Pedacitos de Vida:  Las “brujas” no eran malvadas, eran solo mujeres

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31 de octubre de 2021
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03:05 pm
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Pedacitos de Vida:  Las “brujas” no eran malvadas, eran solo mujeres

Por Iris Amador

Iris Amador

Habría que preguntarse por qué nos enseñaron a temer a las brujas y no a quienes las quemaban vivas.

Si las brujas hubieran tenido los poderes sobrenaturales que las acusaban de tener, no hubieran terminado amarradas y ardiendo en llamas, dobladas de dolor, sin poder defenderse. La realidad es que la mayoría de las mujeres acusadas de brujería eran pobres, viudas, solteras y en general desprotegidas. Muchas eran mayores. Si alguna tenía bienes, la señalaban y se quedaban con sus casas y tierras.

Se estima que en Europa asesinaron a más de 40,000 mujeres entre los siglos XVI y XVIII. Las víctimas eran mujeres consideradas demasiado bonitas o que hablaban mucho para el gusto de algunos. Eran mujeres que cantaban o que bailaban. Mujeres que tenían mucho dinero. Mujeres que no tuvieran nada.

Los motivos eran arbitrarios. Era malo si tenían mucha agua en su pozo o muchas opiniones en su cabeza. Era malo que tuvieran muchos hijos y era malo que no tuvieran ninguno. Las torturaban para que “confesaran” y se declararan culpables de mil desgracias, desde naturales, hasta la muerte de alguien en el pueblo.

Una de las pruebas para juzgarlas consistía en sumergirlas en un río. Si nadaban o trataban de respirar, eran culpables. Si una se hundía y se ahogaba, era porque era inocente, pero ya qué más daba. Otra manera era desnudándolas en público para revisarlas y encontrar “marcas” que demostraran que eran culpables. Cualquier lunar, imperfección, cicatriz o mancha era vista como seña de que había hecho un trato con un diablo.

En Escocia las ahorcaban antes de encenderlas. En Suecia, las empujaban desde peñascos. En Estados Unidos hasta las declaradas inocentes las encarcelaban, porque ninguna acusada se quedaba sin castigo.

No, las vituperadas “brujas” no tenían magia. Si la hubieran tenido, hubieran corrido mejor suerte. Hubieran salido de su aprieto y de su precariedad. Seguro hubieran podido hacer conjuros contra la injusticia, la crueldad y la falta de sensatez.

Fue idea de las iglesias

La primera conexión satánica emerge con fuerza en las postrimerías de la Edad Media, luego de que el cristianismo se volviera una religión dominante, gracias a la influencia romana. La segunda cacería de brujas se desata con el Protestantismo, que curiosamente nace un mismísimo 31 de octubre, cuando Martín Lutero clavó sus objeciones en contra de la iglesia católica en una puerta en Alemania.

“Las cacerías de brujas solo se dispararon después de la reforma en 1517, siguiendo el rápido esparcimiento del protestantismo”, dicen Peter Leeson y Jacob Russ, investigadores de la Universidad de George Mason en Virginia.

Las iglesias entonces comienzan a competir por seguidores y escogen a las mujeres como chivos expiatorios. Sus líderes se inventan un problema y acto seguido, declaran ser la solución del mismo. Ambas facciones se promocionan a sí mismas como la “protección sobrenatural” en contra de las “manifestaciones mundanas” de las enemigas que fabricaron.

Economistas de profesión, Russ y Mason estudiaron los datos de más de 43,000 personas llevadas a juicio por brujería en 21 países de Europa. Los análisis modernos arrojaron que la cacería de mujeres fue más intensa en los lugares en donde la rivalidad entre católicos y evangélicos fue más fuerte.

No es casualidad qué Alemania, el centro de la batalla entre ambas facciones del cristianismo, realizó el 40 % de las ejecuciones por supuesta brujería. Le sigue Escocia, donde se ramificó el protestantismo y donde mataron al menos a 3,560 personas. Por el contrario, en España, Italia, Portugal e Irlanda, países que permanecieron católicos, no se dio esa competencia. Juntos, estos últimos países fueron responsables del 6 % de los juicios.

Si enchuta pierde, y si no…

La cantautora sueca Fia Forsström escribe que en su país, “el fanatismo bíblico mató a miles de mujeres”. En Estados Unidos, alrededor del 80 % de personas que ejecutaron entre 1638 y 1725 eran mujeres y también las mataron por razones religiosas. Cuando las mujeres se salían de los patrones establecidos por los magistrados y el clero eran mal vistas y señaladas incluso por otras mujeres.

En una sociedad puritana, profundamente religiosa, las mujeres y las personas de la tercera edad estaban en la situación más precaria. Si una se desviaba de su papel asignado, decían que merecía castigo. Si alguna heredaba riquezas, decían que era a causa de ser pecaminosa. Si no tenía dinero, decían que era por alguna debilidad de carácter.

Su fertilidad era medida con los mismos parámetros. Si tenía muchos hijos, era porque tenía un pacto con lo que llamaban infierno; si no tenía hijos, era también sospechosa. Si moría algún vecino, culpaban a la mujer que viviera en la casa de al lado.

Así le pasó a Mary Webster, de Massachusetts, casada y sin hijos. Ante dificultades económicas, tenía a veces que pedir ayuda para sobrevivir. Aparentemente a alguien  le pareció que ella no era lo suficientemente servil por la caridad recibida y la acusó por ello. En 1683, cuando Mary tenía 60 años, los vecinos la acusaron de brujería, aduciendo que hechizaba a las vacas.

La corte de Boston la declaró inocente, pero con el tiempo, cuando un residente connotado de la comunidad se enfermó, los pobladores angustiados por él trataron de ahorcar a Webster para “aliviar” los padecimientos del enfermo, que murió a pesar de esos intentos para “curarlo”.

El caso de Mary Bliss Parsons, también locataria de Massachussetts, demuestra lo caprichoso de los argumentos. Esta segunda Mary era todo lo contrario de Webster: rica, casada con uno de los hombres más prósperos de Northampton, y madre de nueve hijos. Pero según sus vecinos, Parsons, por ser “una mujer que hablaba de manera elocuente y convincente” era bruja. Tuvo que huir antes de que la mataran.

Mujeres que vuelan

Con la misma facilidad con la que le recetaban la hoguera a las juzgadas de brujas, con otro chasquido de dedos se dejó después de creer en ellas. Lo que no cambió, de acuerdo al historiador inglés Edmund Hutton, de la Universidad de Bristol, fue “demonizar” a personas consideradas distintas. “Aún hoy en día vemos cacerías en diferentes partes del mundo entre culturas que le temen al cambio”, escribe Brunonia Barry en el diario The Washington Post, a quien Hutton le dijo que es un problema presente que bien pudiera estar empeorando.

La escritora Serinity Young, investigadora asociada del departamento de Antropología del museo estadounidense de Historia Natural, dice que la demonización de las mujeres, especialmente de las que vuelan simbólicamente, se observa desde la mitología griega. Es notorio, dice, “la necesidad de hacer de estos seres unos monstruos —y destruirlos; parece que no hay nada más perverso y feo que una mujer independiente” ante algunos ojos.

Siempre ha sido fácil llamar “brujas” a las mujeres. Es lo que han llamado a muchas que han tenido aspiraciones de liderazgo en el ámbito político, por ejemplo. Pero es lo que le dicen a cualquiera que se atreva a salirse de la línea —línea dibujada por otros siempre.

Young explica que esta figura, nacida de la imaginación, se aplica a toda mujer que no es definida por la fuerza gravitacional de los deseos de personas con poder. Se le lanza a cualquiera que intenta escapar de roles que le aprietan y restringen su potencial, sus aportaciones, su bienestar y su felicidad.

La novelista estadounidense Madeline Miller, nacida en Massachussetts en 1978 y autora del libro Circe —que es un recuento de varios mitos griegos pero desde el punto de vista femenino, y que alcanzó la cima de la lista de libros más vendidos del New York Times en el 2018— dice que una bruja no era malvada. No volaba desnuda sobre una escoba, a la luz de la luna; ni era amiga de demonios. Ella era “una mujer de sabiduría superior”.

De hecho, las mujeres que experimentaban con hierbas medicinales y hacían tés de hojas eran las químicas y doctoras de facto en sus comunidades. A finales del siglo XIX, la sufragista Matilda Joslyn Gage las llamó “pensadoras profundas; las científicas” de su época.

En épocas pasadas y modernas, el objetivo de castigarlas es eliminar la amenaza que creen que son e intimidar y amedrentar a otras de seguir sus pasos libres, lo cual es una gran pena porque esa forma de pensar ha hecho muchísimo daño y ha destruido la vida de innumerables mujeres, trasquilando sus alas y sacrificándolas en los altares de ahora.

Alguien dijo una vez que la humanidad siempre ha tenido miedo de las mujeres que vuelan, ya sea por brujas o por libres. Ojalá que pierda fuerza ese pensamiento, porque para todo ser humano, vivir con libertad de ser y de sentir, eso sí que es mágico. 🌙

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