Flaquezas y grandeza de Quinto Horacio Flaco

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17 de septiembre de 2021
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12:05 am
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Flaquezas y grandeza de Quinto Horacio Flaco

¿Vuelven los oscuros malandrines del 80?

Por: Óscar Armando Valladares

Un acucioso lector, conocedor de la obra magnífica del poeta Horacio, reparó muy extrañado la expresión que puse de este en el artículo “Meditaciones en el otrora Mes de la Patria”, y que reza: “El populacho puede silbarme, pero cuando voy a mi casa y pienso en mi dinero me aplaudo a mí mismo”.

Inquiere justamente de qué fuente la sustraje, a lo cual le doy respuesta: del libro de Edward Kary, “Citas famosas y frases célebres”, antólogo que estimo confiable por haber visto en obras de ese carácter muchas de las menciones que recoge en su colección de 1988. Aduce el lector -cuyo nombre no consigno, pues su inquietud es a “sotobosque”, que le parecen raras esas palabras en un autor que se preciaba de una estricta moral. A riesgo de no sacarle de la duda, deseo no obstante reflexionar sobre un asunto sobradamente interesante.

Quinto Horacio Flaco brilló más como poeta que como filósofo. Sus Epodos y sobre todo sus Odas le granjearon la justa fama que aún conserva. Sermones y Epístolas completan su haber poemático, conjunto característico por la fineza lírica y el ágil manejo de argumentos éticos.

Es de rigor, empero, analizar la personalidad, las circunstancias y amistades del autor. Hijo de un liberto, se encontraba en Atenas cuando llegaron Marco Junio Bruto y Cayo Casio Longino, asesinos en los idus de marzo de Julio César, los que en pos de soldados enrolaron a Horacio. Marchó a guerrear y en la talla de Filipo las fuerzas de Bruto y Casio “mordieron el polvo” como se dice. Años después el poeta recordaría haber tirado el escudo y huido deshonrosamente.

Además de su amistad con el también gran poeta Virgilio, dos figuras incidieron en su situación pecuniaria y social: el emperador Augusto y Cayo Cilnio Mecenas, famoso por emplear sus riquezas en bien de artistas y literatos y de quien obtuvo una heredad campestre en la región de Sabina. Allí dividió su vida entre el placer, el vino y la poesía. En el ámbito amatorio no hay nada preciso. Nombres de mujeres -Cloris, Glícera, Fines- se ignora si eran amantes o musas suyas. Igual duda persiste con Ligurino, un supuesto mancebo. En una de las epístolas se define a sí mismo “de cuerpo pequeño, prematuramente encanecido, bronceado por el sol, presto a la ira, pero para aplacarme pronto”. Panegirista de Augusto, cuando este se queja de que no se haya dirigido a él en ninguna parte de las “Sátiras”, y le reprocha: ¿acaso temes que te traiga mala fama en la posteridad por aparecer como confidente tuyo?, Horacio se excusa de esta suerte: “Puesto que tú te ocupas de tantos y tan importantes negocios (defiendes a Italia
con las armas, la engalanas con las buenas costumbres, la reformas con las leyes), pecaría yo contra el bien público si entretuviera tu tiempo, César, con una larga conversación”. No sabemos si es sincera o irónica tanta modestia, aunque suena más bien a lo último, señala Vicente Cristóbal López, traductor de las Epodas y Odas.

Por su parte, Julián Motta Salas destaca en su libro “Letras griegas y latinas”, “No se crea que estuvo lejos de la general corrupción de su siglo. Bien dicen sus versos que fue un epicúreo, que no tuvo en cuenta sino el momento pasajero y no los celestiales halagos de una vida futura. Pagó tributo al placer y a la alegría de la hora fugitiva, algunas veces consumido en indignas bajezas”. Si bien no amasó grandes fortunas, cuidaba de su “plata”, por lo que a mi entender pudo haber expresado, la cita que da origen a este comentario. Según un biógrafo suyo, se vio envuelto en la encrucijada de dos mundos, como todos los de su época, “y en la entrevía del placer y la virtud, o, mejor dicho, en los dos caminos simultáneamente”. Lector y nuevo amigo unido por un lazo de afinidad literaria: espero que sigamos compartiendo flaquezas y consejos de Quintus Horatius Flaccus, y seamos como él firmes en las situaciones difíciles, como las que estamos padeciendo los hondureños, y, “con sabiduría, podamos recoger las velas hinchadas cuando el viento nos sea demasiado favorable”.

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