Un problema sin solución inmediata

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11 de octubre de 2021
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12:01 am
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Un problema sin solución inmediata

Por: Guillermo Fiallos A.
Mercadólogo, abogado, pedagogo, periodista, teólogo y escritor.

Desde hace muchísimos años, parte del litoral atlántico del país viene sufriendo de un problema que es generado, en mayor grado, por un vecino extranjero.

Toneladas de basura llegan diariamente, por más de una década, a las costas del territorio ubicado en el Golfo de Honduras y más allá; pues el problema ya ha alcanzado las aguas cristalinas de las islas de Utila y Roatán.

A través del río Motagua es transportada una cantidad exagerada de residuos, que desembocan en el mar y tienen como destino final, varios kilómetros de las costas del departamento de Cortés. Particularmente, el municipio de Omoa ha sido el más dañado por cargamentos de inmundicia procedentes de la hermana República de Guatemala.

Esa vertiente fluvial, con 486 kilómetros de longitud, recorre 14 departamentos de la nación chapina y en cada uno de ellos, hay municipios cuyos habitantes, arrojan los desechos al portentoso río, que medio siglo atrás era un ejemplo de cuidado ambiental.

El daño es inconmensurable que se ha provocado a la salud de miles de hondureños directamente afectados, al turismo en sí, y a la flora y fauna marinas. Los diferentes gobiernos guatemaltecos han tomado medidas tibias que se antojan de maquillaje barato, pues no solucionan para nada el asunto; solo engañan a los bien intencionados hondureños, quienes han pecado del síndrome del avestruz al esconder la cabeza ante tan grave desastre ecológico.

El 10 de agosto de 2021, en la emisión matutina del noticiero en Canal Antigua, el viceministro de Cambio Climático del Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales (MARN), ingeniero Fredy Chiroy, reconoció -expresa y tajantemente- que ni las biobardas artesanales, las industriales ni los paneles solares están funcionando para evitar que los desperdicios lleguen al mar Caribe, compuestos estos en gran parte de plástico de un solo uso; el cual es prácticamente imposible que se degrade y no dañe al entorno marítimo.

Aquí, los pobres lugareños de Honduras, pasan una “eterna primavera” limpiando las playas de la asquerosidad lanzada por el océano y que proviene de la nación fronteriza. Con esta labor no van a solucionar nada definitivo, pues la contaminación seguirá llegando y llegando hasta nunca acabar. Es como sacar, con un vaso, el agua de un velero que se está hundiendo.

Mientras tanto, siguen arribando a las playas catrachas: animales muertos, árboles, desechos sólidos y toda clase de material nocivo que ha causado perjuicios irreparables no solo a la economía nacional, sino, al bienestar de los ecosistemas biológicos circundantes.

En la última semana de septiembre, el viceministro de Ambiente, licenciado Ángel Lavarreda, anunciaba con gran entusiasmo en una concurrida rueda de prensa ante periodistas guatemaltecos, que esperaba respuesta de las autoridades hondureñas para mantener una nueva reunión en la que tratarían -por enésima vez-, la cuestión de la contaminación hídrica del río mencionado.

¿Otra reunión más? Para ir almorzar mariscos, degustar finas bebidas, escuchar discursos embusteros…, y, desde luego, sin ningún resultado positivo. Es una irresponsabilidad de las autoridades hondureñas, quienes han actuado con incapacidad al no exigir a los vecinos contiguos, que resuelvan esa crisis ambiental cuyos efectos van más allá del vuelo del quetzal.

Seguramente, van a ir a perder el tiempo y a escuchar un estruendoso plan de salvación del gobierno del señor Giammattei, que consistirá en la reforestación de la cuenca del río Motagua con miles de árboles, lo cual beneficiará a la misma; sin embargo, para el litoral hondureño tendrá un impacto mínimo esa labor de siembra.

No comprendemos qué es lo que está pasando con los diferentes poderes hondureños de todos los niveles -llámense alcaldías, gubernaturas, secretarías de Estado y Presidencia de la República-pues no han tomado decisiones significativas y congruentes con su alta investidura. Ellos tienen el deber imperativo que no se siga destruyendo parte de la integridad del territorio de Honduras.

Esos pueblos humildes de la costa atlántica, también son parte del territorio nacional. O es que acaso, ¿será necesario que esas marejadas de basura lleguen hasta San Pedro Sula y Tegucigalpa, para que reaccionemos y estemos conscientes de la hecatombe ambiental que nos causan extranjeros?

¡Ya es momento de dejar de estar de brazos cruzados, mover las piernas, sacar la cabeza del hoyo, abandonar la desidia, abrir la boca y reaccionar con medidas enérgicas, efectivas y contundentes!

circulante.fi [email protected]

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