El Viejo Celilac, pueblo mártir del siglo XIX

ZV
/
3 de julio de 2021
/
12:31 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
El Viejo Celilac, pueblo mártir del siglo XIX

Por: Rubén Darío Paz

En uno de los extensos ramales de la Sierra de Atima, que se extiende al sur-oeste en el departamento de Santa Bárbara, se encuentra el atractivo municipio de Nuevo Celilac, alcanza una extensión territorial de 165 kilómetros, y está conformado por las aldeas siguientes: La Aradita, Las Crucitas, La Haciendita, San Nicolasito, Los Vaditos, Nuevo Jalapa, Valle de la Cruz, La Grama, La Finca, El Capulín, San Antonio del Monte y Viejo Celilac. El nombre de Jililaca, Celilac o Celilaca, se menciona junto a otros pueblos de indios, perteneciente a Gracias a Dios, y contiguo a Tencoa (hoy Santa Bárbara) desde finales del siglo XVI. Celilac es un término náhuatl y según el investigador Membreño, significa “agua de los caracolillos”, se compone de cillin: caracolillo y atl: agua.

Celilaca, aparece en el listado de pueblos del Curato de Tencoa, en el primer recuento de 1791, realizado por Fray Fernando de Cadiñanos. Posteriormente se le menciona raramente, pero ya como San Pedro de Celilac, y fue a mediados del siglo XIX, que dicha población recibió los embates del cólera morbus. Algunos sobrevivientes se trasladaron a Tuliapa, llamada así por la abundancia de la planta de “tule”, que sirve para realizar petates, y ahí se organizó la actual población con el nombre de Nuevo Celilac, le dieron categoría municipal el 29 de diciembre de 1888 y en la División Política Territorial de 1889 aparece como parte del Distrito de Colinas.

Por décadas Nuevo Celilac, estuvo relegado, a lo mejor eso permitió que sus pobladores fortalecieran sus tradiciones, o se las ingeniaron partiendo de ellas, para hacerse visibles al menos en la región occidental. El proyecto carretero pavimentado que desde Santa Bárbara conduce a la ciudad de San Nicolas, en parte facilitó la comunicación, pues empezaron a transitar buses de ruta, posteriormente el mejoramiento de la calle que une a Nueva Celilac con Colinas y esta con San Pedro Sula, generó mayores vínculos. Lastimosamente las tormentas tropicales del año anterior terminaron con el puente “angosto” que se había construido sobre el río Jicatuyo, por lo que ahora es una vía de acceso menos.

NUEVA CELILAC HOY
El lugar donde se encuentra el Casco urbano de Nuevo Celilac, está circundado por una serie de bosques de coníferas y se distinguen en su cercanía tres cerros: El Llano, La Estica, El Sile, todos de altura media. Esta población se extiende sobre una breve planicie irregular y se acentúa en los extremos. En el centro del poblado destaca el parque central y en sus alrededores calle de por medio, la iglesia católica, el Palacio Municipal y el salón comunal, donde se llevan a cabo las principales festividades, las tres edificaciones civiles revisten líneas locales.

Su iglesia ocupa un pequeño rectángulo, con dos torres campanarios de baja altura, y una fachada sencilla, sin mayores pretensiones arquitectónicas, denota una serie de reparaciones, efectivamente su mayor trascendencia es que en su interior, se guardan piezas de mucho valor artístico-cultural, rescatadas de la antigua iglesia, ahora abandonada.

El hecho de que algunas familias provienen del “Viejo Celilac”, es evidente que a través de los tiempos ha contribuido, en el fortalecimiento de una serie de tradiciones. Incluso algunas familias como: Valle, Mateo, López y Guillén entre otras, se identifican con la vida cultural del municipio.

La feria juniana en honor a San Pedro y San Pablo, pese a conflictos de carácter político local que han ensombrecido las buenas relaciones entre sus habitantes, siempre registra significativa concurrencia, pero es durante la Semana Santa, que la tranquilidad del pueblo se ve alterada por el sinnúmero de personas, que llegan para participar en sus festividades.

En Nuevo Celilac, desde épocas inmemoriales, se realizan actividades mágico-religiosas. Desde el tercer día de la Semana Santa, los encargados se hacen acompañar al son de un tambor, la intención es recolectar dinero, para mandar hacer Chilate y comprar “dulce de rapadura”, mismo que acompañan con la gustosa bebida de maíz y se comparte entre los vecinos.

“LA SIEMBRA DEL OCOTILLO” EN EL CONTEXTO DE LA SEMANA SANTA
El día Jueves Santo, hombres, mujeres y niños de Nuevo Celilac, se organizan para ir al cerro La Espica, a escoger un árbol de Ocotillo-pino, lo más alto posible y de grosor considerable, se hacen acompañar de matracas, tambores, guitarras y carambas, incluso grupos de “mariachis”. Derriban el árbol y le quitan las ramas, luego lo cargan en hombros hasta el parque central, después de avanzar en el camino, en cada “descanso” siguen cantando y ejecutando los instrumentos. Una vez que llegan al parque, ya tienen previsto el lugar donde lo instalan todos los años, por razones de seguridad, al momento de “sembrarlo”, se auxilian de “trancas y lazos” de tal manera que no ocasione daños. Una vez que está “sembrado” el Ocotillo, empieza una especie de “esparcimiento”, grupos de dos o más personas se unen, seleccionan a alguien de la concurrencia y lo van a traer por “voluntad o por la fuerza” para que vengan a “besar el Ocotillo”.

El día jueves por la noche, se organiza un numeroso grupo de “judíos”, utilizan excéntricas vestimentas, pelucas y máscaras, portan lanzas hechizas con ramas del árbol denominado “torete” y las decoran con cintas de papelillo o naylón, mientras caminan hacen gestos y ruidos estrepitosos con la “gruesa cadena” que arrastra el “jefe de los judíos”, alegrando a la población. Los judíos también participan en traer por la fuerza a otras personas para que “besen el Ocotillo”. Ese mismo jueves, ya bien entrada la media noche, los pobladores guindan a “judas” en el Ocotillo, donde permanece aún después de haber pasado la Semana Santa.

El día viernes, desde horas tempranas, los judíos hacen recorridos bullangueros por el pueblo, y aprovechan a visitar a posibles colaboradores, por lo que cargan su respectiva alcancía. La procesión más concurrida y de mayor solemnidad del catolicismo, es la del Santo Entierro. Una vez que la procesión a alcanzado cierta distancia, aparece un centurión, ataviado de ropa y sombrero negro, el rostro cubierto con una tela traslucida, mientras se acerca a la urna del Santo Entierro, realiza una serie de movimientos, luego se sube a un caballo ensillado, y los judíos empiezan a mofarse, agitar sus lanzas, y seguir divirtiendo a los concurrentes, sin olvidar que su principal intención es bajarle el sombrero con las lanzas al centurión, este por su parte persigue a los judíos con su caballo en medio de los feligreses.

Después del ingreso del “Santo Entierro”, como acto de despedida, los judíos se organizan en fila y dan dos vueltas alrededor del parque, mientras van haciendo sonar, sus lanzas, palos en el piso. Algunos de los líderes locales, improvisan un escenario y dan lectura a un guion, con información de “chismes” o “escándalos”, que han sucedido a lo largo del año, aquí surge el talento, pues casi siempre los “dimes y diretes”, se hacen con rimas, y la gente está atenta, para ver si le mencionan…

Resulta interesante, que el día Sábado de Gloria, los judíos, con todo el dinero recaudado, logran organizar una cena para todos los asistentes. Posteriormente se cierra la Semana Santa, con un carnaval bailable hasta altas horas del domingo. Meses después de que ha pasado la Semana Santa, el “Ocotillo”, ya seco, es rifado, para que la persona ganadora, lo quite del lugar y aproveche su madera.

LA TRAGEDIA DE “VIEJO CELILAC”
De la enfermedad del cólera morbus existen amplias discusiones académicas, sin llegar a conclusiones de donde se originó. La primera pandemia inició en la India en 1817, de donde se difundió por diversos países. Entre 1829 y 1830 cubrió la mayor parte del territorio europeo, y en 1832 -proveniente de Inglaterra- llegó al continente americano, a la provincia canadiense de Quebec, desde donde cruzó la frontera de los Estados Unidos; en 1833 alcanzó tierras mexicanas y a partir de 1837 numerosos pueblos de Centroamérica, se vieron diezmados. Desde siempre la enfermedad fue de fácil contagio, favorecida por las limitaciones de salubridad y falta de recursos médicos, con que contaban las jóvenes repúblicas. En Honduras, pueblos enteros se vieron afectados, tanto que algunos desaparecieron, otros con más suerte lograron establecerse en sitios más seguros.

UNA IGLESIA COLONIAL ABANDONADA
Por referencias históricas, el sitio que ahora le nombran “Viejo Celilac”, fue un pueblo de regular tamaño, estuvo localizado a pocos kilómetros del actual Casco urbano de Nuevo Celilac, esté último más conocido como Tuliapa. De la tragedia del cólera en el “Viejo Celilac”, solo han quedado en pie parte de los cimientos, más la fachada elegante de la iglesia colonial, por sus dimensiones se trataba de un edificio rectangular. En su portada, a la fecha se distinguen tres cuerpos con una serie de columnas almohadilladas, en el lado izquierdo su alta torre campanario, donde aún se conservan sus estrechas gradas en espiral, se nota el uso de piedras “lajas”, ladrillos, revestidos con “arena y cal”. Es error seguir considerando que esas iglesias-coloniales, fueron obra de españoles, ahí lo que se debe valorar es la mano de obra indígena, que por cierto algunos “maestros de obra” dejaron símbolos propios de su cosmovisión. De sus dilatados altares no hay descripciones, sin embargo, al juzgar por los restos del altar principal y el conjunto de imágenes que ahora se guardan en la iglesia de Nuevo Celilac, por sus dimensiones y calidad artística se deduce que se trataba de la iglesia de un pueblo referente. Las imágenes de San Pedro, San Pablo sorprenden por su distinción, y no siempre se repiten en el istmo centroamericano.

La tragedia mayor se acentúa, cuando vemos la indiferencia de las autoridades locales, e instituciones encargadas de velar por el patrimonio histórico-cultural a nivel nacional, ha pasado más de un siglo y las ruinas de la iglesia del “Viejo Celilac”, siguen en el abandono, expuestas a la intemperie, esperando que las lluvias torrenciales acaben con los vestigios de dicha iglesia.

Aunque el pueblo “viejo” fue abandonado, su tragedia sigue envuelta en un halo de recelo, y en las cercanías a la iglesia, aún se encuentran casas dispersas, circundadas por dos pequeños ríos, uno nombrado “La Hamaca” y el otro simplemente “El Riachuelo”, al parecer fueron esas aguas, las que contaminaron a sus habitantes, similares situaciones acaecieron en otros pueblos como Macholoa, San Antonio Shuchitepeque, Ilama, Gualala e incluso Yamala, entre otros. De los cementerios antiguos queda poco, quizás por el tiempo transcurrido, o la misma sencillez de sus sepulturas, a lo que se suma falta de mantenimiento, por lo que la misma naturaleza se encargó de soterrarlos.

Hasta hace algunas décadas en varios pueblos se podían identificar “bultos de piedra”, identificados con una cruz, al consultar con fuentes orales, sostienen que en esos lugares falleció alguien de cólera u otra enfermedad contagiosa, por lo que los vecinos, desde largo tiraban piedras a improvisadas sepulturas, evitando enfermarse… Algunos médicos, sostienen que los enfermos de cólera morbus, experimentaban dolores estomacales intensos, diarreas continuas y deshidratación, es lógico pensar que buscaban las fuentes de agua, de ahí que camino a varios ríos, aún se encuentran dichos promontorios.

No menos trascendente es la tradición oral, los vecinos cuentan “que el pueblo se perdió por un “castigo divino”, porque ahí sus pobladores practicaban mucha brujería, incluso aún mencionan, la famosa poza de Los Tamales, que era el lugar donde “los brujos” se reunían.

APUNTES DEL MAESTRO RAÚL ZALDÍVAR SOBRE “VIEJO CELILAC”
Aunque las descripciones sobre el Viejo Celilac, no son abundantes, refiero textualmente los aportes del ilustre maestro santabarbarense Raúl Zaldívar, en su libro Así es mi Patria, publicado en 1951, y señala, (…), “no nos detenemos mucho aquí y proseguimos rumbo de Nuevo Celilac. Pasamos por una aldea llamada Tierra Blanca. Vemos, en la larga fila de casas que quedan a uno y otro lado de la calle principal, muchas mujeres trabajando sombreros de junco en sus bancos. El terreno es plano y al cabo de otro par de horas ya estamos en Nuevo Celilac o Tuliapa, como a veces se le llama. Aquí nos detenemos para almorzar. Mientras lo preparan salgo a dar una vuelta. En muchas casas veo que están haciendo sombreros de palma y parece ser este el patrimonio de esta gente, pues por todos partes veo palma secándose al sol. Me acerco a una casa y veo que están haciendo una “trenza” como de una pulgada de ancho, de la cual hay un rollo grande ya terminado. En otro lado veo que están haciendo un sombrero cosiendo con una aguja esta trenza, orilla con orilla, de manera que el hilo queda escondido.

(…) Esta gente también se dedica a la agricultura y en los alrededores hay buenas haciendas de ganado. Continuando el viaje, seguimos por un camino de herraduras (como el que hemos traído desde la cabecera departamental) con rumbo hacia Atima. Como a la hora de haber salido de Nuevo Celilac llegamos al lugar llamado “Celilac Viejo”. Mi guía me informa que aquí fue el primer asiento del pueblo que acabamos de dejar, pero que una epidemia de cólera los obligo a emigrar. Y efectivamente, las ruinas de una iglesia nos confirman que allí hubo una población grande. Estas ruinas son de una iglesia colonial y se dice que era muy rica, pues en otro tiempo las iglesias eran dueñas de haciendas y de terrenos. (…) Se me olvidaba decir que en Nuevo Celilac vi un par de mujeres bonitas, también algunos tipos indígenas. En San Nicolas no hay tipo indígena, la mayor parte de la gente es blanca. Y a poco comenzamos a ascender por una cuesta de que se me había hablado mucho, “La Jachuda”. Se llama así porque solo se pisa piedra de cal y ya se sabe que esta piedra es muy angulosa. El lenguaje del pueblo “jacha” es un diente grande” Además del sinnúmero de elementos, geográficos, históricos y folklóricos que describió el colega Raúl Záldivar, en su libro aparecen tres imágenes meritorias que muestran, la fachada de la iglesia, con sus diez columnas almohadilladas y los detalles de cuatro nichos, ocupados con imágenes talladas en busto.

UNA AGENDA CULTURAL QUE SE DEBE FORTALECER
Resulta significativo que, entre pueblos también se nombren con “apodos”, de ahí que a los habitantes de Nuevo Celilac, los reconozcan como “zapoteros”, sería interesante que las autoridades municipales, pudieran realizar sembradíos o viveros en los alrededores del pueblo, el zapote es una alternativa para proteger las fuentes de agua, además que su deliciosa fruta es nutritiva y hasta sus hojas tienen beneficios curativos.

Desde mediados de los años ochenta empezó a visualizarse con mayor hincapié a los Músicos Caramberos, que se hacían acompañar con Sacabuches y guitarras, alcanzaron mucha notoriedad y lograron presentarse en escenarios nacionales e incluso viajaron fuera del país. Estos músicos Caramberos, desde lo novedoso de sus instrumentos, obstáculos superados y talento expreso, han puesto el nombre de Nuevo Celilac en el imaginario cultural hondureño. No debemos olvidar que, a este término municipal, igual se le reconoce porque numerosas familias por generaciones se han dedicado a la confección de la tusa, incluso han organizado el ya emblemático Festival de la tusa, donde muestras una serie de coloridas artesanías, que engrandecen a nuestro país.

Mi agradecimiento a mis amigos Edilberto Valle y Elva Rosa Aguilar, orgullosos de ser “zapoteros”.

New York, El Níspero. Junio, 2021

Más de Anales Históricos
Lo Más Visto