Motivos de preocupación

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29 de junio de 2021
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01:08 am
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Motivos de preocupación

Juan Ramón Martínez

Basta leer los periódicos –que casi han perdido la capacidad de sorprendernos– ver la televisión, acercarse a las redes sociales y escuchar los foros televisivos, para darnos cuenta que hay muchas razones para que empecemos a preocuparnos. En primer lugar, las prioridades que manejan las élites hondureñas y sus asesores estadounidenses y europeos. Lo más importante, en orden descendente son las elecciones, la pandemia, –especialmente la vacunación– la reactivación económica, el mejoramiento del sistema educativo y la reconstrucción de los bordos para evitar las llenas de los ríos Chamelecón y Ulúa. El tema principal, en términos generales, en este apurado listado de prioridades, es la sucesión política, el acceso a los presupuestos y la pelea por los puestos públicos. Y lo que menos interesa, es la reflexión sobre las cosas ocurridas, los daños que nos han inferido y la obligación que tenemos que rectificar, cambiar, para progresar y desarrollarnos. Más bien, en una infantilidad que escandaliza a las nuevas generaciones, especialmente las que están gobernando, lo que quieren es distraernos, haciendo festivales, celebraciones estrambóticas e incluso inventándose, en un verdadero retroceso, un culto indígena por los animales. No es accidental que, el billete de los 200 lempiras que pondrá en circulación el Banco Central, en vez de Juan Ramón Molina, Froylán Turcios o Lucila Gamero de Medina, lleva una guacamaya que, según sus diseñadores, representa el futuro y el orgullo nacional que moverá a las nuevas generaciones.

Esto podría parecer anecdótico, infantil y parvulario. Lo grave es la falta de conocimiento de la realidad, por parte de la clase política –especialmente la que disputa por cargos de elección popular en el proceso que concluirá en noviembre– lo que anticipa que, desde su ignorancia pública, se esconde una dolorosa realidad: no tienen una propuesta para enfrentar los más graves problemas que Honduras ha tenido enfrente, en toda su historia. Pero además de esta falencia, hay que observar que hay una fuerte corriente, que trabaja para impedir que se realice el proceso electoral, creando trabas artificiales; poniendo condiciones de difícil cumplimiento, e incluso, provocando debilidades a los cuerpos colegiados electorales, como fórmula para lograr distraer la opinión pública, de temas que les atañe en lo personal. El mejor caso es el de Rixi Moncada que, en vez de proponer soluciones, contribuir con su talento en la creación de respuestas a las dificultades, más bien crea ansiedades, miedos y temores. Dándonos la impresión que lo que busca, desde 2009 –es el golpe de Estado– que haga posible el sueño que ha mantenido ocupados a los políticos hondureños: la instalación de una Constituyente y la elaboración de una nueva Constitución que, aunque lo repitan, no resolverá los problemas nacionales. Porque si ello fuera cierto, después de 15 constituciones, aquí, no habría problemas: Y, más bien, seríamos el anuncio seguro del reino de los cielos.

Pero aquí hay una perversidad repetida: los enemigos de Honduras, aunque caminan bajo banderas diferentes, están de acuerdo en la violación de la ley; en la destrucción del Estado de derecho. Quieren en el bochinche, reafirmar sus afectadas prioridades en el dominio del país y el control de su pueblo, en un nuevo jolgorio en que, repartiendo guaro, nacatamales, reventando cohetes y haciendo volar guacamayas, convencerán al pueblo que, con los mismos irresponsables, iniciaremos el camino que nos conducirá a la prosperidad que no hemos alcanzado en estos 200 años. Probablemente por ello, no quieren oírnos a los que, desde la conmemoración del Bicentenario de la Independencia, queremos reflexionar –no tanto como niños de pecho–, si somos independientes o no, como si esto fuera un regalo de los dioses; sino que, preguntarnos si lo que se hizo mal y dio malos resultados, lo seguimos haciendo. Y como no quieren que le digamos al pueblo que sigue operando un sistema de desigualdad, de inmoralidad en que se continúan comprando los cargos públicos como durante la colonia, sueltan guacamayas al vuelo, hacen carreritas de San Juan y celebran la búsqueda de celebridades, para mantenernos alegres, felices y distraídos.

No me cabe duda que las señales de los tiempos viejos, siguen vigentes. Las de los nuevos tiempos, no las hemos producido. Ni tampoco tenemos políticos ilustrados –en el sentido de más pupitres, lectura y reflexión– que nos animen, orienten y den seguridad que estamos abandonando el desierto.

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