EN RETROSPECTIVA

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14 de septiembre de 2021
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12:25 am
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EN RETROSPECTIVA

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EL gobierno mexicano no debe servir de intermediario entre Washington y los países centroamericanos, en lo pertinente a planes formulados para enfrentar las causas de raíz que originan los flujos migratorios. Los mexicanos tienen su interés particular –que más bien choca con el interés centroamericano– de atender sus propias inequidades. Ello es de aliviar el atraso de sus relegadas comunidades del sur que evidencian abismales desigualdades respecto al portentoso desarrollo de sus Estados del norte, próximos a los mercados estadounidenses. Esa, su necesidad, es lo que querrán atender aprovechando la coyuntura, para recibir la mayor parte de beneficios derivados de cualquier plan que se formule. Los gobiernos mexicanos por décadas han visto a sus vecinos del sur con fría indiferencia. Nada parecido a lo que durante el lejano pasado fue la relación histórica y cultural de proximidad entre ambas regiones. Una vez que giraron la vista hacia arriba –entendible que aquella frontera sea el fulgor de las luces– salvo excepcionales momentos, dejaron de ver hacia abajo.

Como decíamos ayer, ¿no les parecería que hablar de planes que aborden las raíces del problema migratorio y de soluciones debe contar con el parecer de todo el conjunto? Ello es, analizado también bajo el interés, la óptica, las prioridades de las naciones centroamericanas. Los planes para que sean efectivos se hacen escuchando todas las partes y no únicamente a los gobiernos, porque el gobierno, igual, solo es parte del todo. Y no solo escuchando sino que incluyendo en la ecuación el equilibrio de todos los intereses. En la década de los 80 los norteamericanos –asustados que el conflicto intestino de violencia armada regional escaló a terrible polvorín que afectaba los intereses hegemónicos y estratégicos de seguridad nacional de los Estados Unidos– enviaron una delegación exploratoria del más alto nivel, (“fact finding mission”) a investigar los trastornos que provocaban la hemorragia. Encabezamos –como titular del Ministerio de la Presidencia– la delegación oficial hondureña que actuó de contraparte a la comisión de ambas cámaras, senadores y congresistas estadounidenses. La alta comisión, encabezada por Henry Kissinger, en la efervescencia de la guerra fría, arribó a las capitales de países centroamericanos, preocupada por la creciente influencia izquierdista en el conflictivo patio trasero. En Tegucigalpa recogieron pareceres para elaborar un diagnóstico de las influencias y los efectos que sobre estos parajes tropicales había tenido la política exterior norteamericana. Su inquietud primaria, que la asistencia de Washington durante todo ese tiempo pareciera no haber incidido en mejorar las condiciones de vida, dando banderas –por paupérrimas condiciones de pobreza y atraso– a los movimientos guerrilleros de izquierda para instigar insurrecciones.

La conclusión obtenida cambió la arquitectura de la relación a la vez que transformó la posibilidad estructural de Honduras –como de las otras naciones centroamericanas– de producir y crear empleo masivo. (“Trade instead of aid”. O sea, intercambio en vez de asistencia). Cambiar la dependencia asistencial por oportunidades que abren el intercambio comercial de bienes y servicios. Que reconvierten el aparato productivo de los beneficiarios. De haber sido productor y exportador de artículos tradicionales, a la mayor diversidad y heterogeneidad de las actividades con que se cuenta ahora. Abrir el gran mercado norteamericano a productos y artículos elaborados en Honduras y las otras naciones favorecidas, permitiendo su ingreso libre del pago de gravámenes arancelarios. Un beneficio no antes otorgado. El acceso privilegiado a la amplia gama de consumidores estadounidenses. Un giro radical de su política exterior. El plan se conoció como “Iniciativa de Beneficios de la Cuenca del Caribe”. En retrospectiva, si bien es cierto que estos pintorescos paisajes acabados siguen padeciendo de aquellos y de otros males que inducen a los flujos migratorios, ¿qué habría ocurrido si no sucede aquello? Que estaríamos peor. Y que los flujos migratorios serían mareas incontrolables. ¿Cuántos trabajos y oportunidades se crearon a raíz de esos nuevos horizontes que permitieron potenciar la inercia de los recursos nacionales? (En aquella oportunidad los gobiernos mexicanos no anduvieron de “ocho con yo”, sopesando qué sacar de los beneficios. No que aquí acabe este cuento. Pero como tampoco nos alcanzó el espacio para narrar qué vela encendió el Sisimite, continuaremos. Aparte de sugerir –con el más humilde de los criterios– algunas luces sobre lo mínimo que debe incluirse en cualquier plan. Solo adelantando que años después aparecieron otra vez los mexicanos).

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