SUSURROS DE LA GENTE

ZV
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17 de octubre de 2021
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12:53 am
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SUSURROS DE LA GENTE

UN literato alemán de la segunda mitad del siglo diecinueve expresó que “la verdad camina con pies de paloma”, es decir, sin hacer ruido. De ello podríamos derivar que las personas que gritan y gesticulan demasiado, caminan muy lejos de la verdad; o de cualquier verdad. Por regla general los obreros que entran y salen de las fábricas, los campesinos que madrugan a sus faenas y los estudiantes entregados a sus tareas académicas, lo hacen en silencio, y sólo alzan la voz, por regla general, cuando comparten bebidas espirituosas, cuando juega su equipo favorito o en los desfiles de cada primero de mayo.

Por eso el silencio profundo y elocuente puede resultar, en ciertas eventualidades, más significativo que la gritería desmedida de aquellos que distorsionan las cosas, se duermen triunfalmente en sus laureles o se dedican a zaherir a los demás. Esto significa que debemos aprender a aquilatar los susurros casi silenciosos de una verdad que conecta con el disgusto, la frustración y el desencanto de las mayorías, ya sea que se trate de un país, una región, un continente o del mundo entero. Los líderes de diversos segmentos sociales y económicos, incluyendo los hemisféricos deben, en consecuencia, salir de sus cascarones o de sus típicas zonas de confort, a fin de colocar el oído sobre la tierra y escuchar atentamente a las personas. No para sortear alguna coyuntura esporádica. Ni mucho menos para salir del paso.

Hay que prestarle atención cuando menos a tres tipos de silencio: El silencio de los resentidos sociales; el silencio de los desencantados; y el silencio de aquellos que piensan y susurran sus verdades y sus esperanzas. Los gritones, aunque a veces tengan un porcentaje de razón, gesticulan a los cuatro vientos en tanto que les fascina el histrionismo variopinto, incluso cuando les va bien, o la vida les sonríe. Esto significa que siempre vociferarán en cualquier circunstancia, por motivos temperamentales ligados con el fenómeno de la histeria; por sus bajos niveles educativos; por un desequilibrio del nivel de autoestima; o por el simple placer de insultar a los demás, sobre todo cuando se encuentran con personas que piensan diferente de ellos. Y es que a los gritones les encanta ofender a las personas silenciosas o educadas.

Los pueblos que cargan verdaderos sufrimientos milenarios o centenarios, suelen ser silenciosos, creativos y prudentes. Pero cuando por acumulación de padecimientos y desilusiones despiertan y alzan la voz, entonces los susurros se convierten en vendavales y nadie puede detener la irrupción de los acontecimientos, hasta que la razón pensante aparece en el horizonte y los torrentes desbordados vuelven a sus cauces. En un país del Lejano Oriente se hizo popular una frase con raíces milenarias: “Un gran desorden bajo los cielos conduce a un gran orden bajo los mismos cielos.” Esto es importante saberlo para aprender a bregar con el caos y las incertidumbres.

Hay más sabiduría en un campesino que trabaja todos los días en su labranza sin hacer alardes de nada, o en un campesino sin tierra, que en un desobligado citadino, bien vestido y bien comido, que pasa tejiendo telarañas y elaborando discursos vacíos por causas que solamente finge representar. Porque más allá de las confrontaciones ideológicas que se ponen de moda en cada curva histórica, de lo que se trata es de un problema cultural que a veces ni siquiera se ha identificado. Un equipo de individuos con una sólida formación buscará, en cambio, las mejores maneras de formular propuestas factibles en pro de los intereses de todos los ciudadanos. No solamente de los intereses de una facción o de una secta coyuntural.

Como decía un prestigioso poeta de Comayagua, hay que “pegar el oído a la tierra” y escuchar los susurros de la gente, detrás de los cuales puede venir la verdad y la solución de los problemas que enfrentamos como país y como sociedad global. Nada se pierde con guardar silencio estratégico y escuchar atentamente a los demás.

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