DOSCIENTOS AÑOS DEL ACTA DE VALLE: 1821-2021

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4 de septiembre de 2021
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12:49 am
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DOSCIENTOS AÑOS DEL ACTA DE VALLE: 1821-2021

Por: Carlos Edgardo Ayes Cerna

El movimiento independentista centroamericano nació en El Salvador en 1811, en el que mucho tuvo que ver el acaparamiento del negocio del añil por parte de las élites guatemaltecas, en especial la familia Aycinena, que eran los mayores beneficiados. Y es que la política y los negocios, o sea, la política y la economía, son actividades íntimamente ligadas, la una gira alrededor de la otra, como estrellas binarias. Tanto estas como aquellas, si no conservan la apropiada distancia entre sí, terminan destruyéndose.

El movimiento lo encabezaron, entre otros, el sacerdote José Matías Delgado y el licenciado Manuel José Arce.

Diez años más tarde, el 15 de septiembre de 1821, tuvo lugar el acontecimiento de emancipación política, al suscribirse en la ciudad de Guatemala el Acta de Independencia redactada por José Cecilio del Valle, muy a su pesar, pues sostenía que no estábamos preparados para gobernarnos por sí solos.

Valle sabía que Centroamérica estaba constituida por una población en la que reinaba el analfabetismo y el tribalismo. Las escuelas eran escasas y elitistas, en Honduras no existía ni una. Las únicas dos universidades con que contaba el istmo eran, la de San Carlos de Guatemala, fundada en 1676, y la de León en Nicaragua fundada hacía apenas 5 años.

Y los días le dieron la razón al “Sabio” Valle, pues más tardaron en llegar los pliegos de la independencia a los lindes de la Federación, que los gerifaldes criollos en fraguar la anexión al Imperio Mexicano de Iturbide; anexión que subsistió hasta cuando los mexicanos empuñaron las armas para expulsar de su territorio al impuesto emperador francés en 1823.

La primera presidencia de la Federación la disputaron Arce y Valle. De nuevo los acontecimientos le conceden la razón a Valle, cuando en el Congreso se confabularon políticos fulleros para robarle descaradamente la elección a Valle y escoger a Arce.

Mientras aquello sucedía en la capital Guatemala, en Honduras, el primer jefe de Estado abogado Dionisio de Herrera, elegido el 16 de septiembre de 1824, sería derrocado por el subjefe del Estado don Justo Milla en 1827.

A partir de entonces, desde aquellas conspiraciones al sistema institucional cometidas cuando aún estaba fresca la tinta de las firmas de los emancipadores, como presagio del futuro democrático que nos esperaba, nuestra vida política ha sido un verdadero caos.

A pesar de ser Honduras un país privilegiado por la naturaleza; bendecido con dos océanos que le permitirían ser puente y facilitador del comercio entre oriente y occidente; un territorio abundante en recursos naturales; bosques poblados de finas maderas; montañas guardando en sus entrañas los más ricos metales; feraces valles irrigados por caudalosos ríos con la suficiente energía cinética como para producir toda la electricidad que necesitaría su desarrollo agrícola e industrial y poder llegar a ser un país próspero.

Pero, ¿qué hemos hecho los hondureños con tantos dones proveídos por los cielos a nuestra patria? Pues simple y sencillamente, concesionarlos a oportunistas extranjeros, en vez de nosotros aprovecharlos inteligentemente en beneficio propio, prefiriendo dedicarnos a ser parte de un entreguista y antipatriótico cacicazgo, cual réprobos malinches.

Así fue como en los primeros 16 años de vida independiente marcamos récord al llevar al poder a 23 indolentes jefes de Estado, o sea, uno cada 8 meses, cuando la Constitución establecía un período de 4 años.

Pero recordemos que ese fue el período en el que Ferrera gobernó, gracias a la bendición de Carrera y del poderoso cónsul inglés, a quienes prometió como ofrenda expulsar a Morazán de Centroamérica después de hacerlo morder el polvo en el campo de batalla.

Pero como la realidad no perdona ni sabe de misericordia, el que resultó formando una polvareda fue Ferrera, en su desesperada huida de Gualcho, a pesar de contar con un ejército que triplicaba el del Paladín. Más, como el burro solo a palos entiende, el iluso general, exsacristán y otoñal enamorado, organizó otro ejército y, 5 meses después, al mando de 1,200 hombres de nuevo se enfrenta a Morazán, esta vez en San Pedro Perulapán, solo para recibir una paliza mayor, más aplastante y humillante que la anterior; por lo que, urgido y despavorido, saliendo de su escondite, en veloz carrera huyó del pequeño pueblo salvadoreño hasta alcanzar la frontera hondureña. Cuando por fin llegó a Comayagua, desasosegado y sin ejército, depositó el poder en el designado sustituto. Pero los ungidos, uno tras otro, no tardaban en enfermarse, encamarse y renunciar al cargo, ante el pánico de que Morazán, tras las derrotas infringidas a su jefe, decidiera invadir el Estado hondureño. Durante aquellos inciertos y aterradores seis meses, 13 aprensivos gobernantes desertaron espantados del poder, como había hecho su jefe en Gualcho y Perulapán.

A lo largo del siglo XIX, a partir de don Dionisio hasta llegar a don Terencio Sierra, sufrimos la condena de elevar y botar 67 gobernantes, lo que equivale a uno cada catorce meses.

En el siglo XX, entre largas dictaduras y efímeros gobiernos impuestos y depuestos por ambiciosos mercaderes extranjeros, avalados por potencias intervencionistas; quienes, estimulando la codicia de los caciquitos criollos y entregándoles viejos rifles, sobrantes de antiguas guerras, para mandarnos a la pelea, y al final poner al ganador como uno más de los 37 dóciles gobernantes de aquel siglo, uno cada 2.7 años.

Demográficamente hablando, hemos tenido un desmesurado incremento poblacional, al pasar de 110 mil habitantes en 1815 (incluidos 10 mil negros caribeños que poblaban 8 aldeas cerca de Trujillo, según censo del intendente Juan Antonio Tornos), a un millón en 1940 y hasta casi 10 millones en 2021; la mayor parte sin instrucción ni capacidades, en condición de desocupados.

En el campo educativo algo se ha avanzado en los doscientos años transcurridos, no como debió haber sido, pero… Hoy Honduras cuenta con más de 12,000 centros escolares, con una población estudiantil de 2 millones; 17 universidades con 270,000 estudiantes (3% de la población); alcanzando la escolaridad escasos 8 años.

La principal deficiencia de nuestro sistema educativo, considero yo, es que debería enfocar su esfuerzo, mucho más en la potenciación de los talentos naturales y la formación de valores morales en el individuo, que en la instrucción indiscriminada de materias ilustrativas que a la persona ni le interesan ni le ayudan a tener éxito en la vida.

El sistema educativo no debe frustrar los talentos naturales de la persona, bajo el juicio de no ser bueno en determinadas áreas del conocimiento. El buen maestro debe potenciar las habilidades con las que el alumno nació y en las que puede llegar a ser el mejor: no le deberían importar aquellas en las que nunca va a ser bueno y siempre fallará.

Mientras no nos convenzamos que debemos diseñar un buen sistema educativo y depositarlo en manos de maestros responsables, no es mucho lo que podrá cambiar.

A pesar de todo, hemos tenido dos nominados al Premio Nobel: Argentina Díaz Lozano en Literatura y a Salvador Moncada en Medicina; el Dr. Moncada se hizo acreedor al Premio Príncipe de Asturias en 1990, por sus investigaciones médicas. Además, también tenemos un sinnúmero de compatriotas en el extranjero, donde han ganado sobresalientes logros en los campos de la ciencia, las artes y los deportes.

Y si decidimos juzgar nuestra conducta democrática, tenemos que aceptar que nada hemos evolucionado, seguimos apegados a las mismas mañas y los mismos vicios; las elecciones, las sigue ganando el que consigue hacer la mejor trampa, como cuando Arce le ganó a Valle hace 200 años.

Pero la mayor deuda para con nuestro país, sigue siendo la que con él mantienen los políticos (quienes pareciera que pertenecen a una especie diferente), cuyas únicas habilidades son las de desvalijar al Estado y mantener dividida la sociedad con su gran experticia en sembrar odio e intransigencia sectaria en la ciudadanía, sentimientos que no permiten la unidad de la sociedad: Seguimos pensando más en la tribu, que en el país.

A mediados del siglo XIX, en 1850, el presupuesto nacional era de 125 mil pesos. Y si aquella cifra deslumbraba de tal modo a nuestros caciquitos, que hasta las armas empuñaban para arrebatárselo a quien lo manejaba, ¿qué sentirán ahora ante un presupuesto que ronda los 300 mil millones?

¿Será por eso que muchos abandonan su profesión para dedicarse a políticos?

Bueno, y a cambio del descomunal saqueo cometido a lo largo de estos 200 años de malas administraciones (con las honrosas excepciones de Morazán, Cabañas y de un par más), ¿qué hemos logrado los hondureños con un centenar de tales prototipos manejando el país, además de las 15 constituciones emitidas y el penoso índice de desarrollo humano que nos asignan las estadísticas mundiales?

200 años después, la pregunta sigue siendo: ¿Tenía, o no tenía razón Valle?

Cuando apenas se había cumplido el primer siglo de nuestra independencia, el periodista y reflexivo analista de temas de importancia nacional, don Abel García Cálix, protestaba escribiendo:

“(…) no hemos sabido hacer uso de la libertad que nos legaron los próceres. La libertad en nuestras manos, ha sido libertinaje, festín pavoroso de caníbales. Durante 105 años que cumplimos hoy de ser independientes, no podemos ofrecer ni una sola década de tranquilidad constante, de trabajo intensivo y de fraternidad creadora. ¡Tan inmensa ha sido nuestra desgracia y tan grande nuestra responsabilidad! (…). Honduras está rodeada de todo género de peligros: peligros de carácter internacional y peligros de carácter doméstico. Pero, si no hemos de salirnos del radio de la verdad, es indispensable afirmar, con acento categórico, que el mayor peligro que amenaza a la patria lo constituimos nosotros mismos. Nosotros, que, por no saber domeñar a la bestia bravía de la ambición, nos extraviamos del deber que nos impone el patriotismo, exponiéndola a las mayores angustias y las más arteras acechanzas.”

Hoy, admitiendo que las generaciones de los 200 años anteriores le hemos fallado al país, lo que queda es que la juventud sana de corazón y clara de mente, no infectada del venenoso sectarismo, repudie los desidiosos y conspiradores caciquitos nativos y retome el papel testamentario delegado por Morazán; exhortación a la que me apego y excito cumplir.

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