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23 de septiembre de 2021
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Partir en sábado

Marzo de mujeres

PERFILES

Por: Carolina Alduvín

Uno de los principales personajes del gran poema épico fundacional de la India, el Mahabharata, es Bhishma, el mentor de ambos grupos de hermanos enfrentados en la guerra del Kurukshetra, a quien los dioses concedieron el privilegio de poder elegir el momento de su muerte, como recompensa a haber hecho voto de celibato para que a su padre le fuera concedida la mano de la mujer que amaba; renunciando así, tanto a su propia herencia, como a una descendencia que pudiera reclamar legítimos derechos de sucesión. Esa misma elección parece haber sido otorgada al amigo Ovidio A. Gómez Garay, quien partió la semana pasada, en su día favorito, sus hijos se encontraban reunidos en su natal Progreso, con 92 años bien aprovechados prestando servicios a la patria, su familia, sus compañeros y sus amigos de toda la vida.

Nacido en pleno auge bananero, hijo del matrimonio entre el profesor olanchano Gustavo Gómez y Priscila Garay, una de las más cotizadas modistas de la ciudad ribereña en el siglo pasado, compartió su infancia junto a numerosos hermanos de crianza en la casa solariega del bulevar Elena Kulman. Luego de su servicio militar, entró a laborar en el servicio ferroviario de la compañía frutera, capacitándose igualmente en el arte de la forja y siendo entusiasta partícipe de los movimientos sociales gestados al calor de la ideología que numerosos agentes clandestinos propagaban a lo largo y ancho de las fincas bananeras de la costa norte.

Fue así que estuvo junto a sus compañeros, en el mero inicio de la gran huelga bananera de 1954 y resistió valerosamente los famosos 70 días de asedio, persecución y represión, gracias a los cuales se dio la apertura necesaria para sentar las bases del sindicalismo hondureño, el Código del Trabajo, la seguridad social y las significativas conquistas de que hoy goza la clase trabajadora organizada. Ser uno de los últimos sobrevivientes, lo hicieron a lo largo de los últimos años, sujeto de numerosos homenajes y conmemoraciones en cada mes de mayo, presenció la inauguración del monumento erigido a escasos pasos de la línea ferroviaria y el legendario puente La Democracia.

Sufrió persecución en los días posteriores al triunfo de la causa, por lo que decidió asilarse en la hermana República de Costa Rica, donde conoció a la sabia y devota Olga Marín, con quien formó una ejemplar familia de dignos servidores a Honduras. Instaló en su propiedad uno de los talleres de herrería insignes de la ciudad, proporcionando capacitación y empleo a numerosos jóvenes durante la segunda mitad del siglo XX y siendo proveedor independiente de buena parte de la infraestructura que estaban dotados los campos bananeros. Conservando siempre su espíritu rebelde, la palabra fácil y el aleccionador ejemplo del trabajo duro y constante que le permitió forjar igualmente hombres y mujeres de bien, profesionales que igualmente sirven a la patria.

Entre ellos, mi buena amiga Mercedes, con quien a lo largo de las últimas décadas hemos compartido penas y alegrías, largas conversaciones filosóficas, así como las más recientes habladurías de pueblo y vecindario, tampoco ha faltado una que otra iniciativa productiva en las artes que nos legaron nuestras madres y abuelas, en las que hemos aprendido lecciones y disfrutado grandes satisfacciones, el ver los triunfos de la nueva generación y fortalecer día con día el valor de la amistad pura y desinteresada. En mis visitas a la casa familiar, siempre hubo una jocosa bienvenida de parte de Ovidio, jamás faltaron los brindis, las bromas, la fraternal cena compartida, amanecer compartiendo experiencias y novedades, un buen consejo y los mejores deseos para el viaje de retorno a la capital, o a donde me llevaran los vuelos que abordaba en La Mesa. Era un placer verlo feliz al apreciar los buenos momentos que compartimos con su hija.

Ya en sus años de retiro, gustaba de arreglar el patio, ordenar una y otra vez sus herramientas de trabajo, alimentar a sus mascotas, cosechar los mejores mangos y aguacates de la cuadra, compartir con los vecinos, armar la fiesta cada sábado con sus antiguos compañeros de la compañía y participar de los paseos y fiestas familiares. Su carácter campechano le generó centenares de amistades, de las cuales le tocó ver partir a la mayoría; igualmente un día, se vio forzado a dejar de brindar por haberle sido prescrita un batería de antibióticos, en un descuido, el virus de moda lo alcanzó, partió en sábado luego de resistir muchos más días que los jóvenes.

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