Fracaso de la República Federal

MA
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27 de julio de 2021
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01:08 am
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Fracaso de la República Federal

Juan Ramón Martínez

Decir que el fracaso de la República Federal es fruto del egoísmo es cierto; pero insuficiente explicación. Hay que reconocer que la independencia, fue un acto anticipatorio de los grupos dominantes, representados por los Aycinena y las principales familias peninsulares y criollas, que no estaban pensando en una nueva nación. Buscaban proteger sus intereses, por medio de la anexión a México. Pero el imperio de Iturbide, al derrumbarse, les destruyó sus planes. Iguales que ahora, las élites, no están interesadas en la creación de un sistema democrático en que, el pueblo ejerza libremente sus derechos, sino que, en el acceso al presupuesto, a los cargos públicos para su clientela electoral y el aprovechamiento de los contratos gubernamentales. Es notorio. Quienes no lo quieren ver es, por falta de voluntad. O, buen juicio.

Además, los líderes cometieron dos errores: creyeron -contrario a los Estados Unidos que pactaron una federación de estados, incluida una República, Pensilvania- que podían crear la República Federal primero y después los estados. En la declaración de independencia de 1823, intentaron rectificar el error. Era muy tarde. Primero crearon el todo; y, después las partes. Y el segundo error, ramificado en dos partes, fue ignorar la necesidad de una capital para la República Federal. Esto lo experimentara Morazán que, en la defensa de los intereses de los estados y los fines de la República Federal que los representaba, no encontraban el lugar en donde dividir sus competencias. Hasta los despachos del Gobierno Federal, estaban en el mismo lugar donde despachaban los oficiales del Estado de Guatemala.

El primero de los errores es fruto de la incultura política de la mayoría de los líderes -excepto Valle que tenía mucha claridad en esto, al decir dijo que no estábamos preparados- que poco conocían del sistema federal estadounidense. Tampoco, habían estudiado la Constitución de Cádiz y tenían solo muy reflejados esplendores, de las ideas globales de la revolución francesa. Si lo anterior no fuese cierto, no habrían creído que con solo decir ¡hágase la luz!, las intendencias se convertirían en provincias y de un día para otro, estados. Pasando por alto las diferencias locales entre ciudades rivales, como era el caso de Nicaragua, Honduras y Costa Rica. Por ello, las disputas entre ciudades que ahora nos parecen inexplicables, era en el fondo, su oposición al centralismo guatemalteco que, había impedido el ejercicio de la libertad local y el autogobierno. Y que, actualmente, continúa operando en nombre de un centralismo, más evidente en algunos países que en otros; pero visible en los casos de Honduras, Nicaragua y Guatemala. Donde el Poder Ejecutivo, incluso les ha negado competencias a los congresos; o los ha dominado tanto, que los ha reducido a casi nada, como es el caso de Nicaragua y Honduras, en donde el ejercicio de la oposición, es casi imposible. O en El Salvador en que el Ejecutivo ejerce total control, anunciando una deriva evidentemente autoritaria. Y que, en vez de democracias, reales, efectivas, con pleno ejercicio de la libertad, dentro de una clara seguridad jurídica, lo que tenemos es incomodidad que se acumula, amarguras desbordadas y pobreza que crece desmesuradamente.

Por ello, conviene vincular las causales del pasado, con los fallos del presente. La diferencia de las comparaciones, nos permite saber lo que hemos avanzado. O retrocedido en el peor de los casos. Para entender entonces que el futuro, solo es posible con la rectificación de lo que hicimos mal y para ello, necesario, neutralizar las fuerzas oscuras que los produjeron -las mismas familias, los mismos intereses y la similar incultura política, instrumentalizadora de la ingenuidad popular- y que los mantienen. Si no removemos las causales, seguiremos inventando explicaciones inocentes, para consumo de los que quieren que las cosas, sigan como en el pasado. En el que el sistema se creó sobre la desigualdad, el privilegio de unas pocas familias dominantes, la falta de libertad para la acción económica y la fuerza por encima de la obediencia al derecho y sus imperativos. Y entender que, para lograr, derrotar el pasado, que sigue haciéndonos daño, hace falta crear una nueva cultura política, con un sistema educativo que favorezca el respeto humano, la libertad y la democracia. Si no cambiamos la cultura política y seguimos como ahora, continuaremos, siendo la cenicienta de Centroamérica. Y esta del continente.

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