La falsa democracia resulta muy cara

MA
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17 de agosto de 2021
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12:38 am
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La falsa democracia resulta muy cara

Rafael Delgado Elvir

Los procesos electorales son parte esencial de la vida de un país. Sobre todo, en los países que en sus leyes han definido un compromiso con la democracia. Para responder a ello hay que destinar lógicamente cuantiosos recursos y tiempo de miles de personas dedicadas a preparar procesos justos y limpios de donde deberán salir electas corporaciones municipales, diputados y presidentes comprometidos con la ley y al servicio de las instituciones republicanas. Por ello es común escuchar que la democracia es costosa sobre todo en términos del presupuesto del Estado. Quién podría dudar sobre estos recursos públicos invertidos, de todo ese tiempo y de toda la movilización alrededor del proceso electoral, si es evidente que el país logra estabilidad, paz y desarrollo, o al menos una percepción generalizada que pese a los enormes problemas, en el país se anda por el camino correcto.

Sin embargo, en nuestro país el año electoral resulta un período sumamente caro y resulta aún más de lo requerido ya que este está regido por mecanismos, instituciones y políticos comprometidos por un proceso favorable a sus intereses. Todo se mueve, absolutamente todo, está sometido al cálculo electorero si conviene o no conviene a la cúpula partidaria, cómo neutralizar los planes del otro para someterlo a mis planes, en vez de consideraciones respecto a la gobernabilidad del país, que es para lo que finalmente sirven las elecciones. Pero eso solamente, es la punta del iceberg. Hay mucho más que eso, escondido detrás de todas las acciones que se realizan desde las demás instituciones del gobierno desbocadas en el último año del ciclo político a poner todo el énfasis en sintonizarse con los objetivos de la cúpula gobernante.

Me refiero a esto cuando se observa todo lo que ocurre alrededor de los fondos que maneja y ejecuta el gobierno en estos últimos meses del año. En un ambiente laxo en cuanto al respeto de las leyes, con suficiente discrecionalidad para definir en qué se van a utilizar los recursos públicos, con funcionarios sumisos a los planes de la cúpula corrupta, es el momento cuando la inversión y el gasto público se pierden totalmente para acomodarse a los planes electoreros. Es el momento de congraciarse no con los altos fines de la política pública, el gasto y la inversión para los más necesitados, sino con los que pueden prestarse al juego electorero. Y hoy en día existe la excusa perfecta de la pandemia de la COVID-19 para seguir haciendo compras directas con precios altísimos y ejecutar inversiones públicas arriba de los costos de mercado. Existe además una explícita autorización por parte del Fondo Monetario Internacional que ha dado el visto bueno para aumentar el déficit fiscal sin exigir, en términos reales, aumentar la calidad del gasto y de la inversión pública, así como la reducción de la corrupción. Esto no es nuevo en el país, pero toma en estos últimos períodos presidenciales tonos verdaderamente alarmantes.

Ya que incrementar los impuestos en este año no es viable electoralmente, se utiliza la opción del endeudamiento interno y externo, para cubrir todos los gastos evidentes y encubiertos del año electoral. Según la lógica de la cúpula irresponsable, el endeudamiento tiene un costo, pero no se siente en este momento, al contrario del aumento a los impuestos. Será en años posteriores que el peso del endeudamiento será evidente, pero ya habrá pasado al menos estas elecciones y la gente tampoco recordará lo acontecido ni los detalles sobre el origen del mismo.

Por ello lo que falsamente se llama democracia, resulta extremadamente costosa y despilfarradora ya que es ejecutada por personajes e instituciones de dudoso compromiso con los principios de la misma. Al final lo que resulta es un proceso que en vez de fortalecer las instituciones las debilita, dejando atrás erogaciones multimillonarias salidas de todas las instituciones públicas que nada tienen que ver con el proceso electoral.

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