CONDENA EMBRIONARIA

ZV
/
23 de julio de 2021
/
12:06 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
CONDENA EMBRIONARIA

EN chino la palabra crisis, “Wei Ji”, está formada por dos caracteres: “Wei” se traduce a peligro y “Ji” significa oportunidad. De allí, suponemos, se origina la frase que escuchamos repetir hasta la saciedad. La usan como llamado de aliento para superar el pesimismo. Como motivación que desafía la impotencia: “Las crisis son oportunidades”. Ello es así pero no como quien esperaría que caigan milagros del cielo. O que de afuera vengan a enderezar lo que a lo interno no se ha podido arreglar. (Sacudirse ese embeleso por lo foráneo; de figuras mantenidas por la burocracia internacional, que si no han podido componer nada en sus países de origen, menos para que puedan hacerlo con el ajeno). La oportunidad se presenta si hay guía, liderazgo, medios que contribuyan a dar la debida orientación, la actitud, las decisiones y la voluntad colectiva de convertir un desastre en coyuntura esperanzadora. No es una oportunidad si el estruendo produce solo apetito de andar con la mano pedigüeña extendida. Nada que no sea producto del esfuerzo propio es suficiente.

No basta la ayuda de lo prestado ni de lo donado sin capacidad, empeño y determinación de reconvertir drásticamente lo que hasta ahora no ha funcionado. Se requiere la osadía de dar vuelta de calcetín a lo que mantiene a estos pintorescos paisajes acabados sin que puedan dar pie con bola, no en el campo, sino en lo salvaje de un anárquico potrero. Dando vueltas de tonto al círculo vicioso de la pobreza y del atraso. Como decíamos ayer, la oportunidad se presenta si hay valor de someter el arcaico sistema que nos mantiene estancados, no tanto a los diagnósticos acostumbrados concluyendo que estamos bien amolados, sino a una profunda revisión. Del sistema completo. Tanto de la cosa pública como privada. No es creando enclaves de privilegio promovidos como dizque emporios de prosperidad, desconociendo que el país no se sostiene, ni vive de parcelas favorecidas sino del buen funcionamiento de la estructura completa en su totalidad. El espejismo de taladrar boquetes –como oasis de agua en un desierto– más bien es una penosa admisión que solo así el país va a funcionar porque todo lo demás está arruinado. Si fuese así, lo que compete es dar estímulos, alicientes, quitar trabas de obstrucción que consigan rehabilitar al postrado. Y de paso tejer fino, extirpando lo indebido, eliminando lo obsoleto y repotenciando lo ineficiente. Vivir conforme a nuestras posibilidades. Cambiar esta fórmula tóxica que carcome por un modelo creador de riqueza para distribuir bienestar no para repartir pobreza.

Lo perentorio sería restablecer el aparato dañado, restaurar el andamiaje productivo y operativo destartalado. Pero paralelamente sometiéndolo a una reingeniería total, apto a encarar la metamorfosis que se ha experimentado. Quienes ignoren que ya no es el AC, antes del coronavirus, hoy pasamos al DC, después del coronavirus, que demanda de las personas, de las instituciones y de los países una dramática adaptación, están condenados a perecer. La condena es embrionaria. Si no hay conciencia de realizar una reforma educativa integral. Capaz de adaptar planes de estudio, sistemas académicos y metodologías a la nueva realidad. Repetimos, “se educa para un mundo que no existe”, y se aprende –en lo doméstico sería lo poco que se enseña y lo mínimo que se asimila– para trabajos que van a desaparecer. Nada de lo que se anhela tener se puede lograr con tan pobre educación. Más triste aún –en esta era de sociedades superficiales, del frívolo intercambio de majaderías de vida o muerte– ya no solo se educa para un mundo que no existe sino se escribe para una sociedad que no lee. Einstein decía que “es en la crisis donde nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias”. Ello fue cierto –por ejemplo– durante la segunda guerra mundial. Fue la guerra que sacó a los Estados Unidos de la gran depresión. El ataque disparó también el instinto de sobrevivencia. Sacó su potencial dormido. Cambió la forma como la sociedad estaba organizada. Puso a trabajar, a máxima revolución, su motor productivo, mientras la inventiva, los avances tecnológicos logrados lo convirtieron en la potencia mundial que ha sido a partir del desenlace de la conflagración. ¿Y aquí qué se ocupa para desentrañar ese espíritu de supervivencia? ¿Que baje el Sisimite?

Más de Editorial
Lo Más Visto