Necesidad de rectificar

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8 de octubre de 2021
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12:01 am
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Necesidad de rectificar

CONTRACORRIENTE:
Por: Juan Ramón Martínez

Probablemente no soy el más autorizado para exigirlo: pero necesitamos, urgentemente, rectificar el rumbo que sigue nuestro país, cambiar la actitud que asumimos frente a los problemas y el comportamiento de quienes tienen el mandato popular de cambiar las cosas. Los efectos, de las tres grandes causas que mencionamos en nuestro artículo anterior: falta de democracia real y efectiva, la ausencia de un capitalismo eficiente que aproveche los recursos disponibles y las oportunidades que tiene enfrente y el cambio de un sistema educativo que atiborra de conocimientos, pero descuida la forja del carácter, disminuye la capacidad crítica y anula la voluntad en favor del cambio necesario y urgente, son como es natural, variados. Vale la pena mencionar algunos: crecimiento de la pobreza, incremento escandaloso de la miseria, reducción de la productividad, pérdida de la ética del trabajo que haga entender que entre más trabajamos somos más humanos, expulsión de compatriotas hacia Estados Unidos, -la mayoría ilegalmente- Canadá y Europa, lo que nos empobrece puesto que son recursos en que hemos invertido parte del producto social; ordenar el crecimiento de la población: reducir el tamaño del gobierno que no guarda relación con la dimensión de la economía, eliminar el burocratismo que paraliza la acción gubernamental; parar el desbordamiento de la inmoralidad general, que fomenta el delito, la corrupción pública y privada; frenar el centralismos asfixiante que anula la iniciativa individual; y, posiblemente, lo peor en esta lista que no es exhaustiva; ni mucho menos: detener la pérdida del orgullo nacional, la desesperanza y la dependencia emocional que se nota entre las más nuevas generaciones, especialmente aquellas que no recibieron información histórica, conocimiento de la obra de nuestros fundadores y tampoco se enorgullecieron de todo lo bueno que hemos hecho en el pasado. (Una pregunta tonta, dicha por un entrenador extranjero me ha impresionado mucho: “no sabía que recibir dinero era un delito”, me ha hecho pensar que la moral y la ética han abandonado el comportamiento general.

Es cierto, Honduras -desde que fuera provincia, escondida en dos ciudades que competían estúpidamente, Comayagua y Tegucigalpa, siempre ha sido la cenicienta de Centroamérica-. El problema es que ahora, doscientos años después, estamos más distantes de Guatemala, El Salvador y Costa Rica. Y peligrosamente, más cercanos a Haití y Nicaragua. Tomar conciencia de esta realidad, nos puede ayudar a entender que necesitamos cambiar. Pero no cualquier cambio. Porque algunas veces, aquí hemos tenido políticos -más competentes relativamente que los de ahora, que asoman sus ignorancias impúdicamente en las pantallas de televisión y en las redes sociales -que ofrecieron e hicieron cambios, para no cambiar. Ahora, el tiempo es distinto: si no cambiamos, las posibilidades de nuestra recuperación, serán más difíciles. Y si el cambio cultural no nos ofrece un hondureño nuevo, más orgulloso, altivo y valiente, sin miedo a la realidad, a la que considere como un reto a sus conocimientos y fuerzas morales, Honduras seguirá estando en la cola. O bajo la cola de los demás países de Centroamérica y del mundo. Solo hay que apreciar la falta de respeto de Estados Unidos hacia nosotros, para darnos cuenta que entre el momento en que Kennedy recibió a Villeda Morales en la Casa Blanca y ahora, hay un océano de indiferencia y de falta de consideración hacia nuestro país. Y que, la culpa mayoritariamente, la tenemos nosotros que no hemos podido evitar que el crecimiento del gobierno ha permitido una corrupción que, nunca habíamos tenido en el pasado. Y que, en esa impunidad, los traficantes de las drogas y sus compadres nacionales, que no podemos calificar como hondureños porque ello es ofender a los honrados que son mayoría, han encontrado el camino ideal para corromper a las autoridades, desprestigiar a las instituciones y enlodar el nombre de Honduras.

Para cambiar no es suficiente exigirles a los candidatos. Son muestra de lo que somos. De lo que tenemos. Los caudillos, -conocidos- los impusieron. O ellos mismos, se autonombraron en menoscabo de los electores, simples números para contar en la jugada electoral. Es necesario invocar su voluntad. Más de 500,000 votarán por primera vez, sin información, factores de valoración, empujados por las emociones. Creo que a quien debemos apelar es a los electores, convenciéndoles que, si no cambiamos, a quien se llevará el diablo primero, será a ellos.

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