La revolución cubana, Helena Leiva y el Che

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27 de agosto de 2021
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12:05 am
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La revolución cubana, Helena Leiva y el Che

¿Vuelven los oscuros malandrines del 80?

Por: Óscar Armando Valladares

El título corresponde a un apartado del libro autobiográfico de Pompeyo del Valle, Recado para un mirlo blanco, que patrocinamos al querido poeta desde la Dirección de Cultura (UNAH), en 2011. Recuerda en él la figura de Helena Leiva, persona “suave y exquisita que a pesar de provenir de grupos sociales encumbrados, no era sorda ni ciega al dolor de los humildes”. Su concordancia con la revolución iniciada en octubre de 1944, en Guatemala, la había llevado a residir en el país de la constante primavera.

El afecto de Pompeyo y Helena era de buena ley. Una noche -refiere- fui a buscarla al Hotel Marichal, “donde se hospedaba cuando venía a Tegucigalpa, luego de restablecer su residencia en San Pedro Sula”. Le contó que durante estuvo en la capital chapina, había puesto su casa a disposición de un argentino, con el cual conseguía muestras médicas que luego distribuían en zonas deprimidas. Era médico y llevaba el nombre de Ernesto Guevara, quien poco después le manifestó: -Amiga, llegó el momento de la despedida. Me tengo que ir. No me pregunte nada, porque no sabría qué responderle. Pero eso sí, acuérdese de lo que voy a decir: oirá grandes cosas de mí-. Bueno -le dijo Elenita a Pompeyo-, ahí lo tenemos en Cuba, convertido en uno de los jefes de la revolución.

El Che, como era conocido Guevara, había abrazado la causa cubana, como combatiente en la Sierra Maestra y, a la derrota de Batista, conquistado posiciones relevantes en el gobierno de masas, instaurado en 1959 bajo el liderazgo de Fidel Castro. Ilusionado por el fuego rebelde que el ejemplo antillano avivaba en los jóvenes, creyó llegada la hora de generalizar la lucha por la independencia de América Latina y calzar la bota guerrillera, a despecho del asma arraigada en su físico.

Igual a Morazán que terció de El Salvador hacia Costa Rica en 1842, el Che -al cabo de estar en suelo africano- determinó pelear en Bolivia. Para variar, el país se hallaba en manos del poder militar con generales entreguistas del calibre de Alfredo Ovando y René Barrientos. Sin apoyo a lo interno, sin comprometer el proceso cubano -abocado a principios socialistas-, adentró una columna en la Higuera, Valle Grande, ferozmente rastreada por la CIA. Enfrentamientos desiguales y delaciones -que Guevara iba registrando en su diario de campaña-, fueron mermando la capacidad combativa a lo largo de once meses. Una emboscada aniquiló el denodado esfuerzo. Herido, torturado, llegó pronto la orden muy superior de ejecutarlo y quemar sus restos (9 de octubre de 1967).

Aunque la lucha armada parece haber perdido su condición de medio liberatorio, la entrega y el pensamiento crítico del hombre sobreviven entre quienes acuden a sus escritos y releen lo que expresaron contemporáneos y admiradores suyos: “El comandante Guevara es una señal de las mejores tradiciones éticas del siglo, y se proyecta con esa luz hacia la próxima centuria”. (Armado Hart). “Tantos años después, sigue bregando dulce y tenaz por la dicha de la gente”. (Benedetti). “Bendícenos a los que comulgamos con tus ideales y esperanzas. Bendice también a los que se cansaron, se aburguesaron o hicieron de la lucha una profesión en beneficio propio”. (Frei Betto). “En el corazón de los pueblos, vivirá la conciencia internacionalista del Che”. (Rigoberta Menchú). “El retrato del Che fue, a los ojos de millones, el retrato de la dignidad suprema del ser humano”. (Saramago). “Como libertador y precursor, como fuerza, como motivo de meditación, el Che ha crecido más todavía”. (Cardoza y Aragón). “El Che, nombre por siempre inscrito en el martirologio de América”. (Alejo Carpentier). “En poemas y discursos se irá fijando para siempre su imagen”. (Cortázar). “Ser dignos de la vida y de la muerte del gran combatiente, es la consigna que debe unir a los latinoamericanos”. (Roque Dalton). “Quiso hacer de los Andes deshabitados, la casa de los secretos”. (Lezama Lima). “Ahora es el viento, ahora es el Che peleando para siempre en el aire del mundo” (Haydée Santamaría).

Corolario: invitada por el gobierno de la isla, Helena Leiva pudo estrechar de nuevo la diestra del Che, su amigo, tiempo atrás de la cita boliviana. Falleció en su ciudad natal, el jueves 23 de agosto de 1978. Fue -como adujo del Valle- “una mujer de cristal y oro. Una gran dama. La dama luminosa de la revolución”.

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