Del reeleccionismo a la dictadura, un “pasito”

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11 de septiembre de 2021
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12:06 am
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Del reeleccionismo a la dictadura, un “pasito”

Esperanza para los hondureños

LETRAS LIBERTARIAS

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

El “triangle amoureux” se ha completado. En El Salvador, la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, emitió un fallo para habilitar a cualquier presidente que pretenda reelegirse en el Poder. Esa jugada ya nos resulta bastante familiar. Tal como sucedió en Nicaragua y en Honduras, la sentencia de marras no es más que una burda pirueta legislativa que permitirá a Nayib Bukele afincarse en el Poder por varios años, lo que demuestra la fragilidad de la democracia y de las instituciones centroamericanas, cada vez más sometidas a los dictados de los gobernantes autoritarios. Como todos los que seguimos el rastro de los gobernantes latinoamericanos, sabemos que Bukele se ha enamorado del Poder, y terminará sentándose en la silla presidencial por lo menos unos quince larguísimos años.

¿A qué se deberá esta fiebre reeleccionista en el área centroamericana? Las explicaciones son varias, pero la verdad es una sola: se trata de una estratagema trazada por las élites económicas de cada país que controlan a los partidos políticos, de cuyo seno saldrán las figuras indicadas que asegurarán la estabilidad social del país. Puestos en el Poder, los gobernantes elegidos -no por la mayoría sino por las élites-, comienzan a tomar decisiones personalizadas sin fiscalización ni controles de ninguna especie. Pero antes, resulta vital preparar el terreno a través de un largo proceso que implica, entre otras cosas, desbaratar el contenido de aquellas leyes que frenan la reelección misma; y, por otra parte, obtener la “contribución” de los demás poderes del Estado -principalmente de las cortes de justicia-, la prensa, fuerzas armadas, organizaciones no gubernamentales y gremios que aglutinan a grandes sectores de la población, para ejercer el mandato sin los contrapesos de los grupos radicales.

La reelección presidencial en América Latina fue frenada desde el inicio de la formación de las naciones, precisamente para evitar la tentación del continuismo y darles la oportunidad a otras corrientes del pensamiento, como liberales y demócratas cristianos. Como respuesta al impedimento legal, no hubo más alternativa que romper la tradición -literalmente hablando- a punta de golpes de Estado. Por eso, los militares se obstinaron con el Poder cuando vieron que los recursos presupuestarios iban en aumento merced a los impuestos que generaba la industria y el comercio. Más tarde, a los civiles también les gustó el “jueguito”, siguiendo el modelo implantado por Hugo Chávez quien comenzó a maquillar la dictadura con el cosmético de la apariencia democrática. De alguna manera, Chávez -como Maduro- lograba controlar los organismos electorales para asegurar la victoria en cada periodo.

Cuando un mismo gobernante se reelige tres veces seguidas -según los nuevos demócratas-, ya no se trata de una dictadura sino del “cumplimiento de la voluntad popular”, tal como justificaban Chávez, Evo Morales y “Rafa” Correa en Ecuador. Una muestra, un botón: hace unos días, una periodista de la cadena alemana Deutsche Welle -DW- le preguntó a Daniel Ortega si uno podía enamorarse del poder, a lo que el dictador le contestó con cinismo: “Una cosa es enamorarse del Poder y otra cosa es estar comprometido con una causa, con un pensamiento”. La causa y el pensamiento tienen nombre y apellido: un solo hombre ejercerá el mandato en base a la voluntad personal, no según las prescripciones constitucionales. Es el famoso “decisionismo” del que hablaba Carl Schmitt, jurista del Tercer Reich.

Ni siquiera existen las razones ideológicas como nos quiere hacer creer Ortega: el amor por la reelección justifica el cumplimiento de una agenda de largo plazo que no es del conocimiento popular porque no es necesario que el pueblo la conozca. Eso sí: se recalca el motivo reeleccionista a través de la propaganda encubridora: el combate a la corrupción, a la criminalidad y a la pobreza. Bajo esta trinidad que no es tan “sancta”, el “jefe de jefes” ejercerá el mandato sin interrupciones ni cortapisas, lo que demuestra que, del autoritarismo hacia la dictadura, solo hay un pequeño paso; pequeño, sí, pero de terribles consecuencias.

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@Hector77473552

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