“Samuelito”, amigo finísimo

ZV
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26 de septiembre de 2021
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12:01 am
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“Samuelito”, amigo finísimo

Las mascarillas y otros trilemas

Clave de SOL:

Por: Segisfredo Infante

El círculo de la soledad crece cuando las personas más cercanas a nuestras vidas se marchan, sin previo aviso, hacia regiones ignotas. En los últimos tres años han fallecido amigos y parientes que han dejado un vacío en nuestro derredor. Pero también en lo más recóndito del alma. Quiero mencionar algunos nombres: Luis Martín Alemán Castillo, Abraham Pineda Corleone, José Luis Quesada, Américo Reyes Ticas, Francisco Alirio López, Dagoberto Espinoza Murra, Fredis López Rol y Samuel Villeda Arita. Uno mira hacia todos lados y es difícil vislumbrar el horizonte, pues las personas con las cuales se podía conversar sin prejuicios y sin ninguneos, han viajado hacia la bruma. Esto significa que disminuyen nuestros asideros individuales, y como consecuencia caminamos los extraños senderos como si fuéramos a la deriva. Pues la verdadera amistad no se inventa ni tampoco se decreta. Es más bien algo maravilloso que emerge espontáneamente desde los remolinos y recodos de la existencia espiritual y física.

Así apareció Samuel Villeda Arita, de la manera más espontánea, en el curso de mi segunda y tercera juventudes. Casi en los bordes del otoño. Porque nunca habíamos sido amigos. Apenas me enteraba de sus columnas en las páginas interiores de LA TRIBUNA, y tal vez porque había leído uno de sus libros. Un día de tantos llegó una carta de invitación a mi oficina universitaria, informándome que el premio de ensayo de los “Juegos Florales de San Marcos de Ocotepeque” llevaba mi nombre, y que había una habitación, en un hotel, esperándome. Fue el primer homenaje, de tres o cuatro, que me obsequió Villeda Arita, con escasos conocimientos mutuos. En aquel viaje me acompañaron el poeta y articulista Enrique Cardona Chapas y el crítico de literatura José D. López Lazo. La primera estadía en San Marcos de Ocotepeque fue acogedora.

El segundo homenaje que me regaló el poeta y promotor cultural Samuel Villeda Arita, sobre la base del conocimiento, promovido por la “Sociedad Literaria de Honduras”, se realizó en Tegucigalpa. Tal homenaje fue colectivo, dedicado a los ensayistas Segisfredo Infante, Elvia Castañeda de Machado (más conocida como Litza Quintana) y Mario R. Argueta. Se verificó en el Museo de Historia Militar, en el antiguo Convento de San Diego, casi a la par de la estatua de José Cecilio del Valle. Fue un evento especial, con asistencia exclusiva. Todavía conservo el precioso afiche.

Cuando Manuel Zelaya Rosales estaba a punto de asumir la Presidencia de la República, “Samuelito”, como le decíamos muy afectuosamente, andaba empeñado en que yo me convirtiera en ministro de Cultura. Le aconsejé que abandonara tal iniciativa, pues nosotros éramos de un partido político diferente, y éramos ajenos a las amistades más cercanas del nuevo inquilino del palacio presidencial. Sin embargo, aquello fue una reiterada muestra desinteresada de cariño de Villeda Arita. Por eso solíamos encontrarnos por las noches a conversar y a tomar refrigerios fuertes.

A mediados de octubre del año 2011, los promotores de los “Juegos Florales de San Marcos de Ocotepeque”, por iniciativa de nuestro amigo, determinaron dedicar el evento completo a mi persona, en las ramas de poesía, ensayo y cuento. El agasajo fue extraordinario, más allá de lo imaginable. Los jóvenes de ambos sexos, y los maduros y los viejos, se sumaron a la adorable festividad de manera inusitada, según me lo comentaron ellos mismos. La licenciada Lourdes Aguilar, funcionaria de la Secretaría de Educación, consiguió un autobús especial para que viajaran todos aquellos amigos, conocidos y colegas que desearan hacerlo desde Tegucigalpa. Es más, la licenciada Aguilar, en un gesto noble que para mí es imborrable, se desplazó con su familia desde Guatemala, a fin de acompañarnos en el evento de San Marcos. El alcalde, que fungía en aquel momento, me extendió una carta de “ciudadanía” como si yo hubiese nacido en aquel bello pueblo del extremo occidente de Honduras. Naturalmente que un nutrido grupo de buenos amigos de Tegucigalpa me hicieron compañía. Pero tal iniciativa, deseo subrayarlo una vez más, obedecía a las muestras de amistad y de respeto intelectual que me dispensaba “Samuelito”, con expresiones que por ahora evitaré divulgar.

Aparte de algunos artículos elogiosos que me dedicó el amigo, su último gesto de buena voluntad ocurrió al facilitar mi ingreso como miembro honorario de la Sociedad Literaria de Honduras. Cuando le otorgaron el “Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa” en 2010, y le llovieron los ataques por este motivo, publiqué un artículo en su defensa, en tanto que merecía tal premio uno de los más importantes promotores culturales desprendidos de Honduras. A ciertos compatriotas les han otorgado el mismo galardón sin haber aportado nada al pueblo o sin haber publicado un buen libro. Samuel Villeda Arita fue un amigo finísimo, extraordinario. Me siento como desprotegido con su muerte recientísima. Que Dios Altísimo lo recoja en el jardín eterno de la amistad.

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