Ensayo: LA ANATOMÍA DEL PODER Y LA LITERATURA (*)

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29 de agosto de 2021
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12:45 am
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Ensayo: LA ANATOMÍA DEL PODER Y LA LITERATURA (*)

Por: Juan Ramón Martínez

Señor subdirector de la AHL, don Nery Alexis Gaitán, don Enrique Cardona Chapas, orador de esta tarde dedistinguida concurrencia

El poder, no solo es un fenómeno humano. Lo observamos como ejercicio dialéctico, en los animales también; e incluso en el mundo vegetal, así como en el interior de la materia física, tal nos enseña la física euclidiana y la física cuántica. Esta tarde y ante el análisis que ha efectuado don Enrique Cardona Chapas, sobre la obra más conocida de Miguel Ángel Asturias y paradigmática en la esfera latinoamericana, “El señor presidente” –en su edición conmemorativa de la RAE y ASALE–, concentraré mis reflexiones sobre el poder humano: el de los políticos y su reflejo, en la literatura especialmente la latinoamericana. Aunque el fenómeno político no es, exclusivamente nuestro. Lo vemos en Europa, en Asia y en África. Y oscila, entre el poder emanado de Dios, como se creyó en occidente hasta el inicio de la modernidad que acompaña las investigaciones de Galileo y Maquiavelo, que emanaba de Dios mismo. Y que se mueve en la etapa moderna: entre el autoritarismo y la democracia moderna. Desde principios del siglo pasado, el que extrañamente y todavía sin explicaciones compartidas, originó los istmos, el nazismo, el marxismo y la democracia liberal moderna. Cuyas mejores expresiones literarias, las encontramos en Mi Lucha de Hitler, El Manifiesto Comunista de Marx y Engels y “Ensayo sobre el entendimiento humano” de John Locke. Y ahora, con la crisis del liberalismo y la democracia en nuestros tiempos, con el telón de fondo de la debilidad del cristianismo, sentimos los pasos del autoritarismo que, ya nos había anunciado George Orwell en “Rebelión en la Granja” y “1984”. Y que ahora para mi sorpresa, los hace en el “Cuento de la Criada”, la estadounidense Margaret Atwood. Todos pesimistas, contrario a las esperanzas de “Un Mundo Feliz” de Aldous Huxley.

Por obligaciones metodológicas, permítanme la afirmación que el poder: “Como fenómeno social, es pues una relación entre hombres. Y se debe añadir que se trata de una relación triádica. Para definir un cierto poder, no basta especificar la persona o el grupo que lo retiene y la persona o el grupo al que están sometidos: hay que determinar también la esfera de actividades al poder que se refiere, es decir, la esfera del poder. La misma persona o el mismo grupo pueden ser sometidos a varios tipos de poder relacionados con diversos campos” (Mario Stoppino, Diccionario de Política, 1982, 1217).

Nosotros, nos referiremos al poder político que como es natural, no está fuera de esta oportuna dimensión del poder. De modo que la antigua conclusión lógica que siempre algo está determinado o subordinado a algo superior o inferior, tiene valor. El político, no solo en el plano político, sino que también en el plano médico, psicológico e incluso alimentario está sometido de alguna manera a otra forma de poder superior. Que pueden incluir desde las circunvalaciones cerebrales, los egos desbordados, las visiones mesiánicas, los complejos de inferioridad, hasta los vicios: alcohol, el sexo, el dinero, la oposición, venganzas contra los traidores, el odio a los extraños pobres, especialmente; e incluso la autojustificación, en la que muchos ejercen el poder, como medio para esconder sus limitaciones. En la literatura es, mucho más fácil, observar, en un espacio más focalizado, todas estas dimensiones y subordinaciones del poder.

Ahora bien, es necesario ir un poco adelante. Necesitamos ver el poder en movimiento, operando, buscando el dominio de la voluntad y la fuerza del otro o de los otros. Unos dominando y otros, gozando de sentirse dominados. “Cuando la capacidad de determinar la conducta de otros es puesta en juego, el poder de simple posibilidad, se transforma en acción, en ejercicio del poder. Así es que, podemos distinguir entre el poder como posibilidad, o poder potencial y el poder ejercido, o el poder actual. El poder actual es una relación entre comportamientos” (Stoppofino,1208).

En esta dirección, hay que reconocer que el que tiene el poder, lo ejerce con intencionalidad –no siempre desde luego– como lo podemos ver en la literatura, en que el requisito de la intención, no es, sin embargo, siempre suficiente. O justificada: “Hay relaciones no intencionales, como las instauradas por reacciones o ciertos casos de imitación, a la que sería irracional excluir el poder” (Stopppofino, 1218). Es decir que el poder puede tener una intencionalidad; pero la reacción de las masas, los grupos de la oposición, los miembros de la estructura del poder –La Nueva Clase la llamaría Milovan Dilas, referida a los nuevos gobernantes que sustituyeron a los desplazados– “pueden contestar irracionalmente, fuera de la esfera de posibilidades esperadas por el poder o simplemente manifestadas por las masas, motivadas por otros hechos”. La frase de María Antonieta, la Reina de Francia, preguntando por qué protestaba el pueblo en julio de 1879, “si, ayer se les había distribuido gratuitamente pan”, es un buen ejemplo de lo que venimos diciendo. Y que los criminalistas, llaman el fenómeno detonante. Lo que confirma la aleatoriedad del comportamiento humano ante el poder, que se busca, conquista y se ejerce. O se expresa como levantamiento. Aunque antes se haya rendido, tiene posibilidad de levantarse. Triunfar o, rendirse. O huir. Pero también, ahora enfrentamos, una oleada autoritaria, en que el poder establecido ahoga la libertad individual de las personas, controla la sociedad mediante una rigurosa vigilancia, bien como lo anunciaba George Orwell; o, lo anticipa los que creen que el humano terminará siendo esclavo de las máquinas que, cuando estas aprendan a fabricar otras máquinas, volverán esclavos suyos a los seres humanos.

En el caso de América Latina, el poder político no se caracteriza mayoritariamente por la obediencia a las reglas democráticas. Por el contrario, según Octavio Paz, la figura del caudillo –heredero de la suma de la conducta del guerrero árabe y la visión política del luchador español representado por el Cid Campeador– marca nuestra historia (El Laberinto de la Soledad). Y también la de España y Portugal. Si aquí hemos tenido a Estrada Cabrera, cuyo espíritu sobrevuela maligno sobre nosotros esta tarde, Trujillo, Carías Andino, Maximiliano H. Martínez, Somoza, Duvalier, Batista, Machado, Castro, Pinochet, Pérez Jiménez, Rojas Pinilla, Juan Domingo Perón, Cipriano Castro, Hugo Chávez, Daniel Ortega en los tiempos modernos. En el pasado tuvimos a Rosas, Rodríguez Francia (inmortalizado por Roa Bastos en Yo, El Supremo) Rafael Carrera y Porfirio Díaz. Ellos, los otros continentes, han tenido a Franco y a Salazar. También a Stalin, Hitler, Erdogan (Turquía), Lukashenko (Bielorrusia), Putin. Por ello, no es accidental que la primera novela sobre el dictador, el ejercicio autoritario por el dominio de la figura siniestra que obscurece la primavera democrática continental, fue escrita en España, “Tirano Banderas” por Ramón del Valle Inclán. Tampoco lo es que las mejores novelas de América Latina, se hayan escrita tomando como materia prima la figura del dictador y el ejercicio del poder. “El Señor Presidente” de Asturias, “La Muerte del Chivo”, “Tiempos Recios” de Vargas Llosa, “El Otoño del Patriarca” de García Márquez; y, por supuesto “Yo, El Supremo” de Augusto Roa Bastos. Este hecho, que trataré de explicar después iluminado por las tesis de Richard Moore y por Enrique Krause (“El Espejo de Próspero” y “El pueblo soy yo”) ha hecho de América Latina, una suerte de vertedero, donde “los novelistas” del continente, dijo en un momento Gabriel García Márquez, “somos los buitres que estamos alimentándonos de la carroña de una sociedad en descomposición”, agregando Mario Vargas Llosa “que, nuestras sociedades se parecen un poco a los cadáveres, son las que excitan más a los escritores, los proveen de temas fascinantes”( Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Dos soledades, un diálogo sobre la novela en América Latina, 2021, 74, 75). Desafortunadamente, hay cadáveres y cadáveres. Y algunos necesitan más novelistas que otros. Por ejemplo, Carías Andino y Franco, no han motivado a ninguno de nuestros grandes novelistas que se han visto atraídos –en el caso de Honduras–, más por la explotación bananera que las explotaciones de los hondureños por los políticos. Es decir, que no tenemos buenos buitres. Hasta ahora.

El fenómeno de la dictadura en América Latina, su condición de vertedero y su impotencia para producir sociedades en donde el poder se manifieste dentro de sociedades democráticas, ya había sido anticipada, en el siglo XIX por Karl Marx, cuando juzgó, en muy malos términos, a Simón Bolívar, al cual no le vio estatura de demócrata, sino que de un autócrata enamorado del poder. Aunque Marx en esta oportunidad, estaba cargado de prejuicios eurocéntricos y deslumbrado por el desarrollo de Estados Unidos como sociedad capitalista, creía que podía hacer de América Latina, una sola América, ejemplo para el mundo, extremo en que se equivocó absolutamente. Pues bien, en pocas palabras debo decir que Richard Moore, reconoce en primer lugar –demostrando el error de Marx– que las conquistas anglosajonas y española (y portuguesa) difieren en las visiones de donde partieron sus fundadores. Los peregrinos Mayflower venían huyendo de una tiranía y buscaban un lugar para crear un espacio donde fueran respetados sus derechos de elegir y ser electos; y rendirle culto libre a Dios; España, en cambio, se encuentra en 1492 frente a una tarea para la que no estaba preparada. Se ve obligada a optar entre Santo Tomás de Aquino, en que el poder se legitima en el servicio y Maquiavelo; para el cual, es un premio a quien lo logra y por ello, debe mantenerlo. Los conquistadores españoles, firmaban capitulaciones con el rey, porque de alguna forma la conquista de nuevas tierras, era una empresa privada, en donde el riesgo era suyo y además, parte de los resultados, también suyos. Lo que los anima y estimula al guerrero que conquista tierras para el Rey, es el premio por el oro conquistado y los pueblos dominados. Conquistadas a punta de arcabuces y caballos, estas tierras las ven como un premio a sus sacrificios. Para ellos y sus descendientes. Al final, el carácter privado de la Conquista, creó sociedades inspiradas más por Maquiavelo que por Tomás de Aquino. Entre el bien común y el gusto por el poder logrado por méritos –o el miedo de dejarlo– los políticos optan por Maquiavelo y le dan la espalda a Aquino. Por ello, somos el continente de las dictaduras como constantes y las democracias como pequeños y rápidos resplandores. Creando sociedades en donde los gobiernos son más fuertes y poderosos que los pueblos; las reelecciones, una muestra del talento de los abogados para justificar el continuismo y la revuelta, la única manera, en algunos momentos, para sacar a los dictadores del poder. El problema es que el poder visto dialécticamente, tiene dos expresiones: la activa ejercida por el dictador y las estructuras que ha creado para controlar la voluntad de las personas, que son cosas y casi nunca ciudadanos, y la pasiva, representada por la población sometida, víctima del complejo de culpa, por no sacrificarse más –como lo hace su líder, el dictador– para de ese modo servir a la revolución. Porque el dictador, donde hace su primera conquista, –la más duradera– es en la mente de la población.

La brillante disertación del colega Cardona Chapas, sobre El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias, en la edición conmemorativa de la RAE y ASALE, nos ha permitido acercarnos al comportamiento enfermizo del gobernante afectado por el poder. Gabriel García Márquez, dijo en 1967, cuando aún no había terminado “El Otoño del Patriarca”, –que aspiraba que fuera el resumen de todas las novelas sobre dictadores del mundo–, que todo dictador, incluso el suyo, “tiene que justificar toda su barbarie, toda su tremenda crueldad, sin que yo como narrador tenga que asumir su punto de vista” (Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Dos soledades, 2021, 100). Asturias, no asume el punto de vista de Estrada Cabrera, dictador de Guatemala. Mas bien lo desnuda, mientras este trata de justificarse. Con una prosa extraordinaria y con un estilo innovador que no se había leído hasta entonces. Aunque Óscar Aníbal Puerto, no cree que es la mejor novela de Asturias, –el considera mejor “El Papá Verde”, sobre la United Fruit– tiene un valor enorme para entender la inclinación de nuestros gobernantes por el abuso del poder. Esta tarde hemos aprendido mucho sobre el poder como adicción, como un alcaloide sin el cual, no se puede vivir. Tanto en la expresión activa, en la figura del dictador, como en la conducta de los pueblos acostumbrados a la servidumbre. Marco Tulio Medina ha aportado aquí, la dimensión médica de la disposición por el poder, más allá de las tesis de Alfred Adler que sostenía que, la gran motivación de la conducta humana, no era la lívido sexual como enseñaba Freud, sino que la búsqueda y el gozo del poder. Característica que forma parte de la naturaleza humana. Y para la cual no hay vacuna. Solo la cólera popular en algunas veces, es decir, la violencia que no es otra cosa que el poder colectivo desbocado. O la genética, en la muerte del dictador. Pero también, hemos aprendido que los novelistas al diseccionar al dictador lo desnudan y lo ponen en evidencia, incluso en sus más débiles pequeñeces. Recuerdo en este momento la impotencia de Trujillo para desflorar a las jóvenes entregadas por sus padres para retener su amistad (la del dictador Trujillo) y conservar algo de participación en el banquete de las canonjías del poder (La Fiesta del Chivo, Mario Vargas Llosa). Como director de la AHL, me siento muy contento y satisfecho de este acto. Y muy orgulloso que, nuestros académicos hagan de esta casa de la lengua, un espacio de libertad para exponer sus ideas, para debatir sobre el futuro, cuestionar el poder y valorar sus resultados. Para saber si está al servicio del bien común. O es usado, por los dictadores, como premio a sus méritos de luchadores personales. Como los conquistadores españoles, los primeros “maestros”, en el ejercicio moderno del poder en el continente.

Muchas gracias.

(*) Conferencia dictada por el autor, director de la AHL, en la oportunidad de la presentación de la edición conmemorativa de la novela “El Señor Presidente” de Miguel Ángel Asturias, el 20 de agosto del 2021, en la sede de la Academia, en Tegucigalpa, Honduras.

 

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