Entre el Chile capitalista y las ZEDE

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14 de agosto de 2021
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12:46 am
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Entre el Chile capitalista y las ZEDE

Esperanza para los hondureños

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

Un día de 1997 recibí de José Piñera Echeñique, hermano del actual presidente de Chile, el libro “El cascabel al gato”, obra de su autoría donde se describe cronológicamente la forma en que se institucionalizó en aquel país la reforma previsional que culminó en la instauración de las llamadas Administradoras de Fondos de Pensiones o AFP. Como pocos saben, una AFP es la alternativa privada que permite ahorrar parte de los ingresos personales para asegurar una pensión futura durante la vejez.

Las reformas liberales chilenas -entre las que se cuentan las AFP-, que buenos frutos le dieron a ese país hasta catapultarlo como la economía más próspera del Continente, fueron aplicadas en medio de una de las dictaduras más férreas y vilipendiadas de la historia latinoamericana, sobre la cual se han escrito miles de ensayos, libros y artículos de manera despectiva, desde luego. Con el paso del tiempo, los hechos se encargaron de impugnar las tergiversaciones ideológicas, sobre todo de aquellas provenientes de la izquierda latinoamericana.
En “El desafío liberal”, una antología que justificaba en los 90 la necesidad de Latinoamérica de tomar un giro hacia un verdadero capitalismo, una vez desaparecida la amenaza del comunismo, José Piñera escribió: “Nada tiene que ver la revolución liberal con el uso de la fuerza”. Sin embargo, a pesar de que los teóricos liberales -como Von Mises- aseguran que el marco institucional deseable para fortalecer una economía liberal es la democracia, las dictaduras terminan imponiendo antojadizamente los proyectos de desarrollo sin consultarle nada a nadie. Resulta lógico: los beneficiados son los allegados al Poder, no el resto de la sociedad; pero entonces, ya no se trata de una revolución capitalista sino de un vil mercantilismo, ese perverso sistema económico promovido y dirigido por el Estado para beneficiar únicamente a burócratas y políticos.

En el caso de Chile, y para que el régimen militar no tomara el rumbo acostumbrado de asaltar el Poder para robar, los economistas liberales tuvieron que convencer a los uniformados de la necesidad de aplicar una estrategia económica de largo plazo. Cuenta José Piñera que los militares se mostraron reacios porque ellos no aparecían como los protagonistas de las reformas, y porque los resultados no serían inmediatos como para ganar opinión pública favorable. Por cierto, quienes estaban a cargo de dirigir la revolución capitalista no eran políticos, sino profesionales serios, académicos de valía, egresados de la U de Chile y de la Católica que habían hecho sus posgrados en la Universidad de Chicago bajo la dirección de Milton Friedman. Antes de atraer la inversión, las reformas exigieron a las corporaciones chilenas aplicar estándares de calidad en sus productos para poder competir con empresas de clase mundial. Se eliminaron los privilegios empresariales y gremiales, y se privatizaron, de manera transparente, todos aquellos activos que resultaban ser una carga onerosa para el Estado.

Ese no es el caso de las ZEDE catrachas. La esencia de este proyecto es un perverso mercantilismo. Es una vuelta a los enclaves promovida desde el Estado mismo, sin otro propósito que no sea el de privilegiar a unos cuantos inversionistas y, desde luego, a políticos y funcionarios. Y donde el Estado mete las narices, campea la politiquería, aumenta la ineficiencia y florece la corrupción. Bajo este panorama desolador, el círculo de la miseria jamás desaparece.

Es verdad: las inversiones extranjeras son necesarias para un país, pero deben ir acompañadas de un verdadero proyecto capitalista con arreglo a plazos, no con falacias soportadas únicamente en los panfletos publicitarios pagados por los gobiernos. Se requiere estimular el emprendimiento individual, otorgando facilidades burocráticas, de tal forma que los recursos estén disponibles para todo aquel que quiera iniciar un negocio. Pero debe ser en forma de una política social que nazca del consenso entre el Estado y los diferentes sectores, y amparada en la Constitución misma. Hasta donde yo lo veo, es la única vía para lograr el crecimiento individual y colectivo, y un despunte bastante plausible hacia el desarrollo.

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