REFLEXIONES SOBRE LA VIDA Y OBRA DEL MISIONERO SUBIRANA

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17 de octubre de 2021
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REFLEXIONES SOBRE LA VIDA Y OBRA DEL MISIONERO SUBIRANA

Por: Miguel Rodríguez

Honorables Autoridades Civiles, Militares y Eclesiásticas

Doña Marina A. Martínez

Público Presente
Pueblo hondureño

Hoy tengo la oportunidad de dirigirme a ustedes en esta ocasión en que la ciudad de Yoro nos convoca, para reflexionar sobre la vida y obra del padre Manuel Subirana, el santo misionero.

Quizás, el más santo que ha pisado suelo hondureño. El ángel de Dios como lo conocieron los hondureños de mitad del siglo XIX. Hoy tengo la fuerza moral, aunque no me lo merezca, de pararme frente a ustedes en este lugar santo en el que yacen los restos del padre Subirana. No es para mí algo fácil. Considero a este púlpito un lugar sagrado, un lugar que merece mucho respeto y que yo, como simple mortal y pecador, aún así, tiene la oportunidad de hablarles de este personaje, que se ha convertido para este país en el santo padre. Principal para el sueño de la canonización del primer santo para los hondureños.

Y sí que lo es. El padre Subirana, en sus apenas 7 años que estuvo en Honduras entre 1857 y 1864, quedó inmortalizado en el imaginario cultural de nuestra sociedad. Hoy este santo nos reúne, nos convoca en esta encantadora ciudad de Yoro, que ha sido, desde tiempos de antaño el centro político-administrativo de esta región. Su gente, sus valles, el verdor de sus montañas, su melancolía por un futuro mejor, y su tórrido carisma, llenan de alegría mi corazón, este que hoy late, y trabajará por la reivindicación del santo misionero, si Dios así me lo permite.

Aún recuerdo, entre las osadías de mi niñez y los ríos que la encantaban, los relatos de mi abuela, doña María Rojas Hernández (QDDG), una mujer que desde que tengo memoria, me relataba las épicas hazañas alcanzadas por el santo padre. Quizás, esta sea la principal causa del porqué hoy estoy frente a ustedes. Mi memoria de aquella aldea, en la periferia de la ciudad de Catacamas, Olancho, me llama, y me muestra el camino para preservar la memoria de aquella vieja señora, entre los potreros y la ciudad, para preservar hasta el último día de mi vida, y en lo más profundo de mi conciencia, a aquel santo misionero, como ella lo comentaba.

Si duda alguna, es un caso extraordinario en la historia de nuestro país. Y solo pienso: mi abuela nació en los años veinte del siglo pasado, y a sus noventa y tantos años de edad, aún le comentaba a aquel inquieto niño, sobre un santo, el misionero Manuel de Jesús Subirana. Este “de Jesús”, fue adjudicado por la tradición oral hondureña.

No quisiera hablarles de estas particularidades de la historia. No quisiera hablar de tristezas ni de lamentos. Hoy, esa historia que mi abuela me contó, empieza a reivindicarse en la historia de este país. Y gracias a Dios, Yoro encabeza esa reivindicación.

El padre Manuel Subirana, nació en 1807, ciudad de Manresa, provincia de Cataluña, muy cerca del actual Barcelona, España. Venía de una familia de medianos ingresos, y en un contexto en el que, el imperio español se caía a pedazos. De 1810 a 1824, la Corona española, se fragmentó y al cabo de 200 años, estos hechos fueron los gérmenes de nuestra América Latina actual.

Muy joven, en la ciudad de Vich, centro diocesano de Manresa y en donde empezó su formación sacerdotal, mostró sus pericias por el conocimiento y la evangelización. Su época de estudio abarca 9 años, formándose así, 3 años de filosofía, 4 en teología dogmática, y 2 en teología moral.

En este periodo, se encontró con Antonio María Claret, con quien compartiría muchos años de su vida. Se formaron juntos, aunque con un pequeño periodo de diferencia. Subirana entró al seminario de Vic en 1825 y aún muy joven, recibió la orden sacerdotal a manos del obispo de Vic, Monseñor Corcuera en 1834.

Esta amistad con Claret es quizá uno de los hechos más importantes para comprender a Subirana, Claret fue canonizado a iniciativa de la sociedad cubana en 1950, hecho que, abrió un nuevo camino para conocer un poco a nuestro Subirana. Las memorias de Claret, además de resultar interesantísimas para el lector, nos brindan una fuente de información valiosa para empezar a estudiar la vida de nuestro santo antes de que arribara a tierras hondureñas en 1857.

Estas memorias nos hablan de un Subirana lleno de sueños, una persona dedicada a la evangelización de aquellos que, por diferentes motivos estaban alejados de la doctrina cristiana. Entre 1834 y 1857, nos encontramos al Subirana y su escuela: la de servir a los que más lo necesitan. Fungió la silla sacerdotal en Vic, Barcelona y muchos lugares de España. Antes de que, se inscribiera en la principal empresa evangelizadora de su vida: América.

En 1849 Claret fue nombrado arzobispo de la ciudad de Santiago, Cuba. En donde en 4 misiones entre este año a 1857 recorrería aquella isla desde las ciudades hasta sus confines. Claret, en 1845, solicitó a la Santa Sede la creación de un grupo de misioneros, título que este padre poseía desde 1841, y fueron 7 sacerdotes en donde Subirana cumpliría un papel fundamental.

Viajó con su amigo a Cuba, y de ese instante, la vida de aquel cambiaria para siempre. Su estancia en el Caribe fue difícil. Dos enfermedades, entre ellas el Cólera Morbus casi acaban con su vida. Además de ello, el periodo en que se encontraba Cuba, en una constante divergencia social, el padre Subirana fue incluso acusado de “promover el desorden”, estado que, por sus predicaciones y su labor social le fue adjudicado. Este hecho se demostró en un atentado en que el padre Claret casi es asesinado y los sacerdotes misioneros casi expulsados de la isla.

Al respecto, en 1853, el padre Claret escribió al general Cañedo: “En año y medio ha recorrido ya conmigo casi toda la diócesis, atravesando páramos intransitables, sufriendo escaseces de todo género, expuestos a los rigores de un clima insufrible a los europeos, sin descansar ni un solo día, en todo el año. Convenía que vuestra excelencia supiera que, en este año y medio, estos siete hombres, entre ellos el P. Adoaín, a quienes más o menos se trata por algunos de hacer aparecer como promovedores de desórdenes por dejarse llevar de un celo excesivo, han contribuido eficazmente a ganarse los corazones de la gran mayoría”.

Subirana fue amigo íntimo del padre Adoaín. Participaron un varias de las misiones en Cuba y este último en 1989, fue proclamado como venerable por la Iglesia a la cabeza del papa Juan Pablo II. Es otra de las figuras más importantes que determinaron la vocación del santo padre que hoy comentamos.

No quisiera hacer aquí una cronología de su vida en Cuba. Pero es el periodo en el que el padre Subirana se terminó de formar además de Clérigo, como un ciudadano de su época. Es necesario escarbar en estos orígenes que, sin duda, es donde encontraremos el antecedente más inmediato de nuestro Santo en lo que respecta a su formación social.

Los misioneros que llegaron a Cuba se separaron una vez renovada la silla arzobispal de Claret en 1857, dispersándose por todo el continente. El padre Adoaín visitó Venezuela y buena parte del caribe. El padre Coca, unos de los misioneros en cuestión, viajó a Guatemala para ejercer el noviciado de los jesuitas, solo por poner un ejemplo.

Subirana en 1856 llegaba a Honduras. Fecha en el que empieza la última etapa de su vida. Pero las más fructífera por su practicidad y representación de una nueva filosofía de la vida evangelizadora. Entre este año a 1864 vivió y recorrió casi todo el país. Apenas de manera muy corta estuvo en El Salvador y Nicaragua en donde recibió licencias para la evangelización.

Pero no. Su estancia la realizaría en nuestro país, en donde dio su vida por los más necesitados. Particularmente esta región y esta ciudad le llevan en el corazón. Trabajó incansablemente por los indios de aquella época, marginados de la sociedad, este les dio una forma de sobrellevar las cargas de la marginalidad social y económica. En este periodo, tituló más de 40 propiedades para muchas tribus indígenas. Desde Dulce Nombre de Culmi, que según la tradición oral olanchana fue el Santo padre el que fundosé está, Santa María del Carbón al otro lado de la sierra de Agalta, hasta las tribus que hasta el día de hoy conservan las titulaciones tierra que el mismo se daría a la tarea de ordenar, clasificar y distribuir en función de las necesidades de los indígenas.

Aquí empieza la historia de nuestro Santo en Honduras. Tierra que, quizá por sus encantadoras planicies y titánicas montañas, quizá por su filosofía de vida o quizá por su precaria labor evangelizadora, realizaría para los hondureños unos de los hechos más importantes de nuestra historia: el poner en tela de juicio las atrocidades cometidas en contra de los indios, mismo que permitió, la inserción de muchas tribus al sistema agrario decimonónico en la formación del Estado de Honduras.

Quiero aquí anotar que, fue nuestro Santo el que rompió con el aletargamiento evangelizador de aquella época. Años antes, se había suscitado la ruptura política con España, hecho que la iglesia no supero hasta Subirana. Y hay que decirlo. La renovación filosófica que introduce Subirana es esencial para comprender a los hondureños del siglo XIX y por lo tanto al actual país que tenemos. Tal es el caso, que, muchos años después, escuchara a mi abuela hablar sobre él, a más de 150 años en la conciencia de los hondureños.

¿Por qué? En esta oportunidad en que nuestro Santo nos llama, debemos tener en cuenta, hasta el mínimo detalle del porque este se inmortalizó. No es nada fácil, también tengo que decirlo. Pero hoy además de las muchas herramientas y métodos de investigación, se nos presenta la oportunidad para ponernos serios como generación. Una generación de hondureños que, en el marco del Bicentenario de la independencia, tenga la sensates y seriedad para llevar a nuestro Santo a los altares del oficialismo romano, pero principalmente inmortalizarlo en la memoria futura de todos los hondureños.

Para ello, amigos, es necesaria una revisión de su vida, sus documentos, y por supuesto, las historias que de manera oral se han transmitido de generación en generación. Y me pregunto: ¿por qué aquella vieja anciana le hablaba de un santo padre a aquel inquieto niño? ¿Por qué mi abuela hablaba de Subirana como si este hubiese sido enterrado ayer, a pesar de que ella, al igual que mí, solo escucharon de él vía oralidad de sus antecesores?

Concluyo con esta reflexión. No es nueva, ya muchos la han puesta en tela de juicio. Es necesario pensar a Subirana no solo por las muchas cuasi leyendas de su personaje, su mitificación no debe por que ponernos una barrera para encontrar al Subirana que queremos canonizar. Es necesario pensar al Subirana de carne y hueso. Al Subirana que muy joven fue a estudiar y embarcarse a tierras desconocidas en donde moriría muy lejos de los lujos y las particularidades del mundo occidental.

Es necesario pensar a Subirana, además de sus milagros relatados de generación tras generación como aquel hombre que, fue niño, fue joven, tuvo amigos y fue extranjero en tierras muy lejanas. Es necesario pensar al Subirana estudioso, aquel que sabía de agrimensura, historia, filosofía e incluso lenguas, aquel que fundase pueblos, construiría escuelas, levantara ermitas y principalmente, el que dio esperanzas de vida a los más necesitados de esta región.

Hoy, me atrevo a decir, en nombre de todos los hondureños que creemos en la causa Subirana, tenemos la oportunidad para traer de nuevo al Santo padre. A aquel que un día, también un padre, el Redentorista Valentín Villar en 1955, dijera:

Padre Subirana:
Vuelve amado padre, vuelve a visitar las familias, algunas de las cuales ya se olvidaron de tus consejos y enseñanzas, ven a reconocer los nietos de los que tú uniste en santo matrimonio, regresa de tu cielo a anunciarnos las verdades que antaño predicaste, ven a enderezar algunas vidas torcidas, ven a reprender a los padres y madres irresponsables que descuidan la educación cristiana de sus hijos, ven a recordar a los hijos sus obligaciones religiosas, ven a encaminarnos a todos por el camino del cielo… La tierra hondureña te espera, las familias cristianas te desean ver en sus hogares y todos te recibiremos como a padre bueno que el tiempo no ha podido borrar de nuestra memoria.

(*) Discurso pronunciado por el autor, con motivo de la misa a la memoria del santo misionero Manuel de Jesús Subirana, en el V Congreso de Historiadores locales de Honduras y dentro de las actividades del bicentenario de la independencia. Parroquia de Santiago, Yoro, Yoro. Septiembre 24, 2021.

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