Refutación del tiempo

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3 de octubre de 2021
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12:01 am
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Refutación del tiempo

Clave de SOL:

Por: Segisfredo Infante

De todos los textos de Jorge Luis Borges que he leído en el curso de mi vida, me parece que el más aproximado a un probable ensayo filosófico, es uno del 23 de diciembre de 1946, que publicó bajo el título de “Nueva refutación del tiempo”. Es cierto que Borges cita reiteradamente en sus cuentos, conferencias y poemas, a varios filósofos antiguos, medievales y modernos, pero lo hace de manera juguetona, azarosa e indeterminada, como si bromeara con su vasta erudición. Aquí conviene repetir, por enésima vez, que este literato argentino inventa autores y bibliografías en sus cuentos y relatos; pero jamás lo hace en sus conferencias, poemas y ensayos.

La “Nueva refutación del tiempo” da la impresión, en un primer momento, que Jorge Luis Borges desea refutarse a sí mismo, ya se trate de uno o varios textos en donde el autor discurre más o menos sobre el concepto del “tiempo”. Pero releyendo este ensayo detenidamente, la refutación va dirigida, en primerísimo lugar, contra su filósofo favorito de toda la vida. Me refiero a Arthur Schopenhauer. Tal refutación contiene “ingratitud”, según una expresión confesa del mismo autor argentino. Y con el objeto de cristalizar la dolorosa tarea, Borges se apoya en un texto corto de George Berkeley (que lo introduce dos veces en este ensayo), y refuerza sus renglones con el nombre de David Hume, un empirista escéptico hasta la médula del hueso.

El autor es consciente que su trabajo trata más bien de “juegos verbales” en donde afirma y se desdice constantemente de lo afirmado. “Esas tautologías”, lo confiesa con honestidad, “son mi vida entera”. Pero hay que llevar cuidado con esta confesión, pues la tautología posee cuando menos dos significados: La repetición de frases inocuas por un lado, y un cierto rigor lógico en la construcción de proposiciones gramaticales.

Comprender el obstinado fenómeno del tiempo fue una de las preocupaciones “fragmentarias” constantes del argentino universal. No hay que olvidar que Borges fue uno de los precursores del neoestructuralismo o neoposmodernismo. Pero en este ensayo de 1946 es en donde carga todas sus baterías con el hipotético propósito de volver comprensible una problemática que ha resultado incomprensible, o cuando menos indefinible, para muchas generaciones de filósofos, científicos y pensadores. Borges se atiene a los textos de Berkeley, quien sugiere que la materia es “inexistente” y que todo es producto de la percepción “sensorial” de la mente del individuo o de Dios. David Hume, por su parte, niega la existencia del “sujeto sustancial” aristotélico y pone en duda, desde el punto de vista de la experiencia empírica, el concepto teológico de Dios.

El tiempo borgeano aparece segmentado en unos casos. En otros ejemplos es continuo como si se tratara de la “res extensa” de Renato Descartes. Y, por último, es un “eterno presente” coincidiendo, sin que el autor lo mencione, con la visión teológica de la Edad Media. Jorge Luis Borges aprueba y casi al mismo tiempo refuta las tesis de los autores citados, en ese juego verbal y tautológico arriba mencionado, en donde evita comprometerse personalmente. Incluso en un ensayo filosófico como el que aquí abordamos, continúa siendo un bromista empedernido. Debo admitir, sin embargo, que Borges rehúye a todo trance utilizar el concepto de “espacio-tiempo” de Albert Einstein, en tanto que él continúa, en este ensayo específico, con la mecánica newtoniana.

Borges utiliza el concepto de “idealismo” para clasificar a los autores citados y aludidos, olvidando que dentro de los llamados idealistas perviven fuertes diferencias entre unos y otros. Digamos que George Berkeley es un caso extremo interesante de idealismo subjetivista salido por la tangente. Pero el argentino rehúsa, inclusive, utilizar el concepto manoseado de “materialismo”, quizás para soslayar las polarizaciones estériles. A propósito de esto recuerdo una conversación telefónica con el querido amigo Dagoberto Espinoza Murra (QEPD), cuando sentí la necesidad de explicarle que mi discurso se alejaba de las pobres polarizaciones de “idealismo” y “materialismo”, y que, al construir sus sistemas de pensamiento, por las mentes de los grandes filósofos nunca cruzaba ese dualismo conceptual estereotipado que tanta alegría les produce a los lectores simplones de manuales, pasquines y manualitos. (Por cierto, al cubano Roberto Fernández Retamar le encantaban los cuentos “metafísicos” de Borges).

“Nueva refutación del tiempo” es un ensayo cargado de ricas ambigüedades literarias, que podrían confundir al lector iniciado. Sin embargo, Borges pareciera, al final, confesar su verdadera opinión, con una salida equilibrada y genial: “El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrastra, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges”.

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