EL SUBIBAJA

ZV
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31 de agosto de 2021
/
12:53 am
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EL SUBIBAJA

ACCIONES AUDACES

DECÍAMOS ayer, si por “el hilo se saca el ovillo” la campaña será un buen indicio de lo que viene. ¿Habrá debate propositivo –auscultábamos– sobre lo que realmente importa a las inmensas mayorías afligidas? Es decir sobre la discusión de los insufribles males que golpean. ¿Habrá alguna propuesta seria, mapa y brújula de cómo llegar a ella? Para que el amable público calibre entre las distintas ofertas políticas y sopese quiénes son los más preparados para tomar las riendas administrativas del próximo período gubernamental. Que no es tarea de principiantes. Más bien es desafío para estadistas. Esta vez no son pocas las opciones –13 partidos, una alianza y dos candidaturas independientes– lo que debería dar mayor latitud a la escogencia. Solo que atinar, ello es, elegir acertadamente lo que el país desesperadamente demanda no necesariamente es cuestión de cantidad sino de calidad.

Esta crisis que la peste agrava, impone un arcoíris de titánicos empeños. Y hoy, que más se ocupa de gobiernos estables, populares, capaces, efectivos, unificadores, ¿qué probabilidad darían ustedes que el próximo lo sea? Sin embargo. Aún cuando algunos aspirantes sorprendieran con planes de gobierno y propuestas de campaña, ¿cuál sería el chance que vayan a ser escuchados? ¿Que el público allá afuera –los electores desde los más jóvenes a los muy viejos– preste alguna atención a ese tipo de mensajes? Si la política aquí ha sido otra cosa que nada tiene que ver con soluciones a los problemas. Es dar función a aficionados ávidos de entretenimiento, no que se resuelvan las cosas. Se trata de satanizar al enemigo y crecer en la opinión pública, no por mérito, capacidad o talento propio. Sino como en el subibaja. Si fulano y zutano bajan mengano sube. Y si mengano, de hundir a los demás no crece lo suficiente, a resignarse con perencejo. No es dándose a querer por ser el mejor, sino evidenciar que los otros son peores. La táctica consiste, entonces, en inflamar el rechazo del contendiente. Por esa ruta es que terminan votando no a favor de algo o de alguien sino en contra de aquello y de aquel. Y por ello es que son débiles los gobiernos que llegan, porque la gente no fue que votó por ellos sino en contra del oponente. Sumado a lo anterior, ¿cuál sería realmente la atención que el auditorio dé a ese discurso? ¿Qué tan corta sería la concentración de mucha gente, puesta a escuchar algo serio? Demasiado breve. O quizá ninguna.

Qué paciencia para asimilar pensamiento útil bien hilvanado habría de gente acostumbrada a leer y transmitir solo trivialidades. Enviar y recibir mensajes urgentes –intrascendentes– de vida o muerte. Pichingos, por no molestarse a escribir oraciones completas. Burradas insípidas pero también nocivas porque es lo que divierte. Basura –“si les gusta dele un like”– que se hace vírica por la naturaleza pedestre del contenido. Ajá ¿y qué opinión les merece ese truculento sentido de hipocresía en la sociedad?: “Qué horrible eso que se dicen –eso dicen– pero en el fondo encantados disfrutan las groserías que, a diestra y siniestra, reparten con lenguaje de mecapaleros, caricaturescos personajes protagonistas del sucio espectáculo”. ¿Y si tanto les molesta asociarse a la pedantería, por qué la sintonizan? ¿Qué atención hay a lo formal de parte de una concurrencia proclive a informalidades? ¿Qué interés hay de elegir a los más competentes si la preparación no es peso colocado en la balanza para medirla a la par de la mediocridad? ¿Eso de discurso juicioso y campaña de planteamientos, no sería pólvora gastada en zopilotes? No hay duda de la involución sufrida. Estamos en una era de sociedades líquidas, de inteligencia superficial, de conocimiento por encimita, de aborrecimiento a la lectura, de culto a la ignorancia, de glorificación a la guasa, del hábito a la maleficencia, de vocación al embuste y a lo falso despreciando la verdad, propagados por las redes sociales. Pero, igual, por otros medios. No hay que asustarse, entonces, –no si apareciera el Sisimite– sino que cobre vida aquella sentencia lapidaria que “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”.

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