EL REFUGIO

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26 de junio de 2021
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12:13 am
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EL REFUGIO

EL CONTAGIO Y LAS ALARMAS

ESA es la virtud del sistema norteamericano. La mentira sistemática usada para desacreditar los resultados electorales pudieron ponerlo en jaque pero no ganaron la partida. El sistema se mece pero no se quiebra. Y no sin consecuencias para los propagadores del engaño. “Una corte de apelaciones suspendió el título de abogado del exfiscal y exalcalde de Nueva York de manera temporaria, por asegurar que el expresidente perdió la elección presidencial del 2020 debido a un fraude”. El candidato perdedor que buscaba reelegirse, con colaboradores y abogados montaron una campaña de descrédito al proceso, arguyendo, sin aportar prueba fehaciente, que “con fraude les robaron la elección”. Los áulicos se encargaron de regar la especie asistidos por poderosas bocinas mediáticas, de manera tal que, por lo menos una cuarta parte del electorado, acabó tragándose la perversa deformación de la verdad. (Los portales digitales –después del trueno, Jesús María– suspendieron sus cuentas digitales dizque por “disipar falsedades” dañinas a un bien superior).

La potente ola de desinformación rompió a los pies de una irascible turbamulta que se tomó el Capitolio para impedir la certificación de datos del Colegio Electoral. Por supuesto que temporalmente sufrió la confianza de los ciudadanos en su proceso democrático, sin embargo, en la medida que bajó la marea, muchos cayeron en cuenta que los timaron. Ese embuste, que perdieron por un fraude que montaron en su contra, es el refugio utilizado por malos perdedores para desviar la causa de su fracaso. Ello es que su dirección no es la que el país anhela. Que es repugnante la distorsión que hacen de los hechos que, aunque tarden su rato en esclarecerse, al final siempre la verdad resplandece. Que su estilo grosero y hasta ordinario de tratar a los demás no gusta. Que no cuentan, ni por asomo, con el respaldo popular que presumen tener. Que un discurso ofensivo y divisivo no cuaja entre la inmensa mayoría de votantes. Puede ser imán a una base dura y equivocada de fanáticos revolcados en ese vocabulario que revuelve los más bajos instintos, pero no en los que añoran destino distinto para el país. El inmenso auditorio de votantes, aunque pueda compartir algunas invectivas lanzadas contra adversarios por quien las dice, no vota por espíritus amargados de semblantes empurrados. Quieren y prefieren líderes de alma diáfana y de rostro amable.

Lo agrio es aguijón a los sentidos de un instante. Pero al público no le produce sabor agradable ni un carácter punzante, ni uno desabrido. Los gobernados no quieren pasar los años que dura el régimen en chinchorreo. Ni viendo caras achompipadas de infelices que no miran con ojos de sinceridad, si pueden elegir la sonrisa alegre y prometedora de quienes les generen esperanza. Descubren lo que es auténtico sobre lo fingido. Expulsan de la madriguera a quien se escuda en pretextos, con distractores, para no enfrentar sus mostrencos dobleces de personalidad. La sociedad aspira tener futuro. Y por ello demanda ética del servicio público. Espera de su representación política que la hora de celebración se asuma con humildad, y la de los reveses se enfrente con valentía y altura. Que rindan cuentas claras como Dios manda, no buscando escapatoria de su asolación, culpando a otros de lo que es hechura propia, ni inventando quiméricos subterfugios de evasión de responsabilidad. Sí, es cierto que el conflicto atrae espectadores a la función, pero aparte de la frívola diversión del momento, los pueblos, en el fondo, se interesan por lo que pueda asegurarles porvenir. No es en un ambiente de choque que la nación prospera, sino de armonía y de entendimiento. Conducidas las sociedades por temperamentos reposados, no agitados. En la cumbre europea, Biden fue portador de este mensaje a sus socios: “Estados Unidos está de regreso… retornó la diplomacia”. En juego también la vuelta de los auténticos valores que enorgullecen.

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