CONMEMORANDO LA NOVELA “EL SEÑOR PRESIDENTE”
Por: J. Enrique Cardona Chapas
Releer la novela “El Señor Presidente” del guatemalteco Miguel Ángel Asturias, Premio Nobel de Literatura 1967, con el objeto de escribir algo sobre la misma, es una tarea difícil, ya que cuando se trata de una obra como esta, casi todo está dicho y si no hay algo nuevo que decir, solo nos queda repetir los lugares comunes. Por eso esta labor no agrada a muchos y a muchos nos desagrada cuando leemos cosas sobre obras maestras sobre las cuales no hay mucho que aportar más que dejar constancia del simple acto de la lectura. Posiblemente un lector genial descubra algo que había estado ahí escondido para los especialistas, pero hay que ser una especie de Borges para eso, ilusión más difícil todavía. Entonces recorramos esos lugares comunes sobre esta obra genial.
Los que no han leído este libro de Asturias se encuentran con dos firmes sorpresas: una, como lo hemos dicho, que es una obra maestra y dos, que a pesar de ser una obra maestra ha estado largo tiempo en el olvido junto a la literatura del autor. Algo aparentemente inexplicable por cuanto obra y escritor valen por su peso y la publicidad los ha dejado por fuera y por detrás de la gran fanfarria del Boom Latinoamericano. En clara contradicción a los aspectos esenciales que han marcado en el tiempo la inserción de la novela en la historia literaria nuestra (de América Latina) como una creación pionera que fija para siempre la imagen de los dictadores en la región y las novelas que surgen con esta temática en fechas posteriores no pueden olvidar el arquetipo de este dictador casi como parodias humanas sin diferencias esenciales. A esto sumamos que igualmente inaugura lo real maravilloso por influjos del surrealismo, en los mismos inicios de la vanguardia, cuando se experimenta con el lenguaje, es decir, a pocos pasos de James Joyce.
Esto se presiente en sus primeras líneas cuando asumimos que entramos a una obra similar al “Ulises” Joyceano, pero en un sentido pleno, si vemos, una técnica narrativa entre la oralidad del relato y el uso experimental de las palabras. Aunque estas líneas iníciales son solo sugerentes a nivel lingüístico son determinantes a la altura de imagen simbólica, al constituir la invitación al misterio oscuro en que se desarrolla la trama: un presagio del mal y el mundo de desasosiego que permea en la conciencia de los personajes y la oscuridad de la ciudad innombrada. Son por ello, estas palabras esenciales al inicio de la obra, que según los críticos pueden definirse como un conjuro, una jaculatoria, un ensalmo, una invocación, que no es atribuible a nadie, pero que sucede en una conciencia humana y nos dicen que entramos al mundo de Luzbel que solicita ser iluminado: “…Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre”. A estas formas de lo innombrado se suma la omnipresencia del dictador y la desconocida actividad de Miguel, Cara de Ángel, “bello y malo como Satán”, que le permite el mote del favorito del señor Presidente, aunque se intuya por qué se le considera así.
La omnipresencia o lo innombrable contrasta también con algo más absurdo, cuando descubrimos que el temible dictador es un alcohólico común, vulgar, sin educación elemental y más acorde a encarnar el mal supremo para dominar un país bajo el recurso de los asesinatos selectivos en manos de sus ángeles del mal, en el cual, contradictoriamente, encaja Miguel, Cara de Ángel, que nos recuerda un San Miguel Arcángel ejecutor de maldades y que termina emergiendo como un ángel del bien. Una inversión de roles que causa su muerte. La novela se desarrolla entre estas dos figuras visibles e invisibles y las tensiones emergen cuando el favorito va separando su destino de su amo al aflorar sus contradicciones éticas cuando intenta salvar al general Eusebio Canales y a su hija Camila, que termina en un romance con esta última y por consiguiente lo hace transitar al bien humano. A costa de debilitar su poder maligno frente al mal inamovible encarnado en su amo.
Teniendo en cuenta estos hechos absurdos la novela comienza en el momento en que el orate llamado el Pelele provoca la muerte accidental del coronel José Parrales Sonriente, otro ángel ejecutor. Este loco se pone fuera de sí cuando la gente le grita “Madre” y ese día ha recorrido la ciudad huyendo de estos gritos y al anochecer, agotado, llega a El Portal del Señor, sitio donde se reúnen muchos locos de la ciudad para dormir. El coronel Parrales Sonriente realiza una ronda de vigilancia nocturna y al ver el bulto dormido del Pelele le gritó “Madre” y como dice el novelista “una fuerza ciega” acabó con su vida, víctima de ojos extirpados, dentelladas y patadas en las zonas íntimas. El Presidente saca partido de este hecho para ordenar la muerte de dos de sus enemigos: El general Eusebio Canales y el licenciado Abel Carvajal. Aunque la culpabilidad sobre ellos es atribuida y nace de las intrigas y envidias del personaje conocido como Auditor General de Guerra, pues, a veces, se nos niegan los nombres como si fuesen anodinos frente a lo esencial del poder. Podemos decir que esta circunstancia sobre la cual arranca la novela es igualmente irónico y al final esta ironía se mezcla con la crueldad que describe Asturias. Y como dice Mario Vargas Llosa de este realismo inicial pasamos en toda la novela a la leyenda, al sueño, al teatro, al mito, a la fantasía y se le olvida decir, a un mundo sordo e infernal que atrapa las conciencias humanas, donde sucede todo, como si fueran monólogos que impulsan cada capítulo novelesco y en la cima de este mundo cerrado está el señor Presidente, que edifica una sociedad por las vías de la corrupción, la delación y la falsa vida social.
Asturias nos retrata a cada momento la maldad y la crueldad y creo ver entre las diversas variantes de estos actos, una versión diferente en el dolor y castigo que recae sobre las mujeres que forman el conjunto de personajes, al semejarse el sufrimiento de estas al sufrimiento de la Antígona de Sófocles. Así es comprensible el calvario de Fedina en las desgarradoras escenas de dolor irracional que llevan a la muerte de su niño y cuyo cadáver no se deja quitar aún después de ser dejada libre pero atrapada ya en una locura ciega que eleva el dramatismo de esta historia, solo comparable, a la crueldad que sufre Miguel, Cara de Ángel, en el sitio donde es encerrado cuando se le captura por orden del Presidente. No es casual que el capítulo donde se cuenta este dolor se titule “La Tumba Viva” que nos recuerda el ensayo de María Zambrano “La Tumba de Antígona” sobre la tragedia homónima, donde se analizan los usos y abusos del poder, que hermanan esta novela con la tragedia grecolatina. Parecidos sufrimientos padecen los personajes Camila y la esposa del licenciado Carvajal, en la búsqueda sin término de sus respectivos esposos, para que descansen en tumbas visibles, pero la dictadura no permite sus entierros, al negar la posibilidad de vida o muerte, o mejor dicho dejar sentada la certeza o abierta la esperanza sobre el destino de los castigados en las almas atribuladas de las mujeres que buscan saber de ellos.
De lenguaje a veces barroco, la novela nos recibe en un portal de locos y nos deja en un callejón sin salida, donde la utopía religiosa, impide las acciones idealistas que facilitan aún más la permanencia del poder oscuro, según la visión del Estudiante que sale de prisión, el cual, bajo los criterios de la narrativa de Asturias, es igualmente una especie de ser anónimo, sin nombre, como los que pueblan la obra.
Rememoramos, pues, en días propicios “El Señor Presidente” bajo las auspicios de la Real Academia de la Lengua Española y de la Academia Hondureña de la Lengua, con el objeto de no olvidar nuestras realidades políticas particulares.