GOTAS DEL SABER (49)

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17 de julio de 2021
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12:51 am
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GOTAS DEL SABER (49)

Vicente Mejía Colindres a Carías Andino: “DESEO QUE EN ESTE CARGO SEAS MENOS INFORTUNADO QUE YO”

Por: Juan Ramón Martínez

I
Está confirmado que la independencia del Reino de Guatemala, fue obra de los criollos y los peninsulares, sin participación de los pobres, los indígenas, los negros y menos los ladinos. Cosa que no es extraña. Casi ninguna revolución o cambio político es obra popular. El pueblo siempre es instrumento. Y en el caso de Centroamérica, no fue la excepción. Por ello ahora, más que otra cosa, lo que hay que preguntar si las cosas, las instituciones y los sistemas, empezaron a cambiar o no. La verdad es que nada cambió; o lo que lo hizo fue en un poco proporción. Continuó privando la desigualdad, la explotación de los pobres, no se inició el sistema democrático y tampoco se abrieron las puertas a la libertad de comercio. Por ello, la pobreza, fruto tanto de la desigualdad como de la falta de libertad económica, continuaron. Por lo que ahora, más que estudiar y discutir sobre lo primero –especialmente sobre si la independencia se logró sobre un charco de sangre o no, cosa irrelevante en comparación con los resultados- lo importante es, verificar lo que hemos cambiado, los resultados logrados y si la prosperidad se produjo o no, en una región favorecida con recursos y ahora, incluso estimulada por una dinámica población que, en vez de quedarse en sus países, emigra hacia los Estados Unidos.

II
La anexión a México duró un poco más de un año apenas. Más que todo porque el imperio de Agustín de Iturbide se vino abajo, desplomado sobre sus propias debilidades. En el acta que se firma el 1 de julio de 1823, llama poderosamente la atención la poca participación de los diputados hondureños. Los representantes de los ayuntamientos de la exintendencia de Honduras, apenas fueron dos: Francisco Aguirre por Olancho y J. Beteta por Salamá. Es decir, los dos del mismo partido o departamento como lo conocemos ahora. No cabe duda que, eran dos hondureños que residían en Guatemala y que los demás ayuntamientos hondureños, no se dieron cuenta o no les interesó el asunto. En cambio, la mayoría de los diputados son salvadoreños y guatemaltecos, más interesados en la separación de México. Además, su liderazgo es ínfimo: ningún hondureño apareció en la directiva del Congreso que estuvo presidido por el salvadoreño Jose Matías Delgado, presidente y los guatemaltecos Juan Francisco Sosa y Mariano Gálvez. Es decir que los hondureños, hasta Morazán, se mantuvieron en la penumbra, agachados, sin participar defendiendo sus mezquinos intereses y sin aportar ideas para la nueva nación que se estaba formando.

III
La independencia no trajo la democracia, ni anunció sus auroras. Más bien, pareció en el caso de Honduras y Nicaragua, la intensificación del fortalecimiento del caudillismo personal y el aumento de la influencia de las familias dominantes. En Honduras las familias dominantes de Comayagua, asumieron el control político, frente al disgusto de los mineros de Tegucigalpa que estaban más interesados en el cambio político que, en la capital de entonces. Por ello, al poco tiempo, cuando están conformándose las instituciones básicas del Estado hondureño, Comayagua y Tegucigalpa estuvieron a punto de irse a las armas, cosa que no ocurrió por la intervención del clérigo Baires que, después de laboriosas negociaciones en el lugar conocido como El Rodeo, logró que la capital y la villa de Tegucigalpa, depusieran las armas y bajaran la intensidad de sus diferencias.

IV
El 27 de junio de 1969, el gobierno de El Salvador, rompió sus relaciones diplomáticas con Honduras. El embajador de Honduras, Gálvez, regresó a Tegucigalpa con suficiente información de inteligencia a la cual se le prestó muy poca atención. Antes, la expulsión de ciudadanos salvadoreños desde Honduras, habían tensado las relaciones entre los dos países que no había tenido capacidad y voluntad para extender el tratado migratorio firmado en 1965, que permitía la presencia de los salvadoreños –la mayoría de los estratos más pobres– en territorio hondureño. La mayoría se dedicaban a la agricultura y al pequeño comercio. Gobernaba en Honduras el general Oswaldo López Arellano y en El Salvador, el general Fidel Sánchez Hernández. El aparato de inteligencia hondureño, poco informado y además igualmente poco oído por el gobernante, no apostaba por la inevitabilidad de la guerra entre los dos países que, habían tenido desde dos años antes, incidentes fronterizos, con varios muertos de ambos lados, por un incidente armado en la hacienda ganadera del señor Martínez Argueta en el departamento de La Paz. El 12 de julio, según se supo, Anastasio Somoza le informó a su compadre el presidente de Honduras, que se preparara para la guerra. El 14 de julio a las 6:15 pm aviación de El Salvador atacó Choluteca, Tegucigalpa y otras ciudades del interior del país. Los daños en Toncontín fueron mínimos y los ataques en ciudades de Olancho, sin valor estratégico, porque lo que existía eran pistas de tierras y los aviones de guerra de Honduras habían sido parcialmente llevados a SPS, hasta donde la autonomía de vuelo de los aviones salvadoreños no les permitía llegar. La guerra duró cinco días, en que los dos ejércitos, con equipo anticuado y con técnicas militares en desuso, terminaron agotadas. El Salvador ocupó franjas de territorio hondureño. Honduras contraatacó y detuvo el avance en el cerro del Portillo y La Labor (Ocotepeque) y derribó tres de los aviones de guerra de El Salvador. Murieron más de mil civiles hondureños y lo más grave, se paralizó la circulación de bienes y servicios por la carretera Panamericana sección de Honduras y se destruyó el mejor experimento integracionista del mundo: el Mercado Común Centroamericano. Y en lo específico para El Salvador, se inició allá la guerra civil de 1980 y en Honduras, principió el ocaso de la estrella de López Arellano, bajo el polvo de la inmoralidad y la corrupción.

V
“El 3 de julio de 1892 y desde el entonces pueblo de Olanchito, el coronel Leonardo Nuila, en armas contra el gobierno constitucional del general Ponciano Leiva, dirigió largo mensaje a su suegro y ministro de Relaciones Exteriores del régimen, licenciado don Jerónimo Zelaya diciéndole: No quiero estar engañando por más tiempo al Gobierno, mejor es que nos entendamos de un modo claro y franco. Del movimiento de insurrección que encabezo, el Gobierno y solo el Gobierno es responsable”, (Víctor Cáceres Lara, Efemérides Nacionales 127, 128). Para entonces Nuila tenía el control de La Ceiba y Trujillo. Aquí había fusilado al coronel Roque Jacinto Muñoz. Y en la carta que hemos citado parcialmente, “se expresaba mal del general Carlos F. Alvarado y de don Próspero Vidaurreta, Ministros de Guerra y de Hacienda respectivamente, del Gabinete de Leiva”; en esa fecha don Jerónimo Zelaya estaba hospitalizado adoleciendo de grave enfermedad, cosa que Nuila ignoraba. En nombre de Zelaya, Leiva le dirigió el siguiente telegrama a Nuila: “Comayagua, julio 4 de 1892. Acabo de recibir su telegrama. Deploro que usted se haya lanzado a la insurrección que solo traerá desgracias al país. El señor Leiva es bueno, y si usted quisiera entrar en arreglo satisfactorio, tal vez podría conseguir que él lo aceptara. Para obtener este humanitario fin, estoy dispuesto a ir a conferenciar con usted si Ud. lo desea. Su afmo., Jerónimo Zelaya”. Nuila cayó en la trampa y admitió un armisticio de 12 días. En la inactividad los hombres que le acompañaban, se desbandaron. Ellos buscaban acción para obtener beneficios materiales. Ocurrido este hecho, Nuila se quedó casi solo, “fue capturado y pasado por las armas”. (Cáceres Lara, 228).

VI
En 1869, existía el departamento de La Mosquitia. El 2 de julio de ese año, el presidente José María Medina, le escribió al gobernador político L. Mazier, la carta siguiente: “Conteste de enterado; y que se espera de su celo y eficacia que sabrá ir venciendo las dificultades que ofrece toda empresa naciente y con más especialidad la de reunir en poblaciones y civilizar las hordas errantes que vagan en los bosques. Que procure, por cuanto medios le sugiera la prudencia, inculcar a los naturales la idea de reunirse en poblaciones organizadas y de fundar plantaciones agrícolas estables que constituyan un patrimonio. Que también procure averiguar, aunque sea aproximadamente, el número de habitantes del departamento, formando un conocimiento de los caseríos o tribus con el monto de sus individuos. Que por lo que hace a los fondos que deben crearse, el gobernador, se encuentra especialmente autorizado por la ley para señalar el modo; y que, por lo mismo, si creyese más oportuno obligar a los naturales al trabajo para la formación de cementeras o labores comunales, lo haga, consultando la equidad, para que no recaiga el trabajo sobre tribus determinadas. Pero si hubiese tribus distantes del punto de labores y no pudiese por medio de sus agentes establecer en ellas la misma clase de trabajos, pueda imponerles proporcionalmente contribuciones de zarzaparrilla para expenderla y tomar su producto. Que el resultado en metálico de todos esos productos debe cargárselo en el libro de su Administración y dotarlo conforme a la ley. Que con respecto a la pólvora que reciba de la Comandancia de Trujillo, abrirá en su libro una separación para cargarse la especie en la cantidad de libras que se le entregue, y el producto de dinero lo llevará al cargo general de los fondos para su inversión. Que el precio del artículo el Gobernador mismo debe fijarlo, atendiendo a las circunstancias de los lugares, procurando siempre conciliar las utilidades de los costos” (Cáceres Lara, págs. 226 y 227). No hay estudios sobre esta iniciativa. Pero para principios del siglo siguiente, no existía el departamento de La Mosquitia. Y para 1906, es probable que toda la zona haya estado ocupada por Nicaragua.

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