Sergio Ramírez, el perseguido

MA
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14 de septiembre de 2021
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01:10 am
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Sergio Ramírez, el perseguido

Juan Ramón Martínez

Conozco a Sergio Ramírez desde mediados del siglo pasado. Somos contemporáneos. Creo que soy un par de años mayor que él. He leído casi todas sus obras literarias y como director de la Academia Hondureña de la Lengua, me cupo el honor de presentar su candidatura al Premio Cervantes -el más importante del mundo literario español- y el que recibiera en una reñida competencia, como me dijera un colega jurado, “después de 7 rondas” compitiendo con la uruguaya Ida Vitale. La primera vez que conversamos, fue en la casa de campo de Tony Ramos, amigo entrañable de Juan Antonio Medina que, lo había invitado para venir a Honduras. Allí le encontré junto con otros intelectuales hondureños, acompañado de Tulita su esposa. Muy cercano, pero sin la brusquedad que casi siempre acompaña a los personajes de la “farándula” política y literaria nicaragüense, tiene la habilidad de escuchar y de hablar, en un tono suave. Posteriormente, nos vimos en una entrega y fi rma de una novela suya, en la que intercambió bromas conmigo, sobre mi hermano Dagoberto Martínez y Rosario Bueso, con los cuales el matrimonio Ramírez, mantiene una profunda amistad. La última vez, fue en Córdova Argentina en 2017.

Como todos, he seguido con atención la crisis nicaragüense, caracterizada por una confrontación permanente entre conservadores y liberales. Y cuya característica es que, la crisis es permanente. Jose Santos Zelaya, gran dictador nicaragüenses, impuso el gobierno de los liberales hondureños encabezados por Policarpo Bonilla y derribó en 1907 al gobierno de Manuel Bonilla; algunos colegas creen que, motivado por su disgusto frente al Laudo del rey de España Alfonso XIII que, determinó la frontera nicaragüense y que la satrapía somocista, se mantuvo torva y mal intencionada, ocupando el territorio hondureño hasta 1957, cuando los militares los expulsaron de Cruta, en la breve batalla de Mocorón. Es decir que la historia política de Nicaragua está caracterizada por la confrontación armada, la intervención externa y la dictadura familiar, como forma de gobierno. En 1979, creímos -animados especialmente por la presencia de Sergio Ramírez que, para entonces era miembro del grupo de los 12, la cara amable y confiable de la revuelta sandinista- que Nicaragua enrumbaría sus pasos por el camino de la democracia. La revolución de los 9 comandantes, fue vista con simpatía por todos. Y cuando Estados Unidos, usó a Honduras como instrumento para obligar a Nicaragua, nosotros dejamos constancia de nuestro desacuerdo. Incluso recuerdo que uno de los artículos más sarcásticos que escribí entonces, comentaba con mucha sorna, la opinión del diputado liberal Manuel Zelaya Rosales, que expresaba su sorpresa por la existencia de la contrarrevolución nicaragüense que mantenía sus campamentos en el departamento de El Paraíso, en complicidad con las Fuerzas Armadas. Gustavo Álvarez Martínez, para justifi carse, una vez dijo que prefería que la guerra se hiciera en Nicaragua para que no se derramara una gota de sangre de un hondureño, cosa que no fue cierta, pues en esa confrontación cerca de 148 hondureños perdieron la vida.

Digo lo anterior, para explicar mi postura que desde la sorpresa y la incapacidad para entender la deriva sandinista que, en momentos dio la impresión que podría ser una revolución exitosa que concluyera institucionalizada como la de México, lo que me ha llevado a censurar en privado y ahora en público, el modelo persecutorio que Ortega ejecuta en contra de sus opositores. Especialmente cuando lo hace contra Sergio Ramírez, el nicaragüense más conocido en el mundo intelectual del planeta, nos obliga a expresar nuestro rechazo por un modelo, que se practica en todos los países totalitarios, y especialmente cuando toca a un hombre que goza de nuestro respeto. Por ello, hemos respaldado la censura de la Real Academia Española, de la que Ramírez y yo somos miembros correspondientes, que ve en la persecución y orden de captura en contra suya, una expresión de barbarie elemental, que no ayuda al prestigio de Nicaragua en el mundo. Porque una cosa es que Ortega asuma una postura en contra de Estados Unidos e incluso que, en la lucha contra los Chamorro, nos recuerde los confl ictos familiares que han caracterizado la política nicaragüense y otra que, levante su puño en contra de Sergio Ramírez, que como decíamos, es la fi gura más destacada de Nicaragua en el mundo. Daniel Ortega, ¡debe rectificar!

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