AUTOEVALUACIONES

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31 de octubre de 2021
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12:46 am
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AUTOEVALUACIONES

EN los momentos de crisis se agarra la manía de examinar a los demás, a veces con actitudes inquisitoriales. En el alma de algunos individuos la cosa va más lejos, pues se ha vuelto una costumbre lanzar preguntas descontextualizadas con el solo propósito de hacer sentir mal a los posibles interlocutores. O con la idea de ridiculizarlos. Inclusive la palabra “crisis” se vuelve una muletilla para referirse a cualquier problema normal en las relaciones institucionales o en los aconteceres de cualquier país. No entienden que una “crisis” es como el pico de la ola más alta en un mar enfurecido. Y que nunca se trata del oleaje normal, según los movimientos de la luna.

Las crisis tienden a cegar los ojos y a perder la perspectiva de los verdaderos problemas estructurales de una nación. Un ejemplo clásico es que llevamos unos cincuenta años hablando de reformas en el sistema educativo nacional. Por regla general se habla de reformas curriculares, de alfabetizaciones y de “visión de país” hasta el hartazgo; pero se elude, con mucha habilidad, hablar de los verdaderos conocimientos en las aulas y en las vidas individuales de los estudiantes y de los profesores de diferentes niveles escolares. Algunos autores idealizan los modelos de alfabetización abarcadora de ciertos países del continente o fuera del continente. Ese no es ningún problema. El verdadero problema es que esconden que en tales o cuales países únicamente se enseña una sola ideología excluyente. De tal modo que cuando se evalúa a los estudiantes, lo que importa son sus conocimientos en la doctrina aludida o, por el contrario, la capacidad de ensamblar aparatos electrónicos, en tanto que la especialización excesiva conduce a producir expertos en socar o en aflojar una tuerca, creando un vacío de conocimientos en torno a los saberes pluralistas y universales. Este es uno de los fenómenos estructurales de la educación en Honduras y en diversas partes del mundo, que ha venido a incidir en el esquema de los fanatismos y en la deshumanización de las personas.

Una verdadera evaluación educativa y cultural debiera comenzar por una autoevaluación realmente sincera de los individuos que imparten conocimientos. O que hablan a voz en cuello sobre temas educativos desde el confort de sus gabinetes de estudio, al margen de las realidades escolares en las ciudades y, sobre todo, al margen de la vida paupérrima en las aldeas y en los suburbios. Se exige un mejor rendimiento académico a los estudiantes hambrientos cuyos padres apenas reciben los ingresos indispensables para subsistir cada día. O a las personas que trabajan en el día y estudian en la noche, tanto en los niveles secundarios como en los universitarios.

Los profesores y los críticos, por su parte, deben autoevaluarse en relación con sus capacidades reales (más allá de los formalismos curriculares) para compartir conocimientos con el prójimo. Pero si al final resulta que solamente conocen una doctrina excluyente en una dirección o en la otra, caerán en el círculo vicioso de las repeticiones de conocimientos estereotipados, según las modas sociológicas o tecnológicas de cada momento. Un profesor, con el fin de decirlo en términos más o menos populares, que solamente conoce una ideología, o una tecnología específica, será como un tuerto que con una sola consigna pretende dirigir a una masa de ciegos, en dirección al abismo.

Por supuesto que en medio de las fiestas electorales resulta casi imposible hablar de reformas educativas en el alma de los individuos que imparten conocimientos. Pero tarde o temprano el tema volverá a reaparecer, ojalá que con visiones menos frívolas, en dirección a mejorar la calidad plural y la capacidad de impartir lo que se sabe. Siempre será necesaria la interrogante relacionada con la supresión de la asignatura “Historia Universal de la Cultura”, que antes se enseñaba en las universidades. Hoy los estudiantes egresan de los centros académicos sin saber casi nada de los orígenes de las civilizaciones, y sin saber lo mínimo de la historia de su propio país. Por eso, cualquiera los engaña.

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