Cosas de tiempos pasados

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29 de junio de 2021
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01:09 am
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Cosas de tiempos pasados

María T. Agurcia

El colapso de la Tercera República. Por William Shirer.
Una historia de Europa. Por John Hirst.

Llevo varios días contemplando la insoportable e inevitable levedad de mi ser.
Es así. Parece que camino airosa, como polen de verano: me importa poco de qué pétalos delicados me desprendí, ni todo lo que recorrí antes de estorbarles las sensibilidades a los que ahora me rodean.
La metáfora trata de ofuscar el desdén que dirijo hacia mi generación, la que literalmente goza del privilegio de una memoria extendida -RAM, 120 gigabytes, la nube- y que, de alguna manera, a pesar de la ventaja, ha renunciado el peso total y magnífico de la memoria colectiva.

Somos una generación que carece de memoria. Se nos olvida que hay cosas que valen la pena recordar, aun y cuando sucedieron en otro continente hace casi un siglo.
El sábado pasado desayuné con mis abuelos (ellos recién vacunados y yo con una prueba negativa, además, afuera y enmascarados y con distancia, relájense) y les conté del libro que estaba leyendo, que exponía la historia de una guerra lejana.

Mi abuelo me preguntó acerca de un acontecimiento histórico durante esa guerra mundial, y que no entendía cómo había sucedido lo que sucedió. Que si el libro mencionaba algo al respecto. O que si tenía una opinión.
(Siempre tengo una opinión).
Entonces procedí a detallarle a él y a mi abuela lo que este ser había entendido de los sucesos, según lo expuesto en el libro -que, a propósito, llega a sus casi 1,500 páginas- ofreciendo comentario de color, tal vez tergiversando un poquito el recuento histórico con mi lenguaje joven, sinvergüenza, malhablado (uno nunca se debería de disculpar por lo que uno es).

La pasamos muy lindo. Son de esas pláticas que guardaré en mi memoria para siempre. Porque si vale la pena recordar detalles, de momentos propios y ajenos, especialmente cuando el mundo de experiencia colectiva nos espera ansiosamente, para que lo descubramos.

Pero ya no se lee historia, es decir los acontecimientos de generaciones anteriores, y ya no se aprenden las lecciones de aquellas repúblicas fantasmas que alguna vez dominaban las civilizaciones. No existe una memoria histórica, y por eso no existe más que nuestra realidad, nuestras dificultades, nuestras guerras. Pero les juro que hay tantos libros de historia (hoy les recomiendo dos: uno largo y uno corto) que les pueden contar, casi como novelas de televisión, todo lo que los demás vivieron.

La levedad de mi ser y de mi generación es preocupante. Sospecho que sin el peso de la historia, cualquier huracán de pensamientos y opiniones modernas nos alejan de la tierra y sus realidades, de lo que una vez fue y probablemente volverá. Vale la pena leerse los tomos eternos, como el de William Shirer, o los corticos, como el de John Hirst, si tan solo para poder disfrutar una sobremesa con tus abuelos en algún sábado cotidiano.

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