Rafael Jerez Moreno
Abogado
“Se oye duro, pero… bueno, estamos en un ambiente de mucha confianza, pero es lo que yo pienso. La gente en las próximas elecciones no va a ir a votar por la cantidad de muertos que deje la pandemia. (…) Hubo 2,800 muertos… 3,000 muertos. La gente no va a votar por eso. La gente va a ir a votar por cuánto tiene en la bolsa. Si tiene o no tiene comida en la casa. Si tiene o no tiene trabajo. Eso es lo que va a mover a la gente a votar en las próximas elecciones. Es más, ni siquiera por el tema de corrupción”. Unos meses después, el personaje que pronunció estas palabras fue premiado por militantes, clientelismo o fraude electoral, como usted le quiera llamar, y hoy encabeza las planillas del Partido Nacional para integrar el Congreso Nacional.
La semana pasada se publicó el Informe Latinobarómetro 2021 en el que se evalúa el estado de las democracias de la región durante el año 2020. Sus resultados evidencian que Honduras es el país latinoamericano en el que la democracia recibe menos apoyo de los ciudadanos. Lo preocupante es que también se ubica entre los primeros tres países en los que la mayoría de los ciudadanos afirman estar dispuestos a apoyar a un gobierno no democrático para resolver los problemas del país. Nos cansamos de la democracia, y no la valoramos, porque nunca hemos sabido ni sentido lo que significa vivir en ella.
Estos acontecimientos conducen a las personas a distanciarse de la política, en lugar de motivarlas a participar en ella para evitar el declive del sistema. Si el ciudadano se aleja, ¿cómo se van a resolver los problemas? ¿Quién los va a resolver? ¿Los mismos corruptos que han saqueado el país? Ellos tienen claro su camino, vuelva a leer las primeras líneas de este artículo. Tener un liderazgo como Nayib Bukele tampoco es una opción para un cambio político sostenible. Aún y cuando pueda poner en práctica políticas sociales, concentrar el poder y llevarse de encuentro a la institucionalidad lo situará, en un futuro, en la necesidad de mantenerse en el cargo para evitar ser enjuiciado por aquellos a los que él persiguió.
El líder político venezolano Henrique Capriles recientemente mencionó en una entrevista que la oposición política llegó al punto en el que la fórmula del “todo o nada” para vencer al chavismo dejó de ser una opción. He ahí el porqué de las negociaciones. El gobierno de Nicolás Maduro es débil en términos de legitimidad, pero sigue controlando el poder. El caso de Daniel Ortega en Nicaragua es similar. Capriles también mencionó que dialogar y negociar con el gobierno venezolano no era en sí mismo algo negativo, siempre y cuando las intenciones de los opositores consistan en ir ganando terreno y cuotas de poder que permitan revertir progresivamente la crisis de la democracia venezolana. Este fue el pecado que cometió la oposición hondureña. Dialogar es parte de la política, pero si el espíritu detrás de tener cuotas de poder es beneficiar a la cúpula de los partidos políticos, eso solo fragmenta el poder en unos pocos, oxigena al gobierno y le permite afianzarse, adaptándose a la nueva dinámica de la correlación de fuerzas.
Este escenario relega al ciudadano. Lo deja por fuera de los beneficios que trae consigo vivir en una democracia, salvo por aquellos a los que el clientelismo político les obliga a mantener un grado de fidelidad con un partido político para sobrevivir. Así ha funcionado el país por décadas. La pregunta es, ¿hasta cuándo estaremos dispuestos a vivir así? Para que una crisis alcance su punto más álgido debe pasar por etapas previas que generen ese episodio, la misma fórmula aplica para fortalecer la democracia. Es progresivo, pero primero debemos iniciar el camino. Debemos participar, votar por una nueva clase política. No nos desentendamos de la democracia, no entreguemos el país a la corrupción.
