Cada cuatro años

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23 de julio de 2021
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12:02 am
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Cada cuatro años

Por: Edgardo Rodríguez
Politólogo y Periodista

Sin lugar a dudas la situación política y económica de Honduras es tan complicada, que las próximas elecciones desde ya ofrecen muestras anticipadas del reflejo de una coyuntura llena de confrontaciones y amenazas. Lo que presenciamos son los efectos de una sociedad que luce desgastada, fatigada y para colmo polarizada por posturas políticas e ideológicas resecas de ideas y propuestas novedosas, viables, democráticas, que avizoren rutas de salida a la hiriente realidad cotidiana, llena de carencias y miserias de todo tipo.

Es verdad, las elecciones son una oportunidad de renovación de la élite gobernante, aun con la victoria del partido en el poder habría cambio de rumbo. El gobierno de Azcona no fue lo mismo que el de Suazo, tampoco, el de Flores igual al de Reina, ni el de Hernández al de Lobo. El ciclo electoral representa una nueva oportunidad para inyectarles esperanza y optimismo a ciudadanos que ansiosamente buscan, fuera de sus propias fuerzas, respuestas a las aspiraciones fundamentales de vida que mueven a cualquier ser humano en todo el mundo. Cada cuatro años muchos esperan una especie de milagro, que haga rebrotar a la nación adolorida, algo que venga desde “arriba”, que derrame abundancia y felicidad a todos.

Y puede ser, no lo descarto, es posible que una sociedad llena de quejas y males pueda ver la “luz al final del túnel”, como producto de un giro fundamental imprimido providencialmente por el cambio de gobierno, ya ha sucedido en el pasado en algunos países del mundo e incluso del continente. Pero no nos alegremos, es algo que no ocurre con frecuencia, lo más común es la aparición de personajes mesiánicos que se aprovechan de la desesperación de las masas y las engañan, las embaucan, con un gastado discurso populista, de izquierda o de derecha, ofreciendo supuestas soluciones mágicas y rápidas a los múltiples problemas, utilizando para ello, de manera irresponsable, los escasos recursos del erario, al final de esas aventuras la situación nacional queda peor que como estaba antes.

Las elecciones son eso, una hermosa ilusión cuaternaria, casi el único asidero que vislumbramos algunos latinoamericanos, de sociedades paternalista y acomodadas. No hay duda que hay quienes, día a día, se esfuerzan y luchan por salir adelante, sin esperar milagros que difícilmente llegan, pero hay otros que viven a la espera de la llegada de ese “mesías” redentor. Y así va pasando el tiempo sin que la realidad se transforme en un sentido dialéctico.

Nos hemos acostumbrado a ver con esperanza la venida de un nuevo gobierno, porque si actúa medianamente de forma seria y responsable, se crean las condiciones favorables para el desarrollo, vale decir, para que los distintos actores del país cumplan su papel dentro del juego de la economía de libre mercado, también los de afuera que quieran invertir aquí se animen a efectuarlo sin mayor temor. Pero, si ese gobierno realiza su trabajo apegado a las normas de la transparencia, uso racional y efectivo de los recursos y el bien común, se elevan las opciones para acelerar el denominado bienestar colectivo, ese es el sueño de cada cuatro años.

Reconozcámoslo, nos hemos mal acostumbrado a vivir a expensas de los resultados políticos y de los políticos, a falta del surgimiento temprano, allá a finales del siglo XIX, de una clase empresarial desarrollista y criolla que empujara el progreso, caímos en la telaraña de ciertos personajes que hicieron de la política un botín, un modus vivendi. Los caudillos terratenientes y sus herederos modernos construyeron esta cultura política darwiniana, donde sobresale el más fuerte, el más aprovechado y menos ilustrado. Ya son más de cien años de pérdida del norte, de esa brújula identitaria que guíe con visión moderna este colectivo nación. Por eso vagamos, casi a ciegas, en un desierto de ideas, de fuerzas propias, de esperanza autoinyectada y de falta de fe en nosotros mismos.

Un liderazgo renovador, democrático de avanzada, sería aquel que anime a los hondureños a recobrar su orgullo, la fe en sí mismos, para desde allí despertar las dormidas o aletargadas fuerzas que impulsan el progreso individual y colectivo de los que habitamos este terruño. Gane quien gane las próximas elecciones, si no cumple con esa misión revitalizadora de la esperanza extraviada, nada cambiará y tendremos que volver a esperar otros cuatro años más, para remozar los votos de una ilusión incierta.

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