Aeropuertos fantasmas

MA
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23 de agosto de 2021
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01:03 am
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Aeropuertos fantasmas

José Jorge Villeda Toledo

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Era imposible pensar que aquel gran susto que había padecido en el aeropuerto fantasma en mi viaje de venida, me volviera a suceder en aeropuerto alguno… así que mi estadía familiar en Dallas la gocé a plenitud.
Las primeras gotas de lluvia anunciaban el invierno, coincidiendo con mi regreso a San Pedro Sula. Mi hija mayor me despedía en Dallas, sin suponer que en mi única escala me esperaba de nuevo el mismo aeropuerto fantasma… solo que ahora el cielo estaba cargado de nubes que presagiaban una buena tormenta. Sin embargo, el corto vuelo de Dallas a Houston sí fue permitido y pudimos llegar sin contratiempos.

Aun sabiendo que una silla de ruedas me había hecho perder mi primer vuelo, escogí una al verla escoltada por un formal conductor que irradiaba confianza. No me preocupaba tanto que la silla apurara el paso, sino que la tremenda tormenta caía en serio. Él lo sabía porque me llevó a la central que la aerolínea mantenía para atender a los pasajeros que perdían sus vuelos… y es que los altoparlantes ya avisaban que todos se habían suspendido por el mal tiempo. Los pasajeros se arremolinaban a lo largo de aquellos 15 orientadores que en un mostrador en fila solucionaban todos los problemas. Me acerqué al que escuché hablar con fluidez el español y le expuse mi caso. Me dio un número de teléfono de un hotel que estaba a 3 millas de distancia para abordar el próximo vuelo. Pero… ¿qué tal si por estar a 3 millas de distancia en un hotel desconocido perdiera un vuelo que todavía no tenía confirmado? Y eso hice, otro orientador me dijo que tenía suerte porque había un viaje disponible a Tegucigalpa y tomé el boleto de inmediato, ese vuelo estaba programado para el día siguiente a las 9 de la mañana. Sabiendo que estaba incomunicado con mi familia, recurrí a unos teléfonos de pared y decidí llamar a mi hija menor quien de milagro me contestó en el segundo intento.

Ella me sugirió calma y procedió a instalar un WhatsApp directo que tituló “papi y mis hijos”, eso tranquilizó mi ansiedad y más aún al ver que el orientador empujaba mi silla a un counter vecino donde tenía que permanecer toda la noche. A mi izquierda en el counter un reloj digital señalaba con gran resplandor la hora real, 12:32… a lo lejos alguien trapeaba la cerámica, mientras en el pasillo un gran aparato raspaba el piso para que el brillo volviera por sus fueros. Sin haber dormido un minuto, a las 4 de la madrugada me levanté y me trasladé a las sillas de espera que lucían más acolchonadas… muy cerca dos pasajeros aguardaban y tras ellos una mujer más acuciosa se estiraba a lo largo para dormir a sus anchas. Frente a mí estaba una carretilla atestada de snacks y pequeñas botellitas de agua para los pasajeros que habían perdido sus vuelos.

Pregunté a primera hora por la puerta de salida de mi vuelo. Fue así que llegué sin dificultad. Recién tomaba asiento cuando vi en mi celular un mensaje de mi hija mayor desde Dallas que solicitaba a un funcionario de la aerolínea para que me atendiera… pude así desayunar en un restaurante de enfrente, con tres boletos de comida de 10 dólares cada uno que en el counter me habían obsequiado. Con muchas horas sin probar bocado, pedí todo lo que los 30 dólares alcanzaran… panqueques con miel, huevos revueltos, pan con jamón de pavo, lo que me hizo despertar en serio. Y volví al counter donde no me tenían buenas noticias, la puerta de salida había sido cambiada de la A13 a la C14, lo que me hizo regresar al counter de donde venía un joven arrastrando aprisa su veliz… ¿“va para Tegucigalpa”? le pregunté desesperado. “sí, me dijo, venga conmigo”. Y desde ese momento me convertí en su sombra. Para mi sorpresa hicimos espera al borde de un tranvía que transportaba a los pasajeros A, B y C. Al abrir la puerta C el joven descendió de prisa por unas gradas eléctricas… yo quise pegarme a sus talones, pero una pareja se entrometió entre los dos quedando yo pegado a un gran tanate de ropa que arrastraba la señora y que casi me hizo caer de bruces al terminar las gradas.

Al estabilizarme, el joven se había perdido… no me quedó más que preguntar desesperado a un afroamericano alto y fornido: “por favor la C14” y me contestó: “Sorry, no hablar spanish” y yo con mi mejor inglés me esforcé. “Ci-fourteen” y él en su mejor inglis-spanish: “go recto… you find letra C y after C1 y así… until arriving”. Al fin llegué siguiendo la letra C, donde un gran rótulo anunciaba la salida a Tegucigalpa. Por preferencia a mi octava edad abordé de primero en una ventanilla tras la primera clase… fue así que escuché al pasajero de al lado: “prepárense para los aplausos” y es que pronto aterrizaríamos en el aeropuerto Toncontín… yo, por primera vez con gran alegría, preparé mis aplausos… al fin estaría en casa… ¡después de que un aeropuerto fantasma, se apiadó de mí porque regresaba con vida!

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