El pensamiento vivo de un autor singular

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8 de octubre de 2021
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12:04 am
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El pensamiento vivo de un autor singular

¿Vuelven los oscuros malandrines del 80?

Por: Óscar Armando Valladares

24 horas antes de cumplirse la fecha exacta del Bicentenario, recibí el regalo de cumpleaños de mi excelente hermano Jorge Abraham Valladares Castillo: un libro de la cosecha de Julio Eduardo Sandoval, el recio condiscípulo en la Escuela de Leyes domiciliada en el adusto edificio de La Merced. Blanco y de resuelto mentón -rasgo de origen paterno-, Eduardo se daba por entero al estudio memorioso de códigos, preceptos y principios, a entablar herméticos coloquios sobre cultura y política, y, en la arena deportiva, al ejercicio futbolístico como quedó sobradamente de manifiesto el día que disputamos un encuentro en la población guatemalteca de Quetzaltenango. Allí el “Cheval” -como cariñosamente le decíamos- hizo alarde del defensivo trote de sus extremidades.

Concluida la travesía estudiantil en la UNAH, le vimos inmiscuido en actividades productivas misceláneas. Además de sacar la licenciatura en Administración de Empresas y una maestría en Mercadotecnia, fungió como socio en el laboratorio farmacéutico establecido por el doctor Marco Tulio Sandoval, su progenitor. Desavenencias familiares insalvables, le hicieron abdicar y ocuparse de lleno en el rubro libresco bajo el lema Juventud, Estudio, Sabiduría, con que formó la abreviatura JES que, a la vez, juntaban iniciales de sus nombres y apellido.

Con frecuencia nos topábamos y conversábamos en santiamenes callejeros alrededor de las obras que mercaba y de las clases que impartía en la Universidad Católica de Honduras (UNICAH); y, después del golpe de Estado de 2009, acerca de sus simpatías con lo acontecido, por cuanto no comulgaba con las ideas “de izquierda”. Tiempo atrás, en visita efectuada a mi casa campestre de Lizapa, habló de haber reecho y reverdecido su estatus sentimental.

En tiendas y librerías solíamos encontrar las obras del intelectual y comerciante Sandoval -como lo fue en sus días Jeremías Cisneros-, entre cuyos títulos destacaban: La Constitución de Honduras comentada con sencillez, Cómo crear una empresa en Honduras, Derecho marcario en Honduras, Pensamiento vivo empresarial, Tecnología lucrativa, Canasta folklórica, Tucán ecológico, Perfiles biográficos, Joyas poéticas (1, 2 y 3), Tesoro de poetas hondureños, El faro de la juventud.

Mucho después lo perdimos de vista. Ni en el barrio San Rafael, donde acostumbraba aparcar el automóvil, ni en las avenidas principales de Tegucigalpa -Cervantes, Gutenberg, Paulino Valladares- volvimos a volar lengua. En un momento dado, supe que había tenido un derrame cerebral, del que al parecer se iba recuperando; así me lo hizo saber Normita, una de sus hermanas. No supe más de su estado. Cierta tarde, saliendo de un conocido centro comercial alcancé ver el dificultoso traslado de una persona en silla de ruedas al interior de un vehículo automotor. Pregunté intuitivamente si era Julio Eduardo; a lo que asintió la joven mujer que hacía de ayudanta…

Con el libro, obsequio de mi entrañable hermano, “Pensamiento vivo de grandes hombres”, he vuelto a recordar al hombre emprendedor, afecto a la acción y el liderazgo, de conservadoras líneas liberales y temeroso de Dios. En esquemático ordenamiento por autores, el texto que releo se divide en tres actos y dos intermedios, en los que se intercalan citas breves de literatos, filósofos y religiosos, consejos, oraciones cívicas y de orden católico, proverbios bíblicos; en suma, una canasta antológica, en la que tampoco faltan enfoques motivacionales de Carnegie, Vicente Peale, mensajes de procedencia rotaria y masónica. Una veintena de retratos -Jesucristo, Séneca, José del Valle, etc., ilustran el volumen.

No creo volver a ver al singular autor y empresario. Creo, y no dudo un segundo, que ha de estar rodeado y atendido por quienes le aman y han sido bienamados por él; por Tessa, su esposa, y por sus hijos. En elogio y recuerdo suyo, tomo un trozo escritural del profesor y abogado marcalino Eufemiano Claros Vásquez que estampó en la página impar 53: “Los grandes hombres de todos los tiempos amaron el trabajo. Sócrates hacía estatuas, Platón vendió aceite, Catón cultivaba huertos, Dante ayudaba a un boticario florentino, Spinoza pulía espejos; todo para enseñarnos que el trabajo es una bendición, y que hemos venido a este mundo a llenar cada hora con sesenta minutos de constante labor”.

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