EL SURTIDOR

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21 de octubre de 2021
/
12:29 am
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EL SURTIDOR

LAS elecciones –es la bondad del sistema democrático– debiesen ofrecer al ciudadano esperanza de alternancia y de algo distinto que aplaque las aflicciones. Algo que reanime, dado la gravedad de la crisis que se padece. Sin embargo, la esperanza no consiste solo cambiar por el prurito de quitar sino, además, despertar confianza que el cambio representa una salida. Hay signos perceptibles, que bien podrían profetizar, lo que todavía es un enigma. Se ofrecen como indicio de qué esperar al final de la jornada. La descomposición del ambiente da pistas que permiten deducir el vertedero. Hacia dónde llevan al país las élites que lo dirigen. Innegable que la política siempre ha sido de controversia. Sin embargo, hasta en las disputas más cerriles del remoto pasado hubo gestos de civilidad. Tiempos cuando el liderazgo político optó por moderar el sectarismo, privilegiando confluencias en aras del interés nacional.

Al final del día, son las conductas, el comportamiento de gobernantes y gobernados lo que influencia el porvenir. Nada de todo lo demás consigue mayores resultados si no hay voluntad que encierre un cambio de actitud. Tristemente, los avances tecnológicos de la comunicación –debido precisamente a desviaciones en los hábitos del individuo– lejos de favorecer la socialización amable y la convivencia armónica de la vecindad, lo que instigan es otra cosa. Los adictos sincronizados a las redes –no es que pasen leyendo material útil y constructivo que ahora se obtiene al instante por Internet, para instruirse y ampliar su bagaje cultural– sino exacerbando la odiosidad. Son prisioneros de sus burbujas digitales. Frecuentan un club de otros igual a ellos, con apetito voraz de reafirmaciones con qué alimentar el insaciable ego. Y lo otro es que ahora la campaña debe ser asesina, para obtener visibilidad en redes. Así funciona el sistema que reditúa ganancias astronómicas a los gigantes tecnológicos. El testimonio en el Capitolio de la alta exejecutiva de una de esas firmas tecnológicas de Silicon Valley –que conoció a la perfección la urdimbre de esas endemoniadas operaciones– confirma estas sospechas. Denunció que el gigante de las redes sociales en sus distintos portales, “alimenta la división, perjudica a los niños, debilita la democracia, invade la privacidad y necesita urgentemente ser regulado, como lo hicieron con las tabacaleras”. Así que el mercado de políticos en campaña se ha actualizado al rasero más bajo de las necesidades comunicacionales.

Esa, y el basural que riegan, es la oferta en el mercado. Políticos embusteros que inventan lo que sea, mendigando “likes” de un público de semejantes. Indeseables, queriendo pertenecer, irrelevantes buscando figuración, inútiles implorando valimiento. Tomado de un artículo de Forbes: “Afirmaciones falsas y virales, un aluvión informativo alimentado por bots y fotos trucadas: las campañas desinformativas atacan la democracia y la sociedad liberal”. “Las campañas de desinformación modernas distorsionan el conocimiento sobre la realidad”. “No es relevante si la información es verdadera o falsa”. “Algunas campañas tienen como objetivo difundir interpretaciones alternativas de la realidad, algunas engañosas, otras confusas”. A tono con este alud deformador de los espíritus y de la conciencia han salido, como por arte de magia, cualquier cantidad de portales falsos y de cuentas pañusas de rostros invisibles usadas para incidir en redes sociales. Muchas de ellas oficialistas –confirmando la inversión millonaria hecha en esa infraestructura– pero la oposición tampoco se queda atrás. (Es un surtidor, rociador de mentiras sucias, dirigidas al ingenuo público, a ver cuáles caen por inocentes. Sobran los boca abiertas, según cálculos del Sisimite).

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