A preparar el Tricentenario

ZV
/
18 de septiembre de 2021
/
12:26 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
A preparar el Tricentenario

Esperanza para los hondureños

Por: Héctor A. Martínez
(Sociólogo)

Soy de los que piensan que debemos celebrar con entusiasmo el Bicentenario de Independencia de nuestra nación, no solo el 15 de septiembre, sino, durante todo el año. Por respeto y por memoria. Debemos hacer caso omiso de los acres y pérfidos señalamientos ideológicos que la izquierda le imprime al pasado colonial, y a todo lo que guarde relación estrecha con la presencia del “imperialismo norteamericano”, como solían decir los revolucionarios en los años 80; Debemos celebrar pese a las circunstancias políticas por las que atraviesa este país, al que no le vemos un futuro resplandeciente ni un próspero porvenir.

Pese a ello, no podemos -bajo ningún esquema ideológico, partidista o religioso-, dejar de resaltar nuestra belleza natural, la cultura, la historia y los aportes de los buenos hijos en todas las esferas de la sociedad. Para cada faceta de nuestra vida nacional, hay efemérides y biografías que debemos rescatar por cuestiones axiológicas y por orgullo.

Hasta los años 50 del siglo XX, ilustres hijos e hijas de estas tierras sembraron con su pensamiento el ideal de la unidad nacional, que hoy reclaman aquellos mismos que promocionan con su falsa erudición y su fastidioso engreimiento, un pretendido patriotismo, imposible de resucitar en medio de la corrupción institucional que padecemos en este momento de infortunio. Algunos nombres insignes, echados al olvido, forjaron un verdadero espíritu de respeto y de concordia, equidistante con los cimientos morales de los padres fundadores. Nombres como el de Rafael Bardales, Fausta Ferrera, Perfecto H. Bobadilla, Miguel Navarro; Marcos Carías Reyes, los poetas Daniel Laínez, Miguel Rico y Josefa Carrasco, entre muchos otros, son los que debemos rescatar de los amarillentos y apolillados libros de lectura de antaño, y mostrárselos a los “cipotes” del presente como parte de la esencia de aquella educación que ponderaba la virtud cívica y la ciudadanía, que buena falta nos hace. Esos valores patrios se devaluaron por completo. Hoy en día, solo nos queda el recuerdo de los viejos dómines y de aquella escolástica que impregnó de respeto la educación en la primera mitad del siglo XX. Por desgracia, muchos de los retoños de la descomposición moral son los que ocupan los puestos de decisión en las instituciones hondureñas; por alguna razón, los demonios de la impudicia penetraron en los hogares de las mejores familias, en la academia y en los gremios, cambiando por completo la decencia por el envilecimiento, la integridad por la inmoralidad. Si alguna vez tuvimos un ideal de nación, ese proyecto hoy yace zozobrado en el fondo de las aguas de la ignominia y del fracaso.

El Bicentenario de la Independencia va quedando atrás: del 15 de septiembre del 2021 hacia adelante, corre el tiempo del Tricentenario. A partir de ahí nos aguarda una tarea impostergable que no requiere de sofismas, de filigranas discursivas ni de artificios intelectualoides, sino de acción: del rescate de la nación. Proyectarnos al futuro, que yace entre nosotros desde hace treinta años de globalización, debe ser nuestro objetivo inmediato; pero antes, hay que moralizar la política, la empresa y la academia, porque sin principios rectores nos precipitamos hacia la muerte como nación. Modernizarse no significa desvanecer la tradición ni los valores inmutables y universales, ni es eso tradicionalismo conservador; al contrario: revolucionar las instituciones públicas y privadas requiere de un adoctrinamiento largo y paciente de los ideales que un día nos legaron los fundadores de la Patria. “Un pueblo no puede vivir con sus glorias desconocidas y sus vergüenzas al desnudo, sin que propenda a huir de sí mismo y disolverse” decía el pensador español Ramiro de Maeztu.

Rememorar es sinónimo de reconstrucción, en este caso, del espíritu nacional. Y para ello necesitamos cambiar toda la concepción del Poder, rescatar la política y enderezar la misión de las instituciones, no con planes anárquicos, sino con fines edificantes. Precisamos insuflarles esperanzas a los hondureños, no con mentiras electoreras ni empresariales, sino con un gran proyecto de desarrollo que, dentro de unos cuantos años, sea sinónimo de riqueza, de armonía y unidad nacional.

 

Más de Columnistas
Lo Más Visto