Esfuerzos de originalidad

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22 de agosto de 2021
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12:01 am
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Esfuerzos de originalidad

Clave de SOL

Por: Segisfredo Infante

A partir de los grandes filósofos de la Grecia Antigua, son escasos los márgenes de originalidad que han quedado para los pensadores y científicos del “Mundo Occidental”, incluso a nivel global. La lógica de Aristóteles continúa prevaleciendo, amén de los nuevos aportes de los grandes lógicos y matemáticos del siglo veinte, como Kurt Gödel y los inspiradores de la “lógica polivalente”. Es posible que este mismo esquema griego se aplique un poco a la poesía. Pero sobre esta segunda cuestión mantengo dudas, en tanto que en la esfera poética de repente es más fuerte la herencia de los libros sapienciales de la Biblia, como el “Libro de Job”, “El Eclesiastés” y “El Apocalipsis”.

Platón fue el más grande creador filosófico de la antigüedad. Y Aristóteles fue el más grande sistematizador, crítico y sintetizador de aquel pensamiento. Pero ambos personajes bebieron casi directamente de la teoría extraordinaria del “Ser” y del “No-Ser” de su antecesor Parménides, sin el cual la gran Filosofía perdería sus vértebras principales, incluso en la actualidad. Pero nadie cuestiona que los filósofos y teólogos de cualquier época y lugar, adopten el concepto de “Ser” o de “Ente”, porque damos por hecho que todos conocemos a Parménides, la fuente común primordial. Y también presuponemos que tales conceptos han experimentado varios giros del lenguaje y han recibido distintas cargas semánticas en el curso de la “Historia de las Ideas”, hasta la actualidad. Es más, un concepto moderno como “Ontología” conecta en forma directa con el “Ser”.

Como anexo de lo anterior puede decirse que existe una frase propositiva que desde hace mucho tiempo vino a resolver el problema de las influencias en distintas áreas intelectuales. Se le denomina “el espíritu del siglo”. Esto significa que un autor “equis” puede escribir casi lo mismo que un autor “ye”, sin haberse leído el uno al otro. Y a veces sin conocer sus respectivos nombres. Se ha dado este fenómeno en el mundo de la ciencia, y mucho más es la esfera literaria, al grado de pelear primogenituras de conocimientos que tuvieron análogas evoluciones, sin ningún contacto entre sí. Encima de esto ocurre que hay frases y versos que los autores comparten por expansión de los lenguajes y de las ideas. (El plagio es un tema crítico para tratar en otro momento).

Por otra parte, en las llamadas redes sociales aparecen pensamientos que ni remotamente pertenecen a las fotografías de los autores a quienes se les adjudican. No es nada descartable que aparezca una fotografía de Karl Marx con un pensamiento de Albert Einstein, en donde se diga que este último es un autor de origen griego.

El esfuerzo de originalidad en los escritores e investigadores maduros es legítimo, y además de legítimo, necesario. Sin embargo, lograr la originalidad en los resultados de los textos es más difícil que la tarea de conseguir, con el paso de los años, un estilo propio del cual hablábamos en un artículo reciente. Por eso en algún momento de nuestras vidas hemos buscado bibliografías en la misma proporción en que se pueden adquirir en las bibliotecas y librerías de sociedades tercermundistas. Aunque, a decir verdad, lo más importante es la calidad e intensidad con que se han leído los libros. No tanto aquella cantidad que es la causa principal de las erudiciones como “cáscaras vacías”. Un ejemplo positivo clásico es el del gran Avicena (Ibn Sina), un filósofo persa de la Edad Media que se vio en la circunstancia de leer cuarenta y una veces la “Metafísica” de Aristóteles para poderla comprender. La última vez le fue posible por el comentario previo del filósofo y traductor turquestano Al-Farabí. Esa disciplina extraordinaria de leer el mismo libro cuarenta veces se sale de cualquier orden común. Pero gracias a eso Avicena se convirtió en un filósofo aristotélico y platónico que además de influir en sus coterráneos, dejó una impronta en el pensamiento de grandes autores escolásticos europeos.

Nuestro caso es uno más. Soy deudor del pensamiento clásico griego. Pero aparte de eso he buscado en el curso de mi vida lecturas paralelas de otras culturas lejanas, tanto en lo geográfico como en lo temporal. Un solo ejemplo es que en algunos momentos me he aproximado a la literatura de Japón, aunque sea en forma esporádica. A propósito de la cultura japonesa existe un texto titulado “El Libro del Té”, escrito y publicado por Okakura Kakuzo en el año 1906, es decir, a comienzos del siglo pasado. En ese libro hay unas frases enlazadas que han quedado como reminiscencias platónicas resonando en mi cerebro. Veamos: “El teísmo es un culto fundado en la adoración de lo bello entre los sórdidos hechos de la existencia diaria”. (…) “Es esencialmente una adoración de lo imperfecto, pues es un delicado intento de realizar algo posible en esta cosa imposible que conocemos como vida”. ¡Aplausos indirectos para Okakura Kakuzo!

 

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