El populismo y cómo funciona en Latinoamérica

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9 de julio de 2021
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12:01 am
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El populismo y cómo funciona en Latinoamérica

Por: José Rolando Sarmiento Rosales

Reconozco no ser politólogo, ni sociólogo o historiador, simplemente periodista con una larga trayectoria en los medios de comunicación radiales, escritos y televisivos, por lo tanto conocedor de los hechos políticos y los partidos tradicionales y los más recientes que se han organizado en Honduras, con la legítima preocupación por el deterioro de la imagen de estas organizaciones y muchos de sus integrantes, que conforman el pilar de la democracia, debido a los múltiples actos de corrupción y enriquecimiento ilícito, sea que han ocupado el poder del país, o que pretenden hacerlo, al verse inmiscuidos en actos condenables, especialmente desde el Congreso Nacional.

Hechos irregulares que sirven de plataforma a los que fingiendo no ser políticos o no militar en partidos tradicionales o más recientes, especialmente los denominados ´´outsiders´´ populistas de izquierda y derecha, que desde afuera se plantean como los limpios y honestos, satanizando a los hombres y mujeres que militan en política, que forman parte de partidos legalizados, ocupan cargos de elección popular o son funcionarios y empleados de los poderes del Estado, a los que descalifican para plantearse ellos como ´´los salvadores de la nación y los adalides del pueblo hondureño´´, logrando forjarse una figura pública bajo el engaño de su pureza de origen, olvidándose que lo bueno de Honduras en sus obras de desarrollo, en su avanzada legislación social, política, educativa, laboral, económica y derechos humanos, se ha logrado en los ya casi 200 años de la independencia, por gobiernos liberales o nacionalistas, e inclusive militares, y que, la corrupción es un mal aborrecible y condenable en la administración pública, donde creemos que ha habido y existen hondureños honrados y probos.

Periódicos como el ABC de España o The New York Times expresan que: ´´El populismo es una marea creciente. Al regreso del kirchnerismo con Alberto Fernández en Argentina y del nacionalismo mexicano de la Cuarta Transformación obradorista, se suma el de Evo Morales en Bolivia, a través de su delfín Luis Arce. La ola sufrió una resaca con la elección del banquero Guillermo Lasso en Ecuador, pero podría seguir avanzando con Pedro Castillo, a la izquierda, con su triunfo en Perú en la segunda vuelta en junio. El Grupo de Puebla, donde se reúnen los intelectuales de la izquierda populista, tiene viento en popa y le hace guiños a los primos menos presentables del populismo de izquierda: Venezuela, Nicaragua y Cuba´´. ´´Los hechos suman a Nayib Bukele en El Salvador´´.

¿Es el populismo el código genético del pueblo latinoamericano, el destino de su cultura, insensible a la tragedia venezolana, la decadencia argentina, el totalitarismo cubano, el sultanismo nicaragüense? ¿Por qué tanto populismo? Y sobre todo: ¿qué es? No hay consenso al respecto. La mejor definición es la más minimalista: el populismo es nostalgia de absoluto, homogeneidad, unanimidad, más allá de su filiación ideológica formal a la derecha o la izquierda. De ahí su impulso totalitario a borrar los límites entre individuo y comunidad, política y religión. Su avance actual es una pésima noticia en una región donde la democracia siempre ha sido endeble.

En el plano político, inclina la cancha, se apodera de las instituciones del Estado para perpetuarse en el poder. En el plano social, incita a la guerra entre ricos y pobres y lucra con el resentimiento y el odio, arrojando sal sobre las heridas en lugar de curarlas. En el plano económico, sacrifica la producción a la distribución, el desarrollo a largo plazo a la dádiva inmediata, un futuro viable al consenso en el presente. Ahora que se enfrenta a la escasez y no al boom de las materias primas que años atrás le permitió a los líderes populistas liberalidades, es previsible que ofrezca recompensas morales: retórica maniquea y simbolismo revolucionario a cambio del empobrecimiento, los abusos de poder, los conflictos y las migraciones masivas que genera.

El populismo de América Latina en su relato repite siempre el mismo patrón: érase una vez un pueblo que vivía en paz y armonía pero cuya unidad se desmoronó a causa de una élite corrupta. No cualquier pueblo, sino el pueblo elegido de los pobres, los últimos, el nadie a la espera de un Mesías que los redima, de una figura paterna y algunas veces también materna a la que, por tanto, se le coloca en un pedestal de superioridad moral. El momento populista junto a la crisis que exalta su potencia mesiánica, se origina en una mezcla de fragmentación social, desintegración cultural y desestabilización moral. ¿Tiene remedio el populismo? La educación y el trabajo son las claves, pero también una cierta dosis de competencia, meritocracia, desburocratización, apertura al mundo: palabras que el populismo odia. ¡Y ya basta con el culto a la pobreza!

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