LA NORMALIDAD DE LA ANORMALIDAD

MA
/
6 de octubre de 2021
/
12:25 am
Síguenos
  • La Tribuna Facebook
  • La Tribuna Instagram
  • La Tribuna Twitter
  • La Tribuna Youtube
  • La Tribuna Whatsapp
LA NORMALIDAD DE LA ANORMALIDAD

PARA los zombis adictos a sus aplicaciones tecnológicas de convivencia debió ser un suceso espeluznante la dolorosa experiencia del fin del mundo. Como si, de repente, la vida deja de tener sentido. Las burbujas sociales condenadas a una ingrata soledad. ¿Qué pasaría? –se preguntaba el desconcertado coro de sobrevivientes. Como almas en pena atrapadas en alguno de los infernales círculos de Dante. ¿Un inmenso asteroide chocaría con el planeta desencadenando el nuevo “big bang” de la humanidad? ¿O sería el catastrófico impacto de un meteorito PHA, nivel 10, en la escala de Turín, capaz de ocasionar otra extinción de las especies? ¿O, quizás, la cegadora explosión de una supernova al desintegrarse una de las estrellas? ¿O bien, un megatónico zambombazo dislocando el campo magnético terrestre? ¿O pudo ser una perturbadora onda sísmica de movimientos telúricos, sacando todo de su lugar y reventando las redes subterráneas –ocultas bajo la tierra– que permite a los árboles comunicarse? ¿El fuerte estremecimiento, tal vez, causado por un abrupto movimiento de las placas tectónicas del globo terráqueo?

Pues no. No fue eso. Ni nada parecido. Sencillamente, se cayeron las plataformas hipnóticas de esta generación digital. Las mismas que con algoritmos inquisidores excitan el sonambulismo de los despiertos e inducen el coma de los dormidos. El desplome acaecido, privó a la aturdida comunidad de su devota sintonización. Por horas –que parecieron eternas– se interrumpió la monotonía acostumbrada. El tiempo se detuvo. Frenó la rotación de las agujas del segundero y las manecillas del minutero del reloj. Y con ese repentino entumecimiento paró el bombardeo inclemente de insulsos mensajes urgentes, de vida o muerte. Acabó el boleado repetitivo de la guasa impertinente. Terminó el tiroteo de insultos, de invectivas, de ofensas que, en la normalidad de la anormalidad, discurre sin cesar. Hubo un receso prolongado sin bulos, sin memes, sin emojis, sin pichingos. Concluyó el alboroto que ha conseguido estirar el recreo terapéutico a un alongado período de holganza. Una especie de frenesí de frivolidad. Que debe alimentarse todas las horas laborables del día –todos los días de la semana, y todas las semanas del mes, y todos los meses del año– solo dejándose vencer por el sueño a altas horas de la oscura noche. Hubo un alto en la competida carrera de insaciable entretenimiento. Cuesta arriba, hasta tocar las nubes, procurando alcanzar el éxtasis del placer.

La satisfacción de socializar a plenitud –gracias a la maravilla de los chunches de la virtualidad– sin acercarse, sin tocarse, sin gestos próximos de afecto, sin levantar la vista y sin verse las caras, a no ser por la pantalla. Pues bien, expuesta la pena anterior que, sin duda, ocasionó la privación de esos servicios indispensables al estrés –hubo una vez coexistencia más pausada, menos apurada y por lo tanto sin tanta tensión ligada al superficial inmediatismo– no fueron esas contadas horas de sosiego y de equilibrada ansiedad lo que ha dejado al mundo petrificado. Sino la audiencia ante un subcomité del Senado estadounidense de la exgerente de contenidos en el Departamento de Integridad Cívica de Facebook. Salió a la luz pública como la fuente que filtró los documentos divulgados por The Wall Street Journal. Respaldada en papeles que conservó durante el ejercicio de sus funciones, –estudios encargados por la propia firma que revelan que la empresa sabía de la naturaleza de los abusos– dio un testimonio demoledor. Sostuvo que el gigante de las redes sociales, en sus distintos portales, “alimenta la división, perjudica a los niños, debilita la democracia, invade la privacidad y necesita urgentemente ser regulado”. (Ayer se recibió el siguiente aviso: “Facebook, Instagram y WhatsApp, sospechan seriamente del Sisimite”. Una aclaración a los lectores. El Sisimite no ha bajado de su agreste empinada. Winston es testigo de línea que no ha estado, ni remotamente cerca, del lugar de los hechos).

Más de Editorial
Lo Más Visto