Aeropuertos fantasmas

MA
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3 de agosto de 2021
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12:49 am
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Aeropuertos fantasmas

José Jorge Villeda Toledo

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Tom Hanks, sobresaliente actor hollywoodense encarnó a Mehran Karimi Nasseri, un refugiado iraní que vivió en el aeropuerto de París en 1988 durante 18 años, sin poder entrar o salir de aquel aposento. El famoso director de cine Steven Spielberg se inspiró en esta historia real para llevarla a la pantalla con gran éxito en 2004… la locación que utilizó fue la terminal del Aeropuerto Internacional John F. Kennedy, pero las peripecias y angustias de Karime las siguió al pie de la letra. ¿Por qué este refugiado, interpretado por Hanks, no podía ingresar a Estados Unidos ni regresar a su país?… ¿Por qué tuvo como casa durante largos 18 años el trajín de un aeropuerto tan apetecido por pasajeros de todo el mundo? Cuando Karime llegó al aeropuerto de París, huyendo de la guerra en Europa y de trotar en varios países por no tener sus documentos en orden fue incapaz de probar su identidad o su condición de refugiado siendo confinado a una zona de espera donde permanecían los viajeros sin papeles. Por no tener su documentación en orden fue considerado un apátrida y fue encarcelado. Al salir de las rejas no le quedó más que hacer de aquel aeropuerto su casa.

El último viaje del que esto escribe pareciera haber salido del mismo plumón del cineasta como una segunda parte de la historia de aquel refugiado errante. No hace mucho, con más de ochenta años a cuestas, emprendía yo un viaje familiar sin imaginar que los aeropuertos se convertirían en pesadillas fantasmagóricas en mis sueños por venir. Un simple pasaporte con su visa creía yo era suficiente para que me sintiera tranquilo al abordar la inmensa nave que me llevaría a la única escala de mi itinerario… una agencia de viajes se afanó previamente a simplificarme la travesía y crear a mi alrededor todas las atenciones posibles. La primera de ellas era que, tanto en esa escala como en mi destino final, me esperara alguien con una silla de ruedas para llevarme con mayor seguridad a la puerta de salida. Por lo menos, eso era lo que estaba en el tintero.

Y la silla allí estaba… en el mismo entronque del avión y de la manga… solitaria, pero custodiada por un conductor que me hacía señas para que me sentara. Confiado, sin saber en ese entonces que aquel cacharro me serviría en las siguientes 4 horas para comenzar a conocer aquel inmenso aeropuerto. Con mi boleto en mano le insistí al cochero que mi vuelo salía a las 2:10 de la tarde y ya el reloj pasaba de las 12. La silla de ruedas tardó en arrancar y comencé a ver a lo largo de un ancho corredor gente que apresuraba su paso para no perder sus vuelos, actitud que yo debí haber tomado para evitar lo que me esperaba. Apretando mi maletín de mano sobre mi pecho llegué al sector donde hay que despojarse hasta de los zapatos para traspasar la puerta de metales y poder ingresar sin problemas. Lo logré en el primer intento convirtiéndome así en un pasajero doméstico… volví a la silla de ruedas que me llevó a un mostrador donde unas empleadas atendían a los pasajeros para acomodarlos en unos carritos de nueve plazas y llevarlos a sus puertas de salida. Al querer insistir que me quedaban pocos minutos, solo escuché el motor que aceleraba su marcha y una voz que decía ¡“hurry up”!
De aquel transporte me transfirieron de nuevo a otra silla de ruedas que apresuró su paso para llevarme al primero de cinco elevadores que me hicieron abordar y de otros cuatro viajes en aquellos carritos que hacían paradas para bajar y subir a más pasajeros de distintos vuelos. Y cuando menos esperé, el conductor se bajó y me señaló un counter con las luces apagadas diciéndome: “¡This is your airline!”… ¡eran las 3:52 de la tarde!… que era como decir: ¡Ha perdido su vuelo, señor!… pero la suerte hay veces que pende de un hilo, porque en el trasfondo del counter se anunciaba una última partida a las 4:30. En un mostrador vecino, una empleada acuciosa que se había percatado de mi angustia, se acercó a mí y se hizo caso del apremio. “Aquí tiene su boleto de abordaje y no se preocupe, usted será el primero en pasar”. Y, por aquello de las dudas, nadie me movió de aquella manga que me llevaría a mi destino final del viaje de ida.

Aunque no lo crean, este relato lo escribí sin darle tregua a las teclas de mi laptop… sabían que estaban contando una de esas historias que pareciera salir de una invención fantástica… algo así como si el realismo mágico de mi influyente García Márquez tuviera algo que ver con lo irreal… sin saber que este solo había sido el primer susto… el segundo, me lo tenían reservado en mi viaje de regreso, como para hacerme saber que no todo había terminado. Sin duda, ustedes compartirán este susto terminal cuando sepan el epílogo de esta historia que no se la deseo a nadie que esté en sus cabales y más aún a los que no conozcan los aeropuertos fantasmas. Lo harán pronto en mi segundo escrito

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