“ABEL GARCÍA CÁLIX. INTELECTUAL SOBREVIVIENTE DE ÉPOCAS Y OLVIDOS”

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19 de septiembre de 2021
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12:35 am
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“ABEL GARCÍA CÁLIX. INTELECTUAL SOBREVIVIENTE DE ÉPOCAS Y OLVIDOS”

ÓSCAR ANÍBAL PUERTO POSAS

Excelentísimo S. director de la Academia Hondureña de la Lengua,
D. Juan Ramón Martínez Bardales:

Dr. Mario Argueta:

Lic. Abel García Bonilla, nieto del autor que hoy recordamos
y familia que le acompaña:

Señores y señoras:

Mario Argueta, miembro de esta Academia y, también de la Academia de Geografía e Historia; me mantenía al tanto de los avances de esta obra; pero mi sorpresa fue mayúscula cuando me informó que Abel García Bonilla, deseaba que yo presentara la obra. Espero estar a la altura de sus expectativas.

Conozco a Abel García, desde nuestra ya remota infancia. Estudiamos en la misma escuela, la “Federico Froebel”, mejor conocida como “La Paquita”. Pronunciar el nombre alemán se le hacía difícil a los sencillos pobladores de la Tegucigalpa de los años cincuenta y, entonces, decidieron denominar al centro educativo por el hipocorístico de su directora y fundadora Paquita Guerrero de Lardizábal. Quien fue una gran educadora y una exquisita mentora.

Recorriendo Tegucigalpa, inquieta ciudad que cada día crece más, para mi satisfacción, encuentro que en la colonia de clase media “San José de la Vega”, hay una escuela que lleva su nombre: “Paquita Guerrero de Lardizábal”. Es un inmueble acogedor y augusto. En ella se han educado miles de niñas y niños, hijos de los laboriosos vecinos de ese espacio de la ciudad capital.

Abel García Bonilla, me lleva un año de vida, él nació en 1942 y yo en 1943. A la hora del recreo, una fuerza misteriosa nos aproximaba. Nos buscábamos y conversábamos. A nuestro rededor corrían núbiles doncellas. Nenúfares vivientes. Rosas en botón. No diré sus nombres. No viene al caso… Fueron días preciosos de ensoñación.

Luego lo perdí de vista. En encuentros casuales el afecto perdura; la amistad se reanuda. Porque la vida es así… A todo esto, no sabía que era el nieto de Abel García Cálix, un escritor al cual fuerzas derechistas han querido relegar al olvido. Quizá porque García Cálix llevaba “en las venas sangre jacobina”. La frase no me pertenece. La dijo sí, Antonio Machado y Ruiz (1875-1939); a quien Francisco Franco, arrojó al exilio y a la muerte.

Abel García Bonilla tuvo el acierto de confiarle la elaboración de esta obra al doctor en Historia Mario Roberto Argueta Dávila. El mejor historiador de Honduras. Autor de una veintena de obras relativas a hechos y personajes de la historia patria. Su nombre va a trascender a las futuras generaciones, además que por su obra escrita por haber organizado la Colección Hondureña del Sistema Bibliotecario de la Universidad Autónoma de Honduras. ¿Qué espera el señor rector, doctor Francisco Herrera Alvarado, para darle el nombre de Mario R. Argueta, a la Colección Hondureña del Sistema Bibliotecario del Alma Máter? De igual manera, el Archivo Nacional debería llevar el nombre de Antonio R. Vallejo, el historiador que lo organizó.

Señoras y señores:

Este es un día trascedental. No todos los escritores hondureños han sido biografiados. Juan Ramón Martínez, actual director de esta Academia, escribió: “Ramón Amaya-Amador. Biografía de un escritor” (1995). No contento con salvar del olvido a su ilustre paisano, escribió: “Lucila Gamero de Medina: una mujer ante el espejo” (1994). Asumiendo una tarea que le correspondía a algún intelectual –hombre o mujer, de “la ciudad de las colinas”. Que los tiene y de alta calidad. José Antonio Fúnez, profesional de la literatura con estudios en España, se ocupó de nuestro Froylán Turcios. Tengo entendido, que la vida y obra del gran olanchano fue su tesis de grado. Lo anterior no demerita el libro de don Medardo Mejía: “Froylán Turcios en los campos de la estética y el civismo” (1980). Mientras no lea la obra de Fúnez, seguiré creyendo que el mejor homenaje al autor de “Flores de Almendro”, es el libro de Medardo Mejía. Ahora bien, el trabajo de Mario Argueta, fue ímprobo y triptolémico, Abel García Cálix no dejó ningún libro publicado. Sí, un libro inédito. Jacobo Cárcamo, tiene su biógrafo, Óscar R. Flores, el libro se titula: “Que no nos llore nadie”. Es un gran aporte a la biografía de literatos hondureños. A mi juicio, el mejor homenaje jamás escrito a un poeta nacional.

La profesora Esther Soto viuda de García Cálix, hizo esfuerzos, casi heroicos, para publicar la obra inédita de su marido. Una editorial mexicana la defraudó y su compadre, Rafael Heliodoro Valle, no la apoyó, no obstante sus rogativas al respecto.

Mario Argueta, se puso mascarilla, y entró al Archivo Nacional. Buscó “Pabellón Latino”, periódico que editó en la ciudad de La Ceiba, Abel García Cálix, “Pro patria, donde él colaboró”. Diario “El Cronista”, cuando lo dirigió Alfonso Guillén Zelaya, y el epistolario que con amor conservó la familia, de las cartas cruzadas entre Abel García Cálix y Rafael Heliodoro Valle (ya informé que eran compadres), y otras personalidades, entre ellas Salatiel Rosales. Este es un libro con sabor a sudor. Su autor, seguramente, superó desalientos. Pero la obra está aquí. Solo queda leerla y disfrutarla.

Colegas académicos:

Sería una blasfemia concluir este discurso, sin hablar, a grandes rasgos, de Abel García Cálix. Nuestro hombre nació en Juticalpa, Olancho, el 1 de febrero de 1890. Posiblemente en una quinta o Carmen. Vocablo proveniente de Granada, España, para describir una vivienda con huerto o jardín.- Todavía tienen esta característica las casas de Juticalpa. Es posible, entonces, que de Andalucía provenían sus primeros pobladores. Es un tema interesante. Dejo este desafío a nuestros jóvenes historiadores. En cambio, el modernismo, en Tegucigalpa y en San Pedro Sula, amenaza con hacer desaparecer las viviendas de una sola planta, con tejas de barro, jardín y huerto. En cambio, se construyen gigantescos edificios. Viviendas verticales, “quinientas ventanas y ninguna flor”, como proclama el poeta argentino Evaristo Carriego.

En mis mocedades, la lucha por la vida, me llevó a Juticalpa. Busqué las casas donde nacieron sus grandes escritores y escritoras. Encontré –ciertas placas descriptivas- la casa en que nació Froylán Turcios. En su “Memoria”, publicada por la Editorial Universitaria, en 1980.- Froylán afirma haber nacido en el seno de una familia adinerada y no miente. Tuve ante mi vista una enorme mansión de casi una manzana de extensión. La de Alfonso Guillén Zelaya, es más modesta. Aunque tampoco afloran en ella vestigios de pobreza. El autor de “El Oro”, es el único intelectual olanchano, cuyo busto de mármol se yergue en la plaza central. Alguien me dijo que se debió a la bonhomía del doctor Juan Manuel Gálvez, que fue presidente de Honduras, adversario político de Guillén Zelaya, pero con quien siempre mantuvo amistad. Bajo del busto hay una frase, que se atribuye a Guillén Zelaya: “Olvido del pasado y conciliación nacional”. Olancho apartó de mi alma mitos. El olanchano es cordial, no tengo ninguna queja de sus pobladores.

Volviendo al tema, no encontré la quinta donde nació Abel García Cálix. Las autoridades municipales han descuidado la iconografía. Juticalpa, es una ciudad donde ha enmudecido la historia. Contrario a Comayagua. Allí vi la placa de la casa en que nació Joaquín Soto, el autor de “El resplandor de la aurora”. Nació en una casa modesta, que no me explico cómo ha resistido el paso del tiempo. También aprecié la placa de la casa en que nació el doctor José María Ochoa Velásquez. La casa en que murió el general José Trinidad Cabañas. La que señala el sitio en donde Francisco Morazán contrajo nupcias con doña María Josefa Lastiri (hoy ocupada por la Clínica Bendaña). En fin, es tan grande la pasión de Comayagua por la iconografía que es la única ciudad de Hispanoamérica donde en su entrada se levanta un busto. El busto del poeta Antonio José Rivas, autor de “Mitad de mi silencio”; sin duda uno de los mejores poetas de Honduras, en el siglo veinte. Comayagua es amable a partir de su Catedral y sus poetas. Repugnan las pretensiones de grandeza de algunos de sus habitantes.

Volviendo a Abel, fue maestro y periodista, escritor de pluma fina. En el libro de mérito, don Mario Argueta nos ofrece una antología, donde es dable apreciar su estatura mental.

Abel García Cálix, con el apoyo de sus padres José María García Zelaya y Mercedes Cálix, viajó a Tegucigalpa, ciudad donde cursó estudios de magisterio. Su clara inteligencia le permitió la obtención del título de maestro de instrucción primaria. Profesión que ejerció en algunos tramos de su vida. Si bien, su verdadera pasión fue el periodismo. Lo ejerció en la ciudad de La Ceiba. Donde fundó el diario “Pabellón Latino”. Su prédica era antiimperialista. Abel García Cálix fue eso un antiimperialista. Nunca llegó a ser comunista. Lo suyo pudo ser un “arielismo”. Esta palabra se la escuché a don Ventura Ramos, en una conferencia sobre Froylán Turcios, a manera de seguidores de los principios del uruguayo José Enrique Rodó, quien fue un verdadero paladín de la libertad de conciencias. Autor de “Ariel”, que tanto había de influir en la juventud del siglo XX. “Ariel” contrapone el idealismo hispanoamericano, al utilitarismo norteamericano.

La Ceiba, según su historiador, Rafael Antonio Canelas fue, a inicios del siglo XX, “la meca” de la intelectualidad hondureña. Hacia allá emigraron Salatiel Rosales –egregia pluma- Paca Navas de Miralda –con el tiempo autora de la novela de denuncia social “Barro” – Abel García Cálix y por raro que parezca Ricardo Arenales, más conocido como Porfirio Barba-Jacob. Célebre poeta colombiano.

“La Vaccaro”, que luego daría paso a la Standard Fruit Company, no miraba con buenos ojos a estos muchachos inquietos. A través del Comandante de Armas, “Coronel” Carlos Lagos, cuñado del presidente Rafael López Gutiérrez, los hizo expulsar de su propio país. Primero fue Salatiel Rosales, enviado por goleta a Belice y, luego corrió igual suerte Abel García Cálix, desterrado a Cuba. Gobernaba la mayor de las Antillas, Armando Menocal, quien llevó a su país a la bancarrota y la miseria. Abel García Cálix, vio, se espantó y se fue.- En uno de sus escritos posteriores hizo duras apreciaciones del famoso “Diario de la Marina”, expresión del conservadorismo a ultranza.- Fue el principal periódico de Cuba, con raíces en la colonia Española, a la cual defendió; ya desapareció.

Abel se trasladó a México, en el país de Benito Juárez, vivió nueve años, trabando como periodista. Comenzó como reportero y terminó como editorialista del diario “El Globo”. Pasó al diario “El País”, en tanto México se agitaba en una revolución. Al estallar la así llamada “guerra de los cristeros” (La Iglesia contra el Estado). “El País toma el partido clerical. El entonces presidente de México Plutarco Elías Calles, averiguó la nacionalidad de Abel García Cálix y lo regresa a su país de origen. Nunca más volvería a México; no por resentimiento, sino por falta de oportunidad. En la copiosa correspondencia con su compadre Rafael Heliodoro Valle, queda de manifiesto el amor que hasta el fin de sus días. García Cálix, tuvo hacer la tierra azteca.

En Honduras, vuelve al magisterio, es docente en el Instituto Nacional (hoy Instituto Central “Vicente Cáceres”). Entonces dirigido por el Ingeniero Norberto Guillén. Ello no lo inhibe a seguir escribiendo en “El Cronista”, entonces dirigido por su paisano Alfonso Guillén Zelaya (1888-1957). Gobernaba Honduras, el doctor Miguel Paz Baraona (1863-1937). Un nacionalista moderado, aunque no al grado, que se le llame “Padre de la Democracia”. Juan Manuel Gálvez fue secretario del presidente Paz Baraona. Le aprendió cierta bonachonería; no tomarse demasiado en serio a sí mismo, arte difícil de adquirir y a ejercer la política para servir y no para agraviar. Con estas cualidades adquiridas, Gálvez al llegar al poder (1949-1954), hizo una fecunda administración que dejó su impronta en la historia nacional.

Nada tuvo que ver Paz Baraona, ni su equipo de gobierno en la trágica muerte de Abel García Cálix, ocurrida el 12 de mayo de 1927. Tres años antes, Honduras había sufrido una cruel guerra civil. La guerra de 1924, la más sangrienta que registra nuestra historia. Todavía no habían cicatrizado las heridas del alma. En el aire flotaba aún el odio entre hermanos. Esas guerras habían dado una “vendimia”. Hombres despojados de todo impulso pietista, con grados militares inventados. Uno de ellos, el “Coronel” Calixto Carías, terminó con la vida de Abel García Cálix. Fue un suceso que indignó a Tegucigalpa y corrió la noticia en todo el país. El hechor se dio a la fuga. Días después su tío el abogado y general Tiburcio Carías lo presentó ante los tribunales de justicia. Carías, hombre avezado, aspiraba al solio presidencial y no le hacía ningún favor el suceso sangriento que ocasionó su sobrino. Se ha dicho que fue un crimen “a sangre fría”. Ello es discutible, al parecer discutieron. La persona que estaba más cerca de Abel García Cálix, Marco Antonio Rosa, testificó en la causa. Más el autor del libro “Mis tías las zanatas” no nos cuenta qué declaró. Toño Rosa tuvo una larga vida (murió en 1983), escribió en abundancia y nunca se refirió al trágico suceso. Ahora bien, Abel García Bonilla, dio mandato a Mario Argueta para que su ilustre abuelo “sobreviviera de épocas y olvidos”. Se ha logrado el objetivo: Alzaprimar al personaje. Que no revivir rencores.

Según el autor, luego de la muerte de Paulino Valladares no había habido en Honduras, otra manifestación de dolor colectivo tan grande como la que se dio el 13 de septiembre de 1927, cuando los restos del gran escritor fueron conducidos al Cementerio General (entonces no habían cementerios privados y dormían por igual ricos y pobres el sueño eterno).

Hubo los discursos de ocasión. Manuel Ramírez, más conocido por su seudónimo literario “El atrevido Garzón”, alzó su voz en el quiosco del parque Morazán. El mejor discurso, dicho desde un balcón de la “Casa Soto”, lo pronunció el doctor Vicente Mejía Colindres. Este integérrimo ciudadano que llegaría a ser presidente de Honduras (1929-1933), cultivaba el talento de la oratoria. Fue una prosa breve. Dos cláusulas nimias, para no detener la marcha del cortejo fúnebre.

Su óbito sacudió a Honduras. Desde Danlí, Lucila Gamero de Medina, envió –vía telegrama- a la familia doliente este menaje de bella factura: “Hondamente conmovida deploro la pérdida irreemplazable del distinguido compañero Abel García Cálix. Flores para su tumba. Uno mi pesar al de sus inconsolables deudos”. Desde La Ceiba, Zoroastro Montes de Oca, envió esta metáfora: “Mi corazón es hostia de sangre en estos momentos de trágica tristeza”. Y desde Olanchito, el suelo de mis mayores, Manuel Cálix Herrera, actuando como secretario Interior del Consejo directivo de la Federación Obrera Hondureña, fue escueto en su mensaje: “Esta sociedad suplícales dar pésame a la familia García Cálix”. Zoroastro y Herrera Cálix, consideraron al fallecido “un intelectual orgánico” del movimiento obrero y del naciente Partido Socialista. Sin embargo, sobre el ataúd de Abel García Cálix, colocaron la bandera roja y negra del anarquismo y con ella lo enterraron. Los precursores del socialismo hondureño estaban mal informados. Creían, por ejemplo, que Prohudon era comunista. El publicista y político francés, autor, entre otras obras de “Sistema de contradicciones económicas” o “Filosofía de la miseria”. Motivó la incisiva réplica de Marx “Miseria de la Filosofía”. De la misma manera admiraron a Saint-Simon, Owen y Fourier, socialistas utópicos. Al correr de los años, sobre todo al regresar al terruño Juan Pablo Wainwraight Nuila, rectificaron sus posiciones y, a comienzos de los años treinta, fundaron el Partido Comunista.

En esta historia falta mencionar una heroína: Esther Soto, la esposa de Abel García Cálix, originaria de Cedros, maestra como su esposo. Se hizo cargo de la manutención y educación de sus cuatro hijos: Tulio, Abel, Esther y Raúl, todos ellos de apellido García Cálix Soto. Les dio profesiones. Esto es: armas para enfrentar la lucha por la vida.

Don Tulio, abogado, fue mi profesor de Notariado en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH). Nunca me imaginé de quién era hijo. No fue escritor, fue escribano. De elevada estatura. Formal vestimenta abogadil y de sonrisa fácil.

Mis amigos y amigas:

No debe pasar sobre este ambiente el ala negra de la tristeza. Todo lo contrario, que campee la alegría. Hemos, esta tarde, encendido, cual llama eterna, la memoria de un gran hondureño: Abel García Cálix. Es hermoso que haya ocurrido en el seno de la Academia Hondureña de la Lengua.

Muchas gracias.

Tegucigalpa, MDC, ____ de agosto de 2021

(*) PALABRAS DEL MIEMBRO DE NÚMERO DE LA ACADEMIA HONDUREÑA DE LA LENGUA, SR. D. ÓSCAR ANÍBAL PUERTO POSAS, EN EL ACTO DE PRESENTACIÓN DEL LIBRO

 

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