DERECHO DE ALEGRARSE

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12 de septiembre de 2021
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12:34 am
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DERECHO DE ALEGRARSE

QUIZAS no está reglamentado en ninguna parte. Pero desde tiempos antiguos se habla del “bien común” y de la “felicidad”, como términos entrelazados con la alegría individual y colectiva de los pueblos. Las fiestas patrias, las ferias patronales y los ruidos carnavalescos, son incentivos que neutralizan la rutina e incluso el aburrimiento. En cada país se conmemoran acontecimientos del pasado según las tradiciones y las prácticas culturales específicas.

Hace algunas décadas la conmemoración del 15 de septiembre de 1821, era algo muy especial. No nos referimos solamente a los desfiles y las bandas marciales en Tegucigalpa, San Pedro Sula y en otras ciudades del país, sino a las pequeñas celebraciones en cada una de las instituciones educativas localizadas en los municipios más remotos que alguien pudiera imaginar. Los muchachos pobres esperaban ansiosamente que sus padres o abuelos les compraran “las mudadas del quince”, con el fin de lucirlas en los actos cívicos, en las veladas poéticas o en las reuniones bailables del momento. La otra “mudada” (o cambio de vestimenta), en caso de poderla comprar, se estrenaba en la noche del 24 de diciembre de cada año. Pero la espectacularidad se esperaba sobre todo “los quinces de septiembre”, como si se tratara de un eco del espíritu de pertenencia nacional. Las personas de todas las edades realmente se alegraban. Ese espíritu festivo ha decaído en los últimos cuarenta años, más o menos.

Aunque siempre se ha cuestionado el concepto de “Independencia”, la verdad histórica es que las provincias de América Central se independizaron para siempre, tanto en lo político como en lo económico, de la Corona española. El capítulo del colonialismo respecto de otras potencias mundiales, es un tema aparte. Así que, a las élites y a los pueblos centroamericanos, les ha asistido el derecho legítimo de alegrarse y de conmemorar con bombos y platillos la fecha del 15 de septiembre, aun cuando los muchachos de las nuevas generaciones, desconozcan mayoritariamente el contenido histórico y moral de fondo que implica tal conmemoración.

Por supuesto que ahora que celebraremos, en el curso de la próxima semana, los doscientos años de Independencia de las Provincias Unidas de América Central, incluyendo la provincia de Chiapas que era parte del istmo regional, pese a las circunstancias adversas, todos estaremos en condición de alegrarnos con la remembranza de nuestros próceres regionales más ilustres, con sus aciertos y desaciertos, todo lo cual viene a significarse como un momento histórico oportuno para las reflexiones y los balances del recorrido dos veces centenario de las repúblicas que aún continúan en proceso de construcción. Ese recorrido requiere de muchas lecturas sobrias y actitudes ecuánimes al momento de pretender juzgar el pasado y el presente.

A la alegría genuina debe sumarse la reflexión serena, con el fin de atalayar los posibles derroteros democráticos que en el futuro cercano y lejano debiéramos caminar, apoyándonos unos a otros, es decir, como hondureños y centroamericanos. El modelo democrático-republicano que hemos buscado en el curso de dos siglos, nunca se ha logrado construir de la noche a la mañana. El camino ha sido zigzagueante. Por eso los empeños en esa dirección deben ser persistentes, honestos y sinceros, sin jerigonzas esnobistas o rencorosas de última hora.

Por de pronto debemos festejar las dos centurias de Independencia, según las circunstancias y las posibilidades de cada cual, sin perder la necesaria sobriedad. A pesar de los malos augurios de adentro y de afuera, los países centroamericanos, por su condición estratégica, están llamados a jugar los mejores papeles civilizatorios en un porvenir de mediano plazo. Esta “Patria Grande”, tal como la soñaba y sugería el Sabio cholutecano, merece estar a la altura cultural y económica de Europa.

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