INDIGENCIA

ZV
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1 de agosto de 2021
/
12:48 am
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INDIGENCIA

ESTE problema ha sido experimentado por casi todas las grandes ciudades del mundo, en el curso de la historia milenaria de las civilizaciones. Los polos de desarrollo político y comercial, han atraído a los pobladores del campo y a los inmigrantes de las más ariscas regiones. Babilonia, Roma, Alejandría y Bizancio, fueron cuatro ejemplos de ciudades que se cargaron de habitantes más allá de sus posibilidades urbanísticas. Resolver el problema de agua potable y de alimentos, fueron los retos principales de los gobernantes romanos y bizantinos de aquellos lejanos tiempos.

La historia anterior pega en cierto modo con Tegucigalpa, capital de Honduras, una ciudad pequeña que en pocas décadas se ha visto desbordada en su capacidad de albergar a miles de personas que vienen huyendo de la escasez de tierras; de las malas cosechas; de las vendettas familiares; del hambre y, sobre todo, llegan ilusas, buscando mejores oportunidades de estudio y de trabajo. La gran mayoría de pobladores viene a Tegucigalpa y a San Pedro Sula (ahora habría que incluir a Choloma y Choluteca) a engrosar las barriadas y los cinturones de miseria; o a integrarse en el vasto, estresante y difuso sector informal de la economía.

Hace veinticinco años la capital de Honduras exhibía cerca de medio millón de habitantes confinados en las barriadas y suburbios. Se desconoce si acaso en la actualidad se ha publicado un nuevo dato demográfico sobre las condiciones de la capital y de otras ciudades importantes del país. En todo caso aquellos que posean formación o mentalidad de estadistas, deben reflexionar sobre esta problemática, y buscar las soluciones factibles en el mediano plazo. Porque permitir que Tegucigalpa siga creciendo por encima de sus competencias, es como crear un monstruo de varias cabezas que podría ponerse al servicio del crimen organizado, tanto de adentro como de afuera.

No obstante las semanas chubascosas que ocasionalmente se desgajan desde las nubes erráticas, a veces empujadas por tormentas tropicales, la escasez de agua potable continúa significando un gravísimo problema para las autoridades municipales y la ciudadanía en general. Se necesitan decisiones colosales en las estructuras locales y nacionales, a fin de que los hondureños se sientan incentivados a quedarse a trabajar y a vivir en sus lugares de origen. Es más, incentivados a retornar desde la ciudad al campo, con un abanico de ofertas que incluya una mejor distribución de la tierra cultivable; semi-urbanizaciones con luz eléctrica y agua potable; lo mismo que con ofertas para cursar carreras cortas que sean productivas en cada caserío y aldea. A todo esto, habría que añadir las bibliotecas escolares, tal como lo lleva a feliz término “Plan Internacional Honduras” en varios centros básicos rurales del departamento de Lempira.

París, una de las ciudades más hermosas del mundo, fue una urbe imperial con grandes dificultades urbanísticas hace dos siglos y medio. Los hacinamientos humanos eran insufribles, y el tema de las aguas negras era dantesco. La novela “Los Miserables” es sólo una expresión de los dramas de aquella época. Sin embargo, las autoridades francesas fueron encontrando y solucionando poco a poco aquellas vergüenzas de la “modernidad”, sin importar para nada cuáles fueran las tendencias ideológicas de turno.

La indigencia de los marginados de la capital hondureña y de otras ciudades en vías de desarrollo, es algo que debemos afrontar todos los ciudadanos que realmente amemos a Honduras. Esa indigencia debe diluirse o desaparecer en el curso de los próximos años. No en el próximo siglo. En la medida que la indigencia se extinga, será más fácil controlar la delincuencia común y el crimen organizado, y la vida urbana se volverá más saludable y más civilizada. Las propuestas al respecto deben desgajarse como lluvia de ideas, tal como trató de concertarse hace unos cuantos años. Concertación que quedó relegada para “las calendas romanas”, según un dicho de aquellos días.

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