NI ARTE NI PARTE

MA
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20 de octubre de 2021
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12:25 am
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NI ARTE NI PARTE

POR mención calumniosa sobre participación en hechos inexistentes –sin tener arte ni parte en estas componendas políticas, ni oficiado misas de ningún tipo– pedimos aclaración en un foro matutino. ¿Sobre dar opinión respecto a cuál dirección se aconsejaba seguir? –gentilmente repitió el director del programa– esto me dijo: “Ya están grandecitos para que tomen sus propias decisiones”. Como decíamos ayer, casi han hecho un personaje mítico a razón de las invocaciones del nombre, de que somos objeto. Aparece con ubicua presencia en las conversaciones. No siempre con la ecuanimidad deseada. Ni de veracidad de las supuestas actuaciones que se nos atribuyen, sino más bien el resultado de alucinaciones. Delirio de quienes presumen sin saber, se imaginan, se inventan o sencillamente se divierten refocilando.

A estas alturas de la vida recorrida ya días nos percatamos que la regla no es pedir luces con intención de orientarse. Aquí en los editoriales las damos constantemente, con la misma suerte, muy poco hacen caso. (Tantas advertencias planteadas e iniciativas propuestas para conocimiento público, que de atenderlas, otra sería la historia, distinta a las crisis recurrentes que se sufren). Lo que quieren es que uno convenga en lo que ya están pensando. Que se muestre partidario de la convicción que ya tienen. Pero no para dejarse convencer de nada distinto, si lo recomendado contraría sus íntimos sentimientos. Lo que desean es que se les diga lo que quisieran que fuera, así como ellos lo perciben, no lo que es. O en todo caso, si se trata de tomar alguna decisión, que sea la misma que ya tomaron o que irremisiblemente vayan a tomar. Por ejemplo, hay amigos que han pedido consejo sobre si lanzan o no tal o cual aspiración política. Algunos, en remoto pasado, a quienes expusimos los inconvenientes, y después de decir que coincidían totalmente con el diagnóstico, al siguiente día se lanzaron. O viceversa. Ha habido quienes ni empujados toman una decisión con la que no están a gusto y que en sus adentros no quieren tomar. Así que hace tiempos desistimos –a no ser con los hijos o nietos, siquiera para dejar constancia que se les aconsejó– de dar consejos. Y menos andar metidos en berenjenales. Para no dar motivo que se nos achaque indebidamente responsabilidad. Porque hay otra variante de lo anterior. Aquí el bálsamo de muchos a sus fracasos no es revestirse de virtudes cristianas.

Digamos, recapacitar, reflexionar, enmendar el error, pedir perdón por los pecados cometidos y reunir fuerza para volver a levantarse. No consiste en reconocer su propia culpa sino echarla a otro. O sea, buscar excusa de su impericia y salida a su inutilidad. “Internet es, en realidad –según el pulitzer Thomas Friedman– una cloaca abierta, de información sin tratamiento, sin filtrar”. “Tiene oro, diamantes, rubíes y perlas, pero también tiene latas oxidadas, vidrio roto, basura radiactiva, material tóxico”. Si ello era la realidad de la vida cotidiana, ¿qué podría esperarse de cara a las elecciones generales? La guerra sucia desenfrenada. Rociando la atmósfera de despiadada odiosidad. A ello obedece ese bullicioso traqueteo de embustes. El ensamblaje de hostilidad cuenta con un ejército global de zombis mecanizados. Dispone de legiones enteras de adictos sincronizados. (Mejor razona el Sisimite, con horizonte más claro desde la altura de la escarpada empinada: Allá ellos malgastando munición en visiones psicotrópicas).

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