca de la Embajada Americana y más tarde en la casa del doctor Roberto Lázarus, quién también había aceptado formar parte del grupo de civiles que apoyábamos a los militares.

Así pues, día a día íbamos planificando y poniéndonos de acuerdo en las perspectivas para el golpe de Estado en el cual conveníamos en que había que evitar que hubiera muerto alguno y que si era posible no hubiera violencia.

Como antes dije, mi padre era miembro de la junta directiva del Banco Nacional de Fomento y cuando le tocó viajar a Tegucigalpa, en la primera quincena de octubre, para asistir a la sesión de esa junta directiva, cuando nos vimos me preguntó qué estaba pensando yo, y que por qué no renunciaba, solo le contesté, con en el respeto y cariño que le tenía, más o menos lo siguiente: Papá algo está sucediendo, pero no te lo puedo contar porque no es conveniente que se divulgue, solo dile a Héctor, (mi hermano mayor, que era un líder liberal en Copán, por cierto el único liberal que había sido electo alcalde municipal en los años 40, en tiempos de la dictadura del General Carías, alcaldía de Santa Rita, Copán) que estos días mejor se vaya a San Pedro Sula, También me encontré en la calle con el doctor Carlos Javier, con quién y el abogado Pedro Pineda Madrid y otros compañeros, nos habíamos graduado juntos en el colegio Álvaro Contreras en Santa Rosa, y al vernos y saludarnos, me preguntó por qué no había renunciado. Me acuerdo que solo le dije que había que tener paciencia, contestación que naturalmente, no le gustó y se fue, dejándome plantado. Yo comprendí su actitud, pero no podía decirle más.

6
Ampliando la red
Tanto Bobby como yo creíamos que necesitábamos que un buen abogado y de confianza nos acompañará y nos aconsejará. Ambos estuvimos de acuerdo en que el abogado Roberto Ramírez, en aquel momento presidente El Banco Central. Yo personalmente le dije: “Mirá Roberto, te queremos comunicar algo muy delicado. Si no lo querés oír, no te lo decimos, y hasta aquí llegamos pero si nos pedía que te lo digamos, ya estás comprometido a ayudarnos.

Recuerdo que él solo me dijo “denle viaje”. Entonces le contamos todo lo que estábamos pensando hacer y hasta dónde estaban los preparativos. Él nos dijo: “tienen mucha razón, yo también creo que es conveniente para el país esa buena intención de ustedes y que Caraccioli y Escalón son buenos militares y bien intencionados.

Me acuerdo que como yo estaba nervioso y la oficina del Consejo de Economía, del cual yo era el secretario, quedaba calle de por medio del edificio del Banco Central, cuando me sentía preocupado mi alivió era ir a ver a “Robertón” (como le decíamos), a contarle cómo andaban las cosas. Él estaba más nervioso que yo, y me preguntaba: “Jorge, quién más sabe de esto”, yo le decía, medio en broma, “Y a vos qué te preocupa eso: si a mí me agarran y me cuelgan, yo inmediatamente digo que tú también estabas metido, para que me acompañes en la colgada.

Próxima entrega el sábado 3 de julio

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