“PANEM ET CIRCENSES”

MA
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3 de agosto de 2021
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12:25 am
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“PANEM ET CIRCENSES”

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LA argucia no es nueva. Tan vieja como la Roma imperial. Como diría Juvenal, “Panem et circenses”. El arte de la divagación practicada por los emperadores romanos. Pan gratis en abundancia y circo –teatro, espectáculo– a cambio de tranquilidad. Mantener la plebe obediente, anestesiada de los golpes propinados por la cruda realidad, agradecida de la falsa generosidad sin osar disputar autoridad al poder. Cierto que resulta un tantito más complicado aplicar la receta sin el pan, en estos aciagos tiempos de la peste y de la debacle económica, pero hay maneras. Hay forma de compensar. “No solo de pan vive el hombre”. Solo es cosa de hacer mejor uso de lo que queda. Hacer más atractivas las maromas del entretenimiento. Hay, en la actualidad, quienes han llegado a perfeccionar el método. No reclama acomodo ideológico. Bien se usa a la izquierda o a la derecha. Solo se le adapta un estilo.

Es pantomima, nada resuelve, da rédito únicamente al interés del que gobierna, pero la treta de mañosos es engañar boca abiertas y esperar que el truco funcione. Digamos, como hicieron allá en Chile entusiasmando a la gente, ya no con “la alegría ya viene”, el tema del jingle usado para deshacerse de Pinochet, sino con una nueva Constitución. Solo con cambiar el texto de algo –no las actitudes, ni la conducta, ni los liderazgos, ni los gobiernos– imaginan que va a transformarles la vida. La que dejó el dictador –que tampoco la dejó él sino el consenso político después que lo sacaron con el triunfo del “NO”– no les funcionó en la construcción de la utópica sociedad igualitaria, económicamente insuperable y políticamente equilibrada. (Aun cuando todo lo anterior –junto con otras garantías– son principios consignados en la actual Constitución). Solo fue útil al modelo liberal y de agresivo mercado que los hizo asomar a los umbrales del primer mundo. Pero ese acelerado avance logrado, ahora hiede y no es conquista alguna de la cual enorgullecerse. De eso se enteraron cuando “las brisas bolivarianas” desatadas por un módico incremento a los pasajes del tranvía, volaron el engañoso velo que tapaba aquella farsa, mostrando las feas grietas del hasta entonces, ejemplar modelo. Era ejemplo a imitar a propios y a extraños. La calle caliente acorraló a Piñera en una crisis de once mil vírgenes. Y a este –ninguna diferencia al resto de los políticos– ni corto ni perezoso, para zafarse del bulto él y su gobierno, sin importar qué suceda mañana, pasado o cuando ya no esté, se le antojó una salida. Y de paso le encontró oficio a los revoltosos, a los políticos variopintos y a los ilusos sectores inconformes.

Montó una convención constituyente a la que tiene dando función –una especie de poder paralelo– sin que se haya roto el Estado de Derecho. Y allá están alborozados refundando la nación, viendo espejismos y arrullando quimeras. Mientras la olla de grillos esté atareada dialogando y mezclando los ingredientes del elixir que los va a elevar al paraíso celestial, será, a no dudarlo, un divertido espectáculo en tiempo real. El profesor rural de sombrero de paja de ala ancha que acaban de elegir los peruanos — que pronto van a tener el gobierno que se merecen– como no es chiche lo que recibe de país, aparte que no son abundantes los conocimientos de cómo solucionar los monumentales problemas que enfrentan, también ha prometido otra Constitución. El problema peruano no ha sido la despavorida corrupción e incapacidad de sus gobiernos, ni el desparrame político donde los ciudadanos no tienen alternativa que elegir entre el mal menor o al que menos odian, ni ha sido el derroche de recursos que los tienen en abundancia, ni la falta de unidad de una sociedad conflictiva, ni la violencia desenfrenada y hasta guerrillas que han azotado, ni el terror a la inseguridad, sino que la culpa es del texto de las 11 constituciones que han tenido y de la última que les dejó Fujimori. Pero que ahora esta nueva que hagan producirá el milagro de cambiar las conductas, actitudes y comportamientos que los han tenido estancados, como están. Pero en la cercana vecindad hay buenos ejemplos. Aquí, al lado, allí nomás a la vuelta de la esquina, y allá arriba, un poquito más encimita. Hoy el circo –como en tiempos de los romanos– no tiene que ser presencial. Fácil e instantáneo se hace por las redes sociales. (Como ya agotamos el espacio, será en la próxima que continuaremos con casos cercanos. De momento, para estar mejor informados, a ver si el Sisimite se anima ir a explorar).

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